Una persona de menos de cincuenta años, salvo en un espacio dedicado al cine antiguo en televisión o en un cineclub, apenas sí ha visto películas en blanco y negro. Y no digamos películas mudas. El cine silente es para ellos algo así como la edad de piedra. Yo, por razones de edad, vi incluso películas mudas en el Teatro Cine Lara que estaba en la calle Torregorda, esquina a Atarazanas. La primera película de largo metraje que recuerdo haber visto en el citado cine fue Los misterios de la imperial Toledo, española, dirigida por José Busch en 1930 o 1931. En esos años todavía se proyectaban películas mudas. El sonoro empezó en 1927, pero no se impuso de forma definitiva hasta varios años después.

Dejando a un lado el cine mudo, la irrupción del color fue una de las conquistas más espectaculares del cine. Las primeras que llegaron a Málaga fueron dos o tres películas alemanas estrenadas en el cine Goya. Las más celebradas fueron La ciudad soñada y El lago de mis ensueños, interpretadas por la actriz sueca afincada en Alemania Kristina Soederbaum. Se estrenaron respectivamente en los años 1943 y 1945. El sistema de color utilizado fue el Agfacolor.

Para que sirva de orientación recurro a un par de datos muy significativos: de las 233 películas estrenadas en Málaga en 1950, 208 fueron rodadas en blanco y negro y solo 25 en color. El sistema imperante era el Technicolor (22), y dos o tres restantes fueron rodadas en Cinefotocolor (2) y Dufaycolor (1). Al año siguiente, 1951, las cifras apenas sin variaron: 155 en blanco y negro y 30 en color.

Los sistemas de color proliferaron hasta el punto de que las grandes productoras de Hollywood crearon sus propios sistemas: Metrocolor (la Metro Goldwyn Mayer), Deluxe color (la Fox), Warnercolor (la Warner Bros), en el cine italiano se utilizó el Ferraniacolor, en el francés en Pathécolor, en Alemania, al quedar divida en dos, la parte oriental se quedó con el Agfacolor y en la occidental el Geavert€ España adoptó el Cinefotocolor, un sistema patentado por los laboratorios Cinefoto de Barcelona. Se rodaron muchas películas con este sistema poco conseguido, con colores chillones, sobresaliendo el rojo. La gente lo bautizó como Tomatecolor. Pero el sistema que se impuso fue el Technicolor y sus variantes Eastmancolor y Kodachrome, según su destino. Pero esto lo dejo aparte porque entrar en las patentes y sistemas me llevaría casi un libro.

Años después, cuando el cine en color se había impuesto definitivamente, las grandes productoras norteamericanas, con cientos o miles de películas en blanco y negro en sus laboratorios, decidieron colorearlas y volverlas a estrenar. Fue un fracaso total porque lo que se había filmado en blanco y negro, al ser coloreado, perdía toda su calidad.

Yo no llegué a ver nunca películas coloreadas a mano, un invento anterior, cuando el cine estaba en mantillas, como tampoco asistí a ninguna sesión de cine mudo con un pianista en directo que intentaba con sus improvisaciones subrayar cada secuencia de la película. Eso es muy anterior. También existió la figura del comentarista que durante la proyección iba informando de lo que sucedía en la pantalla o leía los subtítulos en español€ porque el analfabetismo era uno de los grandes males de España.

Como mucha gente no sabía leer y muy pocos hablaban inglés, el doblaje se hizo obligatorio, obligación o tradición que se conserva. Para aseverar lo que escribo sobre el poco conocimiento del inglés basta con recordar la publicidad de entonces. Se anunciaban películas en «glorioso technicolor». Aunque la traducción era correcta -Glorious Tecnicolor en la publicidad inglesa-, lo de glorioso parecía exagerado. Magnífico o brillante hubiera sido más idóneo, pienso. En los afiches se reseñaba y destacaba que las películas eran en «glorioso technicolor».

Del Oeste al Western

Los géneros cinematográficos han ido modificándose con el paso del tiempo. Hoy, por ejemplo, a ninguna distribuidora se le ocurre anunciar una película «de amores», «de suspense», «de espías», «de policías y ladrones», «de buenos y malos»€ y de otras clasificaciones que hasta no hace mucho se utilizaban para prender la atención de los posibles espectadores.

Si repasáramos la publicidad cinematográfica desde su invención hasta nuestros días nos llevaríamos muchas sorpresas y añoranzas, porque ¿quién no recuerda cuando se anunciaban películas del oeste o de vaqueros? Estas películas, que en su origen eran de cow boys, se convirtieron en España en películas de «convoys», que nada tiene que ver con las vinagreras que se utilizan en los restaurantes para el aliño de ensaladas, y menos con los convoyes, conjunto de vagones de un tren con pertrechos bélicos. El género también era bautizado como «película de indios». Ahora se ha impuesto western para este tipo de filmes, en inglés, como se define hoy todo lo que nos rodea.

En los años 50 y 60 del siglo pasado proliferaron las películas de suspense, psicológicas y morbosas, en cuyas denominaciones se encuadraban las dirigidas por Alfred Hitchcock, Robert Siodmak, John Brahm y otros maestros del cine. Ahora, todos aquellos géneros a los que se suman las historias de asesinos en serie, maltrato de mujeres, dramas familiares con un poco de sangre, se engloban en el socorrido thriller.

Más géneros

Las denominaciones o géneros de las miles de películas y telefilmes que se ruedan cada año en el mundo nacen, crecen se reproducen y mueren según las modas y usos. Ha habido épocas en las que proliferaron las películas bélicas referidas a las dos guerras europeas y a las ya olvidadas de Corea y Vietnam. Las películas de terror y vampiros ahora se refugian en el lote de los thriller. Están en desuso las películas «de romanos», en las que ocupaban lugar preeminente las referidas a la Roma imperial y en las que se incluían algunas ambientadas en Egipto y varias religiosas.

Si nos detenemos en periodos muy concretos, hubo varios movimientos muy señalados en la historia del cine. Los más sobresalientes fueron la Nouvelle Vague (Nueva Ola), que surgió en Francia hacia el año 1950 y de la que salieron los mejores realizadores del cine galo; o el Neorrealismo, nacido en Italia y que tuvo una gran repercusión con películas y realizadores que hoy están en todas las antologías. El cine italiano, antes del movimiento capitaneado por Vittorio de Sica, Rosellini, Giuseppe de Santis€, en los años 30, creó una escuela, que se conoció por la de los «teléfonos blancos». Eran películas que en el argot teatral se conocen como alta comedia. Lo de los teléfonos blancos obedecía al color elegido para los teléfonos: eran blancos. Entonces todos los teléfonos eran negros.

En Oriente surgieron dos géneros que coparon las pantallas de los cines europeos. Me refiero concretamente a las películas de monstruos realizadas en Japón y a las películas de artes marciales, también de origen oriental.

En Estados Unidos, a fin de no perder el mercado cinematográfico que estaba siendo invadido por la televisión, se creó otro género: el cine catastrofista. El coloso en llamas, Cuando ruge la marabunta... Y después, y en plena expansión, las películas galácticas, con viajes al espacio, conquista de planetas, guerras€ Este tipo de películas, con las de efectos especiales con explosiones a go-gó y automóviles que se despeñan, están de moda.

Se puso de moda el llamado «cine de autor», con el Festival de Benalmádena como lanzadera. Yo, lo de autor no he llegado a asimilarlo del todo, porque todas las películas tienen un autor, el director. Me cuadra más lo de «cine independiente», que es aquel que se hace sin estar condicionado por las grandes productoras que marcan las pautas a seguir.

En España se pusieron de moda las películas de «cartón piedra» y de «pelucas»; cartón piedra por los decorados y de pelucas porque eran históricas. Era un cine hecho para obtener el calificativo de «interés nacional».

Dos calificativos muy usados entonces reservados para cierto tipo de películas eran americanada y españolada; las comedietas norteamericanas sin chicha ni limoná se las despachaba con el despreciativo «americanada»; y las folklóricas españolas, «españoladas».

Y la penúltima moda cinematográfica, sobre todo en las películas que se pasan por televisión por la tarde, es lo de «basada en hechos reales». Es lo que priva. En el noventa por ciento de estas películas parte de la acción se desarrolla en un juzgado con un juez de color o con una jueza del mismo color de piel.