Hay un sentimiento de euforia colectiva que en este ciudad invita tradicionalmente a la división de opiniones. El último ejemplo de ello es la polémica que rodea ahora a la noria y la conveniencia o no de que desaparezca para dar respiro, fundamentalmente, a un puñado de vecinos que aseguran haber vivido en el último año con mucho fastidio como los usuarios de la misma se han infiltrado prácticamente en sus salones y han violado su intimidad. Uno se mete en el pellejo de estos vecinos y se imagina recién levantado, tambaleándose todavía por el salón con cara de antipostal, mientras que una familia de cruceristas en la acera de en frente se balancea en las alturas, contemplando la escena como el muestrario de un zoo, y se entiende que la noria les haya provocado cierto malestar. Siempre, al menos, que no se cuente con una vena deliberadamente exhibicionista porque en este caso la noria podría ser algo así como el paraíso dibujado al lado de casa. En realidad, las opiniones generadas por la noria se basan en contradicciones porque la mayoría de los malagueños que están a favor de ella no lo están en calidad de la propia atracción. Es sabido, porque el pulso de calle así lo dictamina, que son una minoría los que realmente se han subido en ella. De hecho, dicen los pocos testimonios locales, que las vistas que genera no superan a las que se pueden obtener en cualquier terraza de las veinte mil que hay habilitadas ahora mismo en la capital, y que invitan a agitar una copa desde las alturas. Si la noria desaparece finalmente de la ciudad, lo que echaran de menos la mayoría de sus defensores no será la atracción en sí, sino la caída de un objeto que les ha brindado un plano, como pocos en la ciudad, para todos aquellos interesados en dotar sus fotos de un toque de cosmopolitismo.

Hay que tomarse muy en serio este asunto, hasta tal punto llega la convicción de que una noria hace ciudades, que la comparación con Londres ha sido una constante. Y esto es un problema serio, ya que aquí entra en juego la teoría de las expectativas. Se puede ser feliz pensando que Málaga es como Londres, pero entonces no se puede ir a visitar la capital británica porque a la vuelta todo acabará en una decepción mayúscula.

La polémica suscitada se vuelve más interesante con la entrada en juego de un nuevo proyecto. El promotor ofrece un nuevo anillo de más de 100 metros de altura ubicado detrás de la sede de la Autoridad Portuaria, pero pone como condición que se le prorrogue la concesión de la noria instalada en el Muelle de Heredia. El nombre con el que ha sido bautizado el nuevo proyecto es el de Estela de Alborán. Más que a una noria que invita a un viaje nostálgico, recuerda a una llanta de una bicicleta gigante. El alcalde ya ha manifestado que el consenso con los vecinos ya no es imprescindible. Contundente indicio para dar por hecho, que más pronto que tarde, Málaga tendrá un nuevo mastodonte girando.