No hace muchas semanas, en uno de los mil quinientos bares, restaurantes, pubs, taperías, teterías y cafeterías del centro de la ciudad, oí a un camarero decirle a otro del mismo establecimiento Damepampadó.

Yo, como malagueño de nacimiento y residencia, comprendí exactamente lo que pedía uno al otro; los no malagueños que pudieron captar el extraño mensaje posiblemente quedaron in albis, o sea, sin saber qué encerraba la extraña palabra, que en realidad era una farse. Para los no malagueños que me lean, si hay alguno en el censo de mis lectores, escribo en correcto español las palabras del camarero: «Dame pan para dos», o sea, que sirviera pan a una mesa de dos comensales.

Esta escena me invitó a pensar en las frases y expresiones malagueñas que se anticiparon a la extraña jerga de los WWW y email, que desprecia todas las reglas de la ortografía, de la sintaxis y de la gramática. Es un lenguaje en el que se prescinde de la letra H, de la conjunción QUE, reducida a una Q monda y lironda o una K y otras licencias, como la cometida por el fracasado aspirante a presidiente del gobierno de España, don Pedro Sánchez, que optó por reducir su apellido a Snchz, que suena a apellido alemán.

Los adelantados

Los malagueños somos unos adelantados en eso de ahorrar letras y palabras en el lenguaje coloquial; a mí me gusta en algunas ocasiones recurrir en mis reportajes de La Opinión a esa terminología local para que no se olvide con el paso del tiempo, muy lejos, por supuesto, de pretender como los vascos, catalanes, gallegos, asturianos, isleños de las Baleares, valencianos y no sé si de algún lugar más de España, imponer su lengua o dialecto incluso en el Congreso de los diputados… y diputadas para no herir a las fuerzas del cambio y del progeso.

Del rico, extenso y pintoresco vocabulario malagueño rescato hoy algunas palabras, expresiones y frases que se oyen en distintos barrios y sectores de la capital.

Por ejemplo, ¿quién no ha oído alguna vez decir que la sopa está enguachisná o que el niño se está enguachisnao? Es un forma de decir que la sopa está aguada o que el niño está harto de agua.

Para expresar alguna acción peligrosa o que suscita temor hay quien recurre a la frase le tengo más mieo que a una espanúa. Espanúa es síncopa de «espada desnuda» Un arma blanca desenvainada es peligrosa, provoca miedo. De ahí esa rara expresión.

Otra frase que tiene dos significados muy disintos pero que responden a un hecho concreto es no tienes conqueole. A una chantunga, o de apéndice nasal corto, es casi un piropo; por el contrario, a un chato, es un desprecio. Bueno, la frase correcta es «no tienes con qué oler», o sea, que tiene poca nariz, chato o chata según se le espete a un hombre o una mujer.

En uno de los antiguos corralones, donde las familias tenían que compatir el patio, el único grifo para abastecerse de agua e incluso el mismo retrete, se podían oír frases como la María está en cá la Pepa; voy a comprar cal pancalá;el Matías es un engurruñío; esa es un escuerzo; el Juani es un titirimbaina; la niña se ha dado un vardeo”...

Antes de continuar creo que debo traducir algunas locuciones. La María del cuento está en casa de la Pepa; la que va a comprar es cal para encalar o blanquear; el engurruñío era un agarrado o avaro; el Juani es un informal y la niña del vardeo se ha ido a pasear porque le han dicho que se vaya por ahí.

Y antes de pasar a una rúbrica, recordar una frase que ha hecho historia en Málaga. Un jóven le dice a otro: Chicui ¿vamos a Mode? Echan una película de comboy. Y el otro le responde: Qué va. Echan una de curas que es mu pesá. Aclaro lo del Mode. El Mode era el cine Moderno que estaba en la calle Juan de Austria, en el barrio de la Trinidad.

Otras palabras malagueñas o malagueñizadas por el sentido del ahorro que llevamos dentro son escuajaringao (cansado, destrozado, agotado), deformación de descuajeringado, que está en el diccionario de la RAE; entabicar (fornicar); siesomanío (tipo antipático).

... en tus cálculos tiesos

Un malagueño, que es una eminencia en su especialidad -médico-, y que ejerce en una acreditada clínica de Nueva York, de vez en cuando siente morriña y se traslada a su Málaga natal para satisfacer sus deseos de reencontrarse con amigos de la niñez, pasear por las calles de la ciudad, reencontarse con los rincones donde pasó su niñez y adolescencia hasta que optó por continuar su ascendente carrera en una clínica norteamericana.

En uno de sus viajes a Málaga y deambular por calles y plazas oyó a un transeunte discutir con otro. En pleno intercambio de insultos, uno le dijo al otro: Me cago en tus cálculos tiesos.

No lo pudo remediar, y se dirigió al autor del insulto y le espetó: Usted es del barrio de la Trinidad ¿verdad?

El aludido se extrañó ante la injerencia de un desconocido que parecía extranjero y le preguntó: ¿Por qué me pregunta si soy de la Trinidad?

Porque eso de los cálculos tiesos es trinitario, le respondió.

El ilustre galeno se acordó de su niñez y estaba seguro que ese insulto o malos deseos no podía tener otro origen que en el barrio que nació.

Hay que tener mala sangre para desear que los cálculos renales tan dolorosos de expulsar no sean pequeños y redonditos sino tiesos, sin forma, asimétricos…

Distinción

No hace mucho, cuando caminaba por la avenida del Mayorazgo a comprar el periódico, se detuvo un coche a mi altura y el conductor se dirigió a mí con la siguiente pregunta: Jefe, ¿por dónde se va al Centro de Salud?

Le indiqué el camino a seguir… y pensé en el apelativo elegido para dirigirse a mí: Jefe. Yo no soy ahora jefe de nada; dejé de serlo -de los informativos de Radio Nacional- en 1992. No es que el señor me reconociera como jefe. Es que en Málaga es muy corriente iniciar una pregunta con «jefe» o «maestro», aunque uno no sea ni lo uno ni lo otro.

A don José Ortega y Gasset, en una visita a Málaga en 1932 o 1933, un betunero o limpiabotas le ofreció lustrarle los zapatos. Inició la oferta con «Maestro». Y le limpió los zapatos. Al comentarlo con un malagueño que conocía, Ortega y Gasset le narró la escena. Le había sorprendido que le reconociera por aquello de «maestro». Su amigo le sacó de dudas: en Málaga es muy corriente dirigirse a un desconocido con el apelativo de maestro.

Claro que México son más otentosos y recurren a algo más llamativo: doctor. Cuentan que en un caso similar al de Ortega y Gasset, se dirigieron a un señor con el rimbombante «señor doctor». El interesado le preguntó: ¿Y cómo sabe usted que soy doctor? La respuesta fue contundente: Aquí, manito, a cualquier hijoputa le llamamos doctor.

Despedida

Como hoy me desenvuelvo en el vocabulario popular malagueño, extensivo a la de otras provincias españolas, me viene a la memoria una pregunta reservada a los amantes de los acertijos. La pregunta podría ser algo así ¿qué famoso actor del cine norteamericano ya fallecido es el más recordado de todos pese al tiempo transcurrido? La respuesta es Burt Lancaster. Y por qué. Muy sencillo: hay una una frase que se repite con frecuencia cuando se produce un fallo, una metedura de pata, un desafortunado deliz… La frase es La cagaste, Burt Lancaster.