­­El currículum académico de Ana Salinas, profuso y orientado hacia el europeísmo, es de los que deberían agitarse en tiempos de tentaciones bárbaras y de regreso al terruño. Más que una trayectoria, parece un alegato cosmopolita: exasesora del Consejo de Europa en materia de terrorismo, la catedrática está convencida de que la única respuesta sensata a los desafíos globales está en la cooperación. Y previene sobre los ecos del ensimismamiento y del Brexit, acaso la mayor amenaza a la que se enfrenta la Unión Europea desde su fundación.

Gran Bretaña amenaza con sentar un angustioso precedente y convertirse en la primera potencia que abandona el proyecto europeo. ¿Cómo se ha llegado a esta situación tan anómala?

El problema no es exclusivo del Reino Unido y tiene que ver con una profunda crisis de liderazgo político, tanto a nivel nacional como inevitablemente europeo. Los políticos cada vez son más mediocres, menos instruidos y con frecuencia anteponen sus intereses personales a la vocación de servicio. Esa crisis está teniendo su reflejo; en el caso de Reino Unido, Cameron, al romper la coalición con los liberales, decidió lanzar dos promesas para mantener su posición dentro del partido: una fue el referéndum de Escocia y otra la consulta sobre la salida de la Unión Europea, que ha sido un grave error, y de la que ahora paradójicamente se desmarca y, además, de manera furibunda.

Muchos analistas sostienen que, con independencia del resultado, el proceso ya ha causado un grave perjuicio interno al Reino Unido.

Sin duda. Y lo están pagando muy caro como potencia exterior. Sobre todo, a efectos de inversiones, de generar confianza. El hecho de que se esté sometiendo a la población continuamente a cuestiones de tanta incidencia daña la imagen del país, hace que en el exterior se vea a Gran Bretaña como una zona de poca credibilidad, políticamente inestable. Y eso, naturalmente, tiene un coste.

El Banco de Inglaterra ya ha alertado de las primeras consecuencias. En caso de prosperar el Brexit, sostiene, la libra se depreciaría entre un 15 y un 20 por ciento.

Todos los grupos económicos importantes de Reino Unido están avisando de que sería una hecatombe. Primero, porque dejarían de percibir las inversiones de la UE, que son cuantiosas, pero también porque su posición como potencia financiera internacional se vería muy cuestionada. Reino Unido se ha convertido en política exterior en un gigante con pies de barro y si conserva su peso en la economía es, en gran medida, porque pertenece a una asociación tan poderosa a nivel mundial como la Unión Europea. Las repercusiones del Brexit, en este sentido, están claras. De lo contrario, la Comisión Europea no hubiera previsto una cobertura de urgencia para el día siguiente al referéndum.

Cameron asegura que el abandono del concierto europeo obligará a adoptar graves recortes. ¿Estrategia electoral o aritmética económica?

Cameron, que no olvidemos que ha sido quien ha provocado esta situación, ha llegado a decir auténticas abominaciones, como que la salida de la UE abocaría al país a una Tercera Guerra Mundial. Sin embargo, en esto no era nada tremendista: una de las consecuencias más inmediatas sería la subida de la prima de riesgo y los españoles, por desgracia, tenemos suficiente experiencia como para saber qué pasa cuando eso ocurre. Con una caída drástica de tu posición en el mundo y con un nivel alto de endeudamiento sólo cabe aprobar un presupuesto de emergencia lleno de recortes. incluido en campos tan sensibles como las ayudas sociales.

Buena parte de los partidarios de la ruptura apuestan por negociar posteriormente algún tipo de estatuto privilegiado en la relación con la UE. Se habla, incluso, de una posible pertenencia, como Noruega o Islandia, al Espacio Económico Europeo.

Optar por ese camino no les garantizaría, de ningún modo, una situación más favorable. La entrada al Espacio Económico Europeo obligaría al Reino Unido a seguir acatando las normas de la UE, algunas de ellos muy protestadas por sus gobiernos como son las que afectan a los consumidores. Sin embargo, perderían lo que ahora tienen: el derecho a discutir y a votar esas mismas normas; serían meros receptores.

En el discurso de los partidos favorables a la separación se percibe, incluso, un componente emocional. ¿En qué basan su hecho diferencial los británicos?

Reino Unido siempre ha sido muy especial. Y más, en sus relaciones comunitarias. De hecho, no quisieron participar en el proyecto europeo hasta que comprobaron que la unión aduanera perjudicaba seriamente sus exportaciones. Fue entonces cuando se produjo el famoso veto de Francia. Estamos hablando de un país muy pragmático, que cuando el proceso avanzó, impuso a Europa sus condiciones, siempre ventajosas. Fíjense, por ejemplo, en la política exterior o en las decisiones de la zona euro, en la que, pese a no participar, tienen derecho a ser informados y consultados. Dicho esto, también se trata de un estado muy cumplidor, que batalla las normas, sí, pero que una vez que se aprueban las aplica con menos reticencia y más celeridad que otros.

¿La salida sería irrevocable o existen mecanismos legales para dar curso al arrepentimiento?

La Unión Europea no admite margen para retractarse; si Reino Unido decide llegar hasta el final con la ruptura y posteriormente solicita volver a incorporarse a la UE no conservaría ningún tipo de antiguo privilegio. Se vería obligado a pasar otra vez por todos los trámites, plazos y auditorías, como si se tratara de un candidato nuevo. Hasta el Tratado de Amsterdam no se contemplaba la posibilidad de abandonar Europa, la adhesión era voluntaria, pero para siempre. Ahora, sin embargo, se tolera, aunque con un proceso reglado de negociación que dura dos años y que exige que todos los países de la UE participen y con su voto a favor, que para tener validez ha de ser unánime.

¿Prepara la UE algún tipo de contraoferta? ¿Más concesiones para apagar el fuego?

Ha habido muchas reuniones biltaterales para tratar de llegar a un acuerdo. Cameron resumió en una carta enviada al Consejo Europeo cuáles eran las principales razones del malestar de Gran Bretaña. Y la UE tomó nota al respecto, de manera que se van a negociar unas nuevas condiciones, con atención a muchas de esas demandas, que afectan a puntos como la libre circulación de personas, la unión bancaria y las prestaciones sociales.

La situación para Reino Unido, entiendo, será diferente al margen del resultado que finalmente se alcance en el referéndum.

Así es. Y eso es sobradamente conocido y se está usando en la campaña. De hecho, buena parte de los conservadores que se oponen al Brexit lo hacen porque, pese a compartir la tesis el abandono, consideran que no es el momento y que en el futuro podrían darse las condiciones para alcanzar un acuerdo mejor, más beneficioso.

La salida de la UE cuenta con muchos adeptos. ¿Cómo se explica que haya tanas personas partidarias de un movimiento tan drástico y con tantas posibilidades de degenerar en una catástrofe económica?

Por el auge del populismo, que es un fenómeno internacional. Lo estamos viendo en muchos países, el triunfo de un discurso que va radicalmente a la inversa de la realidad: en un momento de la historia en que cada vez un número mayor de problemas exigen una respuesta internacional y colaboradora, pienso, por ejemplo, en el terrorismo o el calentamiento global, asistimos al despliegue de discursos que buscan justamente lo contario, que niegan la complejidad e interdependencia de los estados e intentan vender repuestas a tormentas sociales desde una posición cerrada, que enfrenta a unos contra otros.

¿Quién gana y quién pierde en Europa con la defección de Gran Bretaña?

El que más pierde, sin duda, es la propia Gran Bretaña. Y sus ciudadanos, que de un día para otro pasarían a no ser europeos, con todos los costes y dificultades que conlleva. No debemos olvidar que el Reino Unido exporta más de lo que importa al resto de la UE y que los aranceles perjudicarían las ventas de toda esa mercancía. Por no hablar de Gibraltar, que en conflictos como el que hubo a cuenta de los pescadores, perdería toda capacidad para hacer presión e impedir que España mantuviera cerrada la valla. Los daños, en cualquier caso, también serían para Europa, más allá de algün beneficio puntual como el que obtendría, para ser francos, la industria financiera o automovilística alemana y francesa, que anularían de golpe a uno de sus mayores competidores.

¿Y qué ocurriría con la Costa del Sol? ¿Se vería lastrada por el peso en el turismo que tienen los ingleses?

España es un país donde el efecto del Brexit se notaría más que en otros. El 40 por ciento de los turistas que llegan a la costa son británicos; pero es que, además, existen otras relaciones, como la venta de productos manufacturados y agrícolas o las inversiones financieras, con más de un 30 por ciento del capital de nuestros bancos confiado a instituciones inglesas. Otro asunto asunto que afecta de lleno a la provincia y al litoral mediterráneo es la inversión en casas. Evidentemente el derecho internacional prohíbe que se revoquen acuerdos, pero está la cuestión de la inseguridad, que abarca tanto a los nuevos compradores como a los que pasan aquí 8 o 9 meses al año, que perderían su cobertura sanitaria.

Obama se ha manifestado desde el primer momento en contra del Brexit. Donald Trump, por contra, está dispuesto a hacer campaña. ¿Qué tajada y qué lectura negativa puede extraer Estados Unidos de todo este proceso?

Obama sabe que a Estados Unidos le conviene que Reino Unido continúe en la UE. Entre otros aspectos, porque así se garantiza contar con un aliado en Europa con capacidad de arrastrar a otros gobiernos, como ocurrió con la Guerra de Irak, en caso de necesitar apoyos internacionales. En cuanto a Trump el problema es que es tan extremadamente conservador que sigue viendo a un Europa como si fuera la hidra de siete cabezas del izquierdismo. Lo que querría es no participar ni tener tratos con Europa. Aplica la doctrina Monroe: América para los americanos, que es algo, que, al fin y al cabo, no es muy distinto de lo que están haciendo los propios británicos con el Brexit.