El 15 de mayo de 1887 se inició la obra de construcción de la calle Marqués de Larios, que en apenas cuatro años fue inaugurada y modernizó la ciudad de golpe. Fue un 27 de agosto de 1891, hace hoy 125 años y un día, exactamente. Fue recorrida de punta a punta por el obispo Marcelo Spínola, el alcalde Sebastián Souvirón y el Marqués de Larios, que financió la obra con el pago de 2 millones de euros al Ayuntamiento a cambio del 90% de los bonos emitidos para recaudar dinero y la propiedad de casi todos los nuevos edificios de la calle. Sólo quedó fuera el número 1 de la calle, que fue adquirido por varios compradores.

La inversión de los 2 millones de pesetas permitió acometer la construcción de la calle, que echó abajo la amalgama de callejuelas sin saneamiento e insalubres que formaban el Centro de Málaga.

Desaparecieron del callejero la enmarañada Siete Revueltas, el callejón del Perro o el callejón del Gato, entre otras. La calle Larios modernizó a golpe de piqueta el Centro, siguiendo la estela iniciada por las calles Nueva y Alcazabilla, que abrieron nuevas vías norte-sur para comunicar con el puerto y ventilar el entramado urbano.

Pero la construcción de la calle, diseñada por Joaquín de Rucoba con proyectos arquitectónicos de los edificios de Eduardo Strachan Viana-Cárdenas, aportaba mucho más que higienizar el Centro e incorporar alcantarillado a la ciudad. Supuso una revolución arquitectónica, aplicando las nuevas tendencias arquitectónicas de la escuela de Chicago: esquinas redondeadas, estructuras metálicas, alturas superiores a la tercera planta, equilibrio en las formas y simetría, lo que la convierte en un ejemplo perfecto del nuevo urbanismo del siglo XIX y estudiada por arquitectos desde entonces.

Su inauguración fue todo un acontecimiento. Sus suelos de madera llamaron la atención, por lo novedoso de la solución y la burguesía festejó por todo lo alto la apertura de la nueva calle. Una cabalgata de lujosos carruajes y una guerra de flores y peladillas, que se lanzaban al público, marcaron los festivos actos de inauguración, aunque acabaron con algún altercado al malinterpretarse eso de la guerra de las flores.

No obstante, la calle Larios no estaba diseñada así inicialmente. Originalmente el Ayuntamiento planteó una gran vía entre la calle Nueva y la Catedral, atravesando el Centro de oeste a este. La entrada de los Larios y un replanteamiento de los argumentos llevó a cambiar su trazado al actual, de norte a sur, además de poner la entrada de la calle justo delante de lo que era el Palacio de los Larios, ya desaparecido y que se situaba donde ahora está la Equitativa.

Desde un comienzo la calle Larios se convirtió en un centro comercial de primer orden. Los edificios fueron ocupados por la burguesía malagueña y los comercios de lujo ocupaban los locales. De hecho, en la calle Larios se puso la primera tienda con precio fijo, ya que hasta entonces era costumbre el regateo.

Pero también hay nombres que forman parte de la historia comercial y hostelera de la ciudad. Son muchos los que recuerdan el ultramarinos Cosmópolis; la papelería Imperio, con su cartel en el que aparecía las figuras de Quijote y Sancho; la modernidad del salón recreativo «2.000» a mediación de la calle; los grandes almacenes de Gómez Raggio; el lujo de Orly; los luminosos de Philips al fondo de la calle, en la fachada del edificio que ocupa ahora Stradivarius y que durante años fue de Espejo Hermanos; o los discos de Ruiz Cueto.

También la hostelería tuvo momentos de auge. Sigue en la memoria el minúsculo bar Ricardo, en la entrada del número 1 de la calle y que cerró tras un incendio. De los locales clásicos, sólo quedan el Café Central y Lepanto, aunque éste mucho más moderno, tras el cierre de la Cosmopolita y su barra de madera tallada. También destacó en su época el Hotel Inglés o el Hotel Londres, en el que podía comerse por 4,50 pesetas y cenar por un duro.

En los primeros años del siglo XX tuvo fama el café Viena, una copia de los establecimientos que podían encontrarse en la capital del imperio austro-húngaro, pasteles incluidos. O La Mar Chica, cervecería donde se veía pasar la vida con una Victoria en la mano.

Tuvo la calle Larios ilustres sombrererías, sastrerías y hasta una tienda de bastones que habría hecho las delicias de Antonio Gala y un establecimiento exclusivo de la marca del chocolate de moda: Matías López.

No hay que olvidar el Círculo Mercantil, con sus grandes butacones de mimbre para que se sentaran los socios, presidiendo la calle desde el número 5 (luego pasaría al 3), donde abrió sus puertas tras la inauguración de la calle. En su interior se encontraba un auténtico Museo de Bellas Artes, con las mejores pinturas de los artistas malagueños del XIX y era frecuente lugar de reunión de la sociedad malagueña.

Sin embargo, en 125 años, la calle Larios ha pasado también por etapas malas. La Guerra Civil afectó a sus grandes edificios, aunque se pudo reconstruir y recuperar su vibrante vida comercial, con diferentes alquileres según la acera que ocupara el local, con más o menos horas de sol, ya que la gente solía pasear por la sombra, lo que significa más clientes potenciales.

De hecho, durante los años 50 y 60 era lugar de encuentro para los jóvenes. Los paseos arriba y abajo de la calle, las chicas por una acera y los chicos por la otra, eran la oportunidad de conocer una posible pareja.

Viviendas

Las viviendas que se construyeron en la calle Larios destacan por sus techos altos, columnas metálicas que sostienen la estructura y le confieren solidez, pero también por tener en su época dos baños y agua corriente. Además, la orientación está pensada para permitir la entrada de sol en invierno y evitarla en verano.

Los suelos hidráulicos en la mayoría de las viviendas dan un elemento más de valor patrimonial.