El lunes, 18 de julio, se cumplen el octogésimo aniversario del inicio de la Guerra Civil, aquella contienda que enfrentó a hermano contra hermano, a amigos contra amigos y a padres contra hijos. Esta es la historia de dos días de julio que cambiaron la historia de una ciudad. Sobre aquellos tres años se ha escrito mucho, pero la narración de los hechos acaecidos en Málaga es exigua. Las llamas que devoraron la calle Larios aquella noche son el recuerdo más recurrente de los escritores que vivieron esos sucesos.

El 18 de julio de 1936, Gerald Brenan bajó al Centro a comprar algunas cosas y, al principio, no se sintió extrañado. «Tiempo después me di cuenta de que los policías de la Plaza de la Constitución parecían más nerviosos de lo normal; estiraban el cuello para mirar calle arriba calle abajo, se manoseaban los cinturones y uno de ellos estaba decididamente ojeroso», explica el hispanista en su libro Memoria personal.

Esa misma mañana, la radio informa de que el Ejército ha tomado Ceuta y Melilla y se ha sublevado contra la II República. Las visitas del general Gonzalo Queipo de Llano a Málaga fueron frecuentes aquel caluroso julio del 36. La cúpula militar de Málaga, encabezada por el gobernador de la plaza, el general Patxot, debate sobre la conveniencia de sacar las tropas a la calle. El capitán Huelin y el teniente Segalerva son los más proclives a ello, pero Patxot duda. A las 17.00 horas, Queipo de Llano asume la jefatura del golpe en Andalucía y llama al acuartelamiento de Capuchinos ordenando la declaración del estado de guerra. Huelin prepara una compañía en la que no se cuentan cien hombres.

Mientras tanto, Brenan acude a una librería de la calle Larios y decide pasar a recoger después unos pantalones que tiene en el tinte. «Oí la música de una banda y vi al final de la calle un grupo de gente, hombres en su mayoría, que avanzaba por la Alameda. Más allá, la calle estaba abarrotada de obreros», dice Brenan en su libro.

Esa misma mañana, Edward Norton, un norteamericano que preside la compañía exportadora de almendras Bevan SA, acude al mercado. «Allí oímos rumores de la sublevación militar en el Norte de África. Al volver a casa -hacia El Limonar- parecía haber mayor actividad en los alrededores de la Aduana», describe en sus diarios, reunidos en el libro Muerte en Málaga.

La sección de Huelin avanza hacia la Acera de la Marina. Allí, un tranviario les sale al paso y grita: «Viva la República». Un oficial le dispara, pero no le hiere de gravedad. Instantes después, Brenan escuchó unos tiros que venían de la Aduana, sede del Gobierno Civil. «Oí el tableteo de los fusiles ametralladores», afirma, «aunque nadie disparaba en la dirección a la calle donde estábamos, todo el mundo había empezado a correr, la mayoría en dirección opuesta a los disparos». Apretó el paso y un camión lo llevó hasta Churriana, donde vivía.

Al paso de la tropa se escucha el cierre metálico de las puertas de los comercios. La Guardia de Asalto blinda la Aduana pero los carabineros no salen de su acuartelamiento. Huelin espera conquistar en poco tiempo el Ayuntamiento y el Gobierno Civil, pero la defensa es impecable. Las tropas del capitán se hacen fuertes en el Paseo del Parque, frente a la Aduana.

A última hora de la noche, la muchedumbre y grupos de anarcosindicalistas prenden fuego a edificios de la calle Larios. «Por la noche, el valle del Limonar estaba rodeado de oscuridad, parecía como si Málaga hubiese muerto», reseña Norton.

El gobernador civil, de Izquierda Republicana, no acepta rendirse ante Patxot, y siguen los disparos. Los soldados son hostigados por grupos de obreros. Casi al amanecer del 19 de julio, Patxot ordena la retirada de las tropas, que no han podido conquistar la Aduana. Huelin, herido en su orgullo, discute con el general y se quita las estrellas. Días después será fusilado y su cadáver, paseado por las calles de Málaga. Varios oficiales rebeldes correrían la misma suerte.

Esa noche y los días posteriores el espectáculo fue dantesco. Gamel Woolsey, esposa de Brenan, se levantó temprano el 19 de julio.

«Preguntamos qué había ocurrido y nos dieron confusas versiones: había habido una lucha entre varios soldados que intentaron asaltar el Gobierno Civil, y los guardias de asalto y los soldados abandonaron a sus oficiales (...). Al alba, los barrios pobres se levantaron y quemaron 200 casas», describe la poetisa norteamericana en El otro reino de la muerte.

Por la tarde, y utilizando la ayuda de los prismáticos, Brenan ve desde su casa de Churriana 30 o 40 casas ardiendo. La orgía de fuego llegó a los barrios acaudalados de la ciudad. «En torno a mí, El Limonar y La Caleta, se veía la destrucción de ese domingo rojo (...). La calle Larios se ha convertido en un laberinto humeante de desolación», dice Norton.

Una cruel promesa. En días posteriores, Queipo de Llano, sediento de sangre, hizo una cruel promesa en sus ya famosas charlas radiofónicas: «Sí, canalla roja de Málaga. ¡Espera a que llegue dentro de 10 días! Me sentaré en la calle Larios a beber cerveza y, por cada sorbo mío, caeréis diez!».

Las tropas de Franco, en su mayoría italianos, entraron en la ciudad a principios de febrero del 37.