Su mansión, que daba a la sierra de Casares, parecía un búnker desproporcionado y descapotable, uno de esos palacios incrustados en el bosque que a menudo se utilizan en las películas para simular la residencia secreta de los grandes hombres de Estado y de los emperadores y en el que la presencia de un montón de gente encorbatada y con pinganillo convive extrañamente con el canto de los cernícalos. Sobre sus inmensas terrazas, en alguna de las once habitaciones alanceadas por el sol, la casa de veraneo de Robert Kilroy-Silk se intuía más propensa a la grandilocuencia de las cuádrigas que al temblor del hielo en el vaso y las soflamas sobre Europa, que era la clase de cosas a las que se dedicaba el político y presentador en el momento en el que adquirió el complejo. La prensa hablaba entonces de su hipertrofiada tendencia al lujo, un escándalo menor dentro de su gran cadena de escándalos, en la que ya entonces se advertían simplismos altisonantes y el haber servido de estandarte para el ascenso de un partido retrógrado, el UKIP, el mismo que en estos días, y sin distanciarse del ideario del comunicador, ha querido dejar a Gran Bretaña en el infierno doméstico de la salida de la Unión Europea.

Kilroy-Silk, irreductible euroescéptico, estuvo durante años viajando a la Costa del Sol, sin tener que pasar por ninguna de las incomodidades de la fama que le perseguían en su país, donde su figura siempre ha levantado pasiones, cuando no una indiferencia activa, de las que concomitan con el desprecio y la parodia. En Málaga, extramuros de la colonia anglosajona, apenas lo conocía nadie. Y es más que probable que en los paseos que hiciera por Marbella todos vieran en él a un simple y educado millonario sobrepasado del grifo del moreno berlusconiano; nada que ver con el personaje que encabezaba el rechazo a Europa en Inglaterra y que había protagonizado la mayor polémica de la BBC en varias décadas de programación. El político, que se inició como diputado laborista, vino a la provincia después de haber apuntalado los cimientos de una carrera trepidante, a medio camino entre la resistencia de los buscavidas y una elasticidad moral muy propia de estos tiempos políticos, tan dados a los saltos de discurso y a las deserciones. Su única constante, más allá del antieuropeísmo, fue el abandono; por irse, Kilroy-Silk, se largó hasta del UKIP y de un partido parecido que formó posteriormente, siempre escamoteado en su intento de tumbar rivales y hacerse con el liderazgo.

La salida de la BBC resultó, sin embargo, menos estratégica. El presentador, con una audiencia de 6 millones de espectadores diarios y más de una década en antena, se quedó sin programa, inapelablemente fulminado a costa de su colérica pluma, que le había llevado a desbarrar en un artículo de opinión contra la población árabe. El que fuera portavoz del UKIP fue expulsado de su reino catódico, aunque conservando las rentas de todos sus colaboraciones, lo que le permitió comprarse por casi 3 millones de libras la mansión de Casares. Temerario en sus invectivas, Kilroy-Silk es más práctico en el cuidado de sus finanzas. Incluso, a la hora de sacarle partido a sus posesiones. La casa de la Costa del Sol, como informó en su día The Olive Press, estaba siempre dándole alegrías. Y no sólo con respecto a la afinación del bronceado. Durante el invierno y en las épocas que el presentador seguía en Inglaterra o en Bruselas, la propiedad era arrendada al prohibitivo precio de 12.700 libras semanales. El político justificaba el coste en la inversión de la reforma y las prestaciones del casoplón, que incluía un establo, dos piscinas y un molino de aceite. Un hogar solariego equivalente en sus dimensiones a 114 campos de fútbol, ideal para que el controvertido diputado pudiera desgañitarse con sus tozudas reflexiones sobre la civilización y el dinero de los británicos.

Al presentador, pese a su rechazo a la soberanía compartida con Europa, la aventura en el extranjero no le salió precisamente poco rentable. Su discurso contra la UE, como a tantos otros, le valió para ocupar un sillón en la UE y la ciudadanía comunitaria le facilitó la posibilidad de hacer negocios en España. A finales de esta década, la casa de Casares salió a la venta por más de 10 millones de euros. Y suma y sigue en el silbido de la caja registradora: sin sitio en el espectro político y sin programa propio, Kilroy-Silk ha peregrinado en los últimos años por experiencias televisivas más cercanas a la basura y al espectáculo, con participación en formatos cercanos al reality. Sin renunciar nunca a su moreno anaranjado, satirizado en su día hasta la saciedad en Inglaterra, el político también ha perseverado en una de las aficiones a las que empezó a dar carrete en sus estancias en Málaga: la escritura de las novelas, muchas relacionadas con casos sórdidos e intrigas sexuales. El hombre del UKIP viviendo el sueño europeo frente a la arboleda. Ésa es la paradoja inglesa. Con una mansión como Casares cualquiera aspira a la independencia: unipersonal, a ser posible, y sin llegar a Sotogrande.