Aceptar que la pareja, un hijo o un padre es adicto no es sencillo, por lo que muchas personas prefieren mantenerlo como un secreto de familia, aunque los expertos consultados por Efe coinciden en la necesidad de que reclamen ayuda para volver a tomar las riendas.

Una adicción puede hacer que una familia cambie por completo, ya que el comportamiento del enfermo influye en la convivencia y modifica la dinámica del hogar, explica a Efe el psicólogo especialista en adicciones, Miguel del Nogal.

Todo puede empezar con un cambio de hábitos, de horario, de humor y con frecuencia también va acompañado de desatención de tareas, salidas nocturnas e incluso se percibe que falta de dinero en casa. Así, afirma este psicólogo, convivir con un drogodependiente va modificando la cotidianeidad del hogar y la mayoría de las familias prefieren negar el problema. Y cuando lo aceptan, gran parte opta por mantenerlo en secreto.

Del Nogal asevera que el universo de las adicciones «está lleno de prejuicios; se ve como una lacra y por eso la familia intenta ocultarlo». También la psicóloga y coordinadora del área asociativa de la Plataforma Madrileña de Entidades para la Asistencia a la Persona Adicta y su Familia (Fermad), Encarnación Pámpanas, insiste en que las drogas todavía son un tabú «porque no está bien visto que una familia tenga una persona drogodependiente y temen ser excluidas», afirma.

Por ello, los especialistas coinciden en que la familia también necesita ayuda para afrontarlo y consideran que mantenerlo en secreto no es la solución, ya que la adicción continuará.

«Los familiares necesitan su propia terapia», asegura Pámpanas a Efe, quien detalla que aquellos que optan por recibir ayuda llegan a la consulta sintiéndose culpables y preguntándose en qué han fallado para que su familiar se haya convertido en un drogodependiente. Todo ello provoca que los familiares releguen su identidad individual al centrarse sólo en la persona adicta, alerta a Efe la psicóloga experta en adicciones, ansiedad y estrés, Margarita López.

«Llegan a la consulta sin identidad, ya que han dejado de lado su vida, su ocio o sus tareas para centrarse en el drogodependiente», añade.

Para estos expertos, esta reacción es un error. López sugiere «apoyar al enfermo, sin dejar de lado la identidad individual de cada uno». Con la terapia, explican los psicólogos, las familias aprenden a desprenderse del sentimiento de culpa, a no sentirse solas, a decir lo que sienten sin el miedo a ser juzgadas y, especialmente, a no pensar que son las peores del mundo, una idea muy común entre ellas.

Si el drogodependiente opta por recuperarse, les espera un proceso largo. Pero si el enfermo no quiere o no puede desengancharse, ¿cómo afrontarlo? Isabel Hidalgo, presidenta de Fermad, relata a Efe la historia de su vida: una lucha constante para lograr que su hijo, que hoy tiene 45 años, se desenganche de las drogas.

Con apenas 20 años el joven comenzó a ser drogodependiente, cuenta la madre. «Ha sido adicto a todas las sustancias posibles, pero sobre todo a la heroína y al alcohol y más tarde a la cocaína». Isabel, que hoy ayuda a las familias desde esa asociación, asegura que «aunque los tiempos hayan cambiando, las consecuencias que tienen las adicciones en un hogar siguen siendo las mismas, desastrosas». Durante los primeros meses Isabel recuerda que intentó mantener la adicción en silencio, pero se dio cuenta de que la familia necesitaba apoyo externo. Acudieron a terapia y no volvieron a ocultarlo porque, según Isabel, «si tienes un enfermo de otro tipo en la familia no lo escondes, buscas información y ayuda».

La terapia les hizo comprender que para atender al paciente, «primero tenían que estar bien en casa». «Esta experiencia me ha servido para ser madre de más hijos, esposa y abuela». En la actualidad, su hijo lleva dos años alejado de las adicciones, aunque es consciente de que puede recaer. Así, procuran que él tenga la mejor calidad de vida.