­El cadáver calcinado que fue encontrado el pasado martes en una de las faldas del monte San Antón podría corresponder a un hombre natural de Granada con antecedentes policiales por pequeños delitos. Esta es la principal hipótesis sobre la que trabajan los investigadores de la Policía Nacional mientras esperan los resultados definitivos de la autopsia y de ADN, puesto que el estado en que quedó el cuerpo descarta la identificación por vía dactilar. Lo que sí tienen claro los agentes desde el principio es que se trata de un ajuste de cuentas. El cadáver, que todavía humeaba cuando el propietario de la finca lo localizó en uno de los hoyos que él mismo había cavado días atrás para plantar olivos, fue finalmente rociado con un extintor de la primera patrulla de la Policía Local en llegar al lugar de los hechos. Luego llegaron los bomberos para sacar el cuerpo del boquete. Estaba amordazado y con las manos atadas a la espalda, aunque serán los forenses los que determinen si a la víctima la quemaron viva con la ayuda de un acelerante o si por el contrario murió antes por otro motivo, además de cuándo. La autopsia comenzó ayer y continuará hoy. Mientras tanto, la Policía Científica y el Grupo de Homicidios de la Comisaría Provincial pusieron toda su atención en el vehículo localizado no muy lejos del finado, tal y como adelantó La Opinión de Málaga la tarde del martes en su edición digital. Tras el descubrimiento del cuerpo, otro vecino dio la voz de alarma al divisar un coche blanco en el fondo de un pequeño barranco. No estaba muy dañado. Las marcas que dejaron los neumáticos en la parte inferior del terraplén evidenciaban que su conductor, que no debía conocer la zona y se quedó sin trazado en una precipitada huida hacia adelante, intentó devolverlo a la pista de tierra sin éxito y huyó a pie. En el coche, que fue recuperado ayer para someterlo a nuevas pruebas, los agentes encontraron diversos indicios que, al igual que el fallecido, apuntan a Granada.

El macabro hallazgo se produjo sobre las 9.45 de la mañana. El propietario de la finca inspeccionaba el terreno cuando se percató de que un olivo cercano al camino estaba partido por la mitad. La rodada que un coche había dejado justo en ese lugar le hizo pensar en que algún conductor despistado se lo había llevado por delante, pero otra imagen le hizo olvidarse del árbol. De uno de los grandes hoyos que había cavado en la ladera para plantar nuevos olivos salía humo. Extrañado, se tuvo que acercar hasta el borde para ver qué había dentro. El cuerpo estaba bocarriba, amordazado, maniatado por la espalda y con las rodillas flexionadas.