De vez en cuando se organizan actos multitudinarios con el fin de concienciar a las mujeres madres, o que están a punto de serlo, que la más sana alimentación para los bebés es la leche materna, y grupos más o menos numerosos de madres, con sus rorros mamando, posan para que los fotógrafos capten la imagen y se publiquen en los periódicos o aparezcan en los informativos de las televisiones. Una de las imágenes más impactantes fue la de un grupo de soldadas de las fuerzas armadas de los Estados Unidos, luciendo el uniforme de campaña, dando el pecho a sus hijos.

Los médicos, sobre todo los pediatras, insisten en la conveniencia de criar a los niños en los primeros meses con leche materna, la mejor terapia para evitar deficiencias y carencias que la alimentación, digamos artificial, no suple.

Estas periódicas campañas me traen la memoria estampas de pasados tiempos no muy lejanos, cuando las familias pudientes contrataban amas de cría para alimentar a sus bebés, bien por la imposibilidad de las madres para cumplir su misión de madres o por otras causas. Los niños abandonados a las puertas de los conventos, en los propios hospitales o de madres sin recursos eran atendidos en Málaga, concretamente en una institución denominada Gota de Leche, que estaba ubicada en la calle Ollerías, donde hoy funciona el Centro Cultural Generación del 27. La Diputación Provincial era la encargada de acoger a los niños abandonados. Para que no murieran de hambre, la Diputación contrataba amas de cría para este servicio. No sé si en uno de estos reportajes conté la sorpresa que se llevó el diputado provincial que desempeñaba la delegación conocida como Visitador del Hospital Civil al descubrir que en la plantilla de amas de cría figuraba ¡un hombre!

Las amas de cría prácticamente han desaparecido. Gracias a los trabajos de investigación para solventar el grave problema de la alimentación de recién nacidos, a través del tiempo han ido apareciendo en el mercado alimentos infantiles que contribuyen a resolver o paliar el grave problema de la alimentación infantil.

No hace demasiados años se lanzó al mercado un producto que se hizo muy popular, el Pelargón. Fueron tantos los bebés alimentados con Pelargón que años después surgieron grupos de jóvenes que se autodenominaban algo así como Generación del Pelargón.

Por aquellos años, e incluso antes, los problemas de alimentación de los bebés se resolvían con otros productos, entre ellos uno que solo conocí por anuncios que se insertaban en los periódicos. Me refiero a la Fosfatina, una substancia alimenticia compuesta principalmente por calcio, azúcar y fécula.

La Fosfatina se perdió del mundo de la alimentación pero quedó la palabra que se aplica ahora al cansancio, al agotamiento, o sea, todo lo contrario al poder de la Fosfatina. Esta palabra ha desaparecido de los diccionarios y enciclopedias. Solamente la he hallado en la edición de 1954 de la Enciclopedia Sopena. Los alimentos infantiles más usados fueron la tapioca, la harina lacteada, la propia leche de vaca, la leche condensada, la maizena mezclada con leche, la crema de arroz, el Anfimón… hasta que llevó la revolución de los potitos, con la amplia gama de los dulces, los salados, verdura, carne, pescado…, potitos que de diversas marcas abarrotan las estanterías de las farmacias y supermercados. Pese al avance conseguido, la leche materna está por encima de todo lo que hoy se ofrece.

Demasiadas ofertas. Como no soy pediatra, ni nutricionista, ni técnico de ninguna especialidad relacionada con la alimentación infantil, no intento enseñar ni aconsejar a nadie. Pero como ciudadano de a pie -de los de verdad porque carezco de coche propio-, me llama poderosamente la atención la proliferación de productos destinados a la gente menuda, a los niños en general, y al matizar lo de en general, lo hago para que las niñas no se sientan ofendidas a sabiendas que no me van a leer porque la mayoría andará en las guarderías jugando, llorando y comiendo lo que den en su casa y en la propia guardería.

Me asusta lo que se ofrece a los niños. Si batidos de fresa, vainilla y chocolate; batidos de frutas, tortas con o sin chocolate, bollos con crema, rosquillas crujientes, galletas de todas clases, tamaños y sabores, piruletas, chocolatinas…, todo ello con risas, música, regalos, sonrientes madres al ver cómo disfrutan los pequeños y regalos, muchos regalos, por consumir lo que de forma insistente se ofrece.

Las madres, contagiadas por la propaganda directa y subliminal, renuncian a las recetas y costumbres que imperaban hace nada, cuando en las casas y en los colegios, se les entregaba para la merienda un bollo de pan y una onza de chocolate o pan con carne de membrillo de Puente Genil o casera. La leche del día había que hervirla dos veces para evitar las fiebres malta. Lo de la leche fresca entiendo que no sea prudente consumirla porque, aparte de que en la ciudad es imposible comprarla, existe el riesgo de las citadas fiebres malta porque aunque se hierva dos veces, el peligro subsiste. Pero, ¿qué leche tiene la leche pasteurizada, uperizada y otros ingredientes desconocidos que aguante en el tetrabrik tres o cuatro meses desde su envasado?

Chuches, venga chuches. Chucherías, o chuches como se dice ahora para ahorrar letras, las ha habido siempre, se han consumido siempre y se han vendido siempre a la puerta de los colegios y de los cines. La gama de chuches era entonces muy limitada, pues se reducía a altramuces, cacahuetes, garbanzos tostados, palodú, almendras, caramelos de menta, regaliz en barra conocido por zara (nombre de la marca envasadora) y almencinas con canuto incluido para practicar el deporte de lanzar los huesos sobre los demás con peligro de saltarle un ojo.

Lenta, pero progresivamente como el IVA, la gama ha ido creciendo hasta el punto de surgir establecimientos dedicados unicamente a su distribución y venta. Eludo las marcas de esos productos para evitar reclamaciones; además, como están en inglés, no sé cómo se escriben correctamente.

Pero son productos como quesitos, gusanitos, galletitas, palomitas… y todos crujientes, muy crujientes para que cuando sean masticados los oigan las personas que están alrededor, sobre todo en los cines. Cruje que cruje, para que te enteres.

No me he entretenido en leer los textos de los envoltorios de esos productos para conocer de qué estan elaborados; me temo que la mayoría de ellos están fritos con aceite de palma, que según los médicos y nutricionistas es la peor grasa porque contribuye a aumentar los niveles de colesterol. Pero cualquiera le dice a una mamá que va al cine con su niño que no le compre un saco de palomitas de maíz.

¡Qué gordita está mi niña! A las madres, y no es de ahora sino de siempre, les encanta, cuando muestran a sus hijos a las amigas, exclamar llena de orgullo: ¡Qué gordita está mi niña! O mi niño, al verlo rollizo con unos muslitos de futbolista en ciernes.

Esas madres, que están muy satisfechas de la gordura de sus niños, serán criticadas por sus propios descendientes cuando llegue la hora de la verdad, entiéndase a la edad de jugar con otros niños de la misma quinta, vayan al colegio público o privado, empiecen a salir y presumir, ir a discotecas y, en definitiva, dejar la niñez e incorporarse a la juventud. La gordura, de la que tanto presumían, se trastoca en problemas de difícil e incómoda solución. La gordura -la obesidad- constituye un problema, a veces muy grave porque cuando se sobrepasan ciertos límites las soluciones no son fáciles.

Hace muchos años, cuando hice un viaje a Estados Unidos, me sorprendió el volumen corpóreo de muchos hombres y mujeres, a los que veía siempre con una coca en la mano engullendo perritos calientes, salchichas y hamburguesas. Yo nunca había visto tantos gordos y gordas en los aeropuertos, en los autobuses, en el interior de los aviones, en las calles, en las tiendas…

Hoy, aquella imagen que me impactó en Nueva York, en Miami, en Houston… se empieza a repetir no solo en Málaga sino en cualquier otra ciudad o pueblo de España.

Los asientos de los autobuses son incapaces de acomodar a un persona obesa, en los aviones personas quedan imposibilitadas de abandonar su asiento porque el que se ubica en el siguiente llena la zona a compartir, las butacas de los cines no permiten la comodidad de esos espectadores de sobrepeso… y a la hora de adquirir prendas de vestir se las ven y desean para encontrar una de su talla.

La obesidad es una enfermedad y hay que combatirla desde la época de las chucherías, que es cuando se inician los males.