1. Siempre hacen las mismas preguntas: El simple hecho de pasar la noche en el mismo hostel ya es razón suficiente como para entrar en conversación. La cosa, mientras se van deshaciendo los bártulos, siempre empieza de la misma manera y da lugar al despliegue de los grandes recursos de la comunicación interhumana: ¿Cómo te llamas? ¿De dónde eres? ¿Qué haces? ¿Qué más destinos te depara la travesía? ¿Por qué no me das tu número? Si quieres, me convierto en tu grabadora...

2. Ir de mochilero es la única forma de viajar de verdad: «Porque uno va acumulando más experiencias auténticas que el turista común y se impregna del verdadero pulso de la ciudad», aseguran. ¿De verdad es imprescindible llevar una enorme mochila a cuestas para conocer la fauna local de Sarajevo o para perderse en los estrechos callejones de Nepal? ¿Acaso no te sirven un vermú en la Antigua Casa de Guardia o te niegan un campero en el Mafalda si no vienes con una brújula atada al cuello?

3. Al final, siempre acaba sonando Wonderwall: Una velada acogedora. Todos unidos, formando un grupo internacional en esa terraza del hostel que alimenta a Instagram como si de una mantis se tratara. Con Málaga a los pies y la Catedral de fondo, se bebe cerveza local y se fuma. En algún momento, también se habla de la hegemonía patriarcal. Entre intento e intento de arreglar el mundo, sube él: En la recta final de los veinte, pelo largo, barba de tres días y chancletas Birkenstock. Bajo el brazo, como no, una guitarra desafinada. Apurando mucho, la quinta canción en su lista será Wonderwall de Oasis.

4. Ser un tacaño es lo más: Da igual que sea la cama en alguna cabaña de Chiang Mai, el recorrido en Tuk Tuk por Bangladesh, el wok de verduras en Shanghai o la visita de Mijas en burro taxi. Los mochileros siempre tratarán de regatear el precio a los locales con los que, según sus relatos, tanto se identifican.

5. Por supuesto que tienen un blog: Y una cuenta en Instagram. Facebook. Ahora, qué fastidio, también Snapchat. Una vida virtual que requiere ser alimentada a diario con experiencias espectaculares que se van acumulando en el viaje. A veces, esto se hace con tanta pasión que la visita a la ciudad o los pasillos del museo se convierten en una auténtica pasarela. ¿Dónde hay un Mc Donald´s en Ojén, que necesito wifi?

6. El hostel se convierte en casa: Pantalones empapados colgando en la escalera de la litera. El inventario esparcido en el suelo. Mochileros se pueden tirar meses sin pisar su casa y convierten el hostel en su residencia particular. Olvidan que el sexo o hacer la mochila a las cuatro de la madrugada puede llegar a molestar a los demás.

7. El síndrome del embajador: «En Tailandia la peña come insectos». La mayoría de las historias que traen de vuelta, se basan más en tópicos que en una verdadera absorción de la historia y cultura del país en cuestión.