­La política es una profesión de riesgo porque los días de fuego y metralla en precampaña exigen cosas como las de ayer. Mariano Rajoy estrechó el contacto físico con personas extrañas hasta puntos inimaginables, y también peligrosos desde el punto de vista de la esterilización sanitaria, si no fuera porque la ambición de convertirse de nuevo en presidente bien soporta de sobra a todo tipo de carantoñas por gente, en su mayoría, que confunde a la figura del representante público con una celebridad de magacín o una estrella de rock a punto de declarar la barra libre para todos.

Antes de toparse con violencia con los límites del aforo de un edificio, que ya de por sí suele presentar los sábados a medio día un estado cercano al colapso, el presidente en funciones agarró ayer a los suyos por el brazo y ahí estaban todos porque no faltó ni Celia Villalbos. Dispuestos a acompañarle en su marcha con torso firme y macho de la plaza de la Marina hacia un mercado, el de Atarazanas, para acabar brindando con cierto brío, costumbre tan española a eso del medio día, y que quede constancia de que la política también era esto.

Cada paso, el de Rajoy, acompañado por un esfuerzo monumental para agachar el lomo y pasar a la historia como gallego que más besos por metro cuadrado ha sido capaz de arrancar en Málaga. Por el camino, pidiendo clemencia a ratos, un mar de asesores de prensa, algunos de ellos recién aterrizados en los gabinetes, y seguramente en secreto, condenando lo de ayer porque hay un límite para todo. Y este se vislumbra, también, en el momento en el que el antaño becario del Mocito Feliz ahora presume de galones como estrecho colaborador del Partido Popular.

24 horas con Mariano

A Rajoy, rodeado en todo momento por una masa impenitente dispuesta a estrechar las manos con el poder y, quién sabe, con la esperanza de que quizá se le pegue algo de registrador de la propiedad, fue incluso abordado por un italiano que seguramente trató de confrontarle su posición ideológica respecto a la incapacidad de los políticos españoles para llegar a acuerdos. A esto, Rajoy tiró de localismo y le contestó educadamente que «en Málaga todo bien». En la ambivalencia que se ha instalado la política moderna, aquella que le resta credibilidad y sustancia a chorreos, estuvo braceando en todo momento un equipo de cámaras para grabar cada nueva embestida espontánea porque en realidad lo de ayer, en un país al que le encanta asomarse al chascarrillo, sirvió para llenar de contenido al próximo desnudo político que se llamará «24 horas con Mariano».

En el fondo, hay algo de heroicidad en la capacidad de capear así a la opinión pública. Rehuyendo el debate, pero ejerciendo como líder y que la gente te aclame a cambio de casi nada.