Dos papeleras en la inmensidad de la playa de La Malagueta protagonizan uno de los cuadros de su serie Agresión al paisaje. Las paredes de la Galería, del espacio cultural Artsenal, en el Muelle Uno, justo enfrente de la entrada del Centro Pompidou, ofrecen este verano uno de los contenido más variados: rincones del Centro Histórico de Málaga, paisajes andaluces y castellanos pero también la desaparición del silo del puerto, viejas ruinas industriales en Huelin o las obras del metro.

«Los temas son todos pictóricos, lo que hay que encontrar es el lado que se puede realzar, el que puede llegar a la sensibilidad de la persona que está mirando. A veces no sólo hay que pintar jarrones bonitos con flores, los cardos borriqueros, bien trabajados, pueden tener tanta belleza como una rosaleda», argumenta Antonio Cantero Tapia (Málaga, 1957).

Hijo de padre albañil y de una madre limpiadora en un hotel de Benalmádena, el Palmasol, en la naciente Costa del Sol, en Antonio Cantero ha terminado venciendo su vocación de artista gracias al hecho de nacer en una familia con pocos recursos económicos y a que, a los 14 años, tuviera que dejar los estudios para ponerse a trabajar: «Con 16 años era aprendiz de fontanero, estuve montando todas las instalaciones de Echeverría del Palo y el barrio de La Luz, que se estaban haciendo en esa época», cuenta.

Antonio cree que eligió la fontanería por la influencia indirecta de Mariano, su abuelo paterno, al que no conoció porque lo fusilaron durante la guerra. «Según cuenta mi tío, tenía una radio y como decían por dónde venían los nacionales, lo tacharon de rojo», cuenta. Su abuelo tenía una fragua en Ciudad Jardín de la que salió una de las obras más famosas de Málaga: el Puente de los Alemanes.

Pero, la vocación por la pintura fue anterior a la fontanería. El artista malagueño estudió en el colegio Espíritu Santo de su barrio, Dos Hermanas, donde sigue viviendo en la actualidad y como recuerda, «de pequeño el maestro, don Francisco Ortiz, un docente muy bueno que me enseñó a dividir en media hora, me regañaba porque me tiraba toda la tarde para poner el rótulo de Ciencias Sociales en el cuaderno. Cuando murió me enteré de que tenía cuatro cuadros míos».

Por eso, en 1974 ingresa en la Escuela de Artes Oficios, en la que fue su profesor Luis Bono, aunque tuvo que dejarlo por el trabajo y más tarde, en la Academia Velázquez que dirigía el pinto Juan Baena, junto al mercado de Atarazanas -de 1981 a 1986, hasta que el profesor fallece-.

«Tuve que hacerme fontanero porque no confiaba en la pintura para ganarme la vida, así que tuve que compaginar», resalta.

Una etapa en la que pudo unir estos dos aspectos de su vida llegó a finales de los 90, cuando se convirtió por las mañanas en profesor de fontanería en el centro de formación ocupacional Padre Jacobo de calle Ayala, y por las tardes en profesor del taller de pintura en el mismo centro, una doble actividad que mantuvo cerca de quince años, hasta la llegada de la crisis.

Los «malagueñeros» del XIX

Antonio Cantero está convencido de que la pintura «que transmite emoción y viveza es la de los malagueñeros del XIX», en alusión a los pintores en su mayoría valencianos que se hicieron tan populares en la Málaga de entonces, de ahí que su estilo esté muy influenciado por ellos. «Me gusta la pintura en la que te llega al cerebro la información de lo que estás viendo», subraya.

El pintor, sin embargo, no aboga por una pintura realista en exceso y confiesa que es partidario de «sugerir» más que de mostrar. «A veces, le doy con el trapo, quito pintura y surgen mejores efectos que poniendo, porque pintar no es sólo colocar, hay que quitar y arrancar para que aquello vaya cobrando vida».

Con más de 40 exposiciones a sus espaldas en las últimas dos décadas, La Opinión ya le dedicó una página en 2008 por ser uno de los más reconocidos «contrarrelojistas del Arte», porque el artista malagueño ha participado en más de 500 certámenes de pintura al aire libre por toda España y de hecho, ayer lo hizo en el Certamen Nacional de Pintura Rápida José María Martín Carpena que desde hace 16 años organiza en Málaga la Asociación de Vecinos de Martinete. En su palmarés cuenta con 90 primeros premios.

A la hora de hablar de una participación tan alta confiesa que «cuando te gusta una cosa te parecen pocos, he estado por toda España, el sitio más alto en el que estuve, en Frías, Vizcaya, pero también en Burgos, Guadalajara... y con una luz completamente distinta a la que tenemos en Málaga».

Su receta artística es muy sencilla: «Cuando voy a un sitio me dejo llevar por la emoción, voy buscando algo que encuentre y que me emocione».

Y en su búsqueda por el detalle, todo puede ser plasmado, como esa alcantarilla que recogía las aguas del campo en un pueblo de Córdoba. «Tuve la suerte de que me dieron hasta premio y me decían: aquí todo lo tenemos bonito, hasta las alcantarillas», ríe.

Antonio Cantero insiste en buscar el lado emocionante de las cosas y de no tener miedo de plasmar el detalle y cuenta la anécdota de un certamen en un pueblo de Albacete, por el que estuvo dando vueltas sin encontrar nada que le llamara la atención, incluida la plaza de toros, «que no era bonita». Para su sorpresa, el primer premio se lo dieron a un pintor que había pintado el coso. «Me sorprendió, pero luego vi que ese hombre había interpretado la plaza de toros», subraya.

De esos años recorriendo España le queda también el buen recuerdo de esos certámenes en los que, si bien no conseguía premio, «siempre había gente interesada en tener un cuadrito de su iglesia o su rincón y tenías la suerte de ir dejando obras por el camino». Eso, claro, ocurría antes de la crisis.

En la Galería, frente al Pompidou, este maestro de pintores tiene la oportunidad de mostrar su arte. Y cuando se le pregunta por qué rincón de Málaga le falta por pintar responde: «En el Jardín de La Concepción, en los Baños del Carmen hay rincones preciosos. Para pintar Málaga necesitaría tres vidas». Está en ello.