Antes de La Farola había un farol. Una torre de madera que estaba en el antiguo morro. Un sistema rudimentario para avisar a los barcos, que estaba a cargo de un hombre. La luz la proporcionaba una lámpara de aceite que el encargado de este farol tenía la responsabilidad de llenar para que no se apagase. Las quejas de que, en muchas ocasiones, no se veía la luz levantó las sospechas y se descubrió que vendía el aceite para sacarse un dinero extra. Eso obligó a emitir una orden real que impuso la obligación de poner un vigilante al vigilante de este farol.

Esta es una de las curiosidades que se han encontrado en el estudio de estos documentos, que tienen en Manuel Olmedo y Francisco Cabrera a dos de sus principales impulsores.

Zacarías Reina recuerda que la mayoría de los libros de la historia del Puerto que se han publicado tienen su firma, sacando a la luz anécdotas curiosas. La del farero es una, aunque hay otras órdenes reales que intentan poner orden en el Puerto, como la que prohibe que se eche basura al cauce del Guadalmedina, ya que esta práctica ocasionaba muchos problemas al bloquear la bocana del puerto cuando había una riada.

También hay otra orden real para poner orden en la capilla del Puerto, ya que a finales del siglo XVIII había un sacerdote que se negaba a que oficiara misa otro cura que no fuese él, provocando las protestas de los que llegaban embarcados a Málaga. Finalmente el Rey -en ese momento Carlos IV-, que parece que estaba para un roto y para un descosido, envío una orden para permitir que otros sacerdotes celebrasen misa en la capilla para sus tripulaciones.

También se encuentran propuestas del año 1800 para dar una solución a las riadas que llegaban por el cauce del Guadalmedina... y seguimos sin dar con la tecla.

La comparación de los textos también permite ver el cambio de la caligrafía con el paso de los años. Cómo el grueso de los escritos se hacían a mano, se aprecia el cambio de secretario por el tipo de letra, que era mucho más barroca, pero a la vez clara, en el siglo XVIII y XIX. En cambio, en los años 40, 50 y 60 del siglo XX se aprecia un empeoramiento notable de la caligrafía, dificultando la lectura de muchos documentos.

No obstante, como recuerda Zacarías Reina, todavía queda mucho por estudiar en los fondos existentes.