Ha sido escaparate, reserva de tubos de gasoil, emporio en línea recta, mármol furioso, vecindario, tumulto de rebajas, camino de estibadores, cristo de madera, comadreo, exposición de fotos. Sus vidas, algunas espontáneas, otras patrocinadas, han tenido la virtud de reflejar el salto al nacimiento urbano. Antes de la calle Larios, en Málaga, éramos otra cosa; y la calle un relato de encendidas metonimias, con rejas semiabiertas, abrigos de la luna o tranquilos juegos infantiles sobre la grava. Fue con su fundación cuando la ciudad se hizo ciudad. Y eso sólo fue posible porque los ciudadanos, perdidos en sus escalas monetarias, comenzaron a serlo, aunque fuera de modo ficcionado; brotaba la burguesía y el paseo, esa moda de seminaristas e ilustrados, empezaba a democratizarse. Nada hay en el fondo más andaluz que una calle. Y Larios, en ese sentido, cumplía la función de ser moderna y a la vez dotar a Málaga justamente de lo que más añoraba. Quería la ciudad una calle para recorrer con el puro y las señoras del brazo y de repente le salió la Torre Eiffel, el arrullo de La Meca, los flashes preventivos, las conexiones de la tele. Con su toldo, sus volutas, sus barroquismos laboriosos, Larios ha devenido en un símbolo, en una historia instantánea, en un salvapantallas. Más que una calle es un jalón, un apóstrofe, una palabra que sirve para identificar a Málaga, el marqués absorbido para la historia por la toponimia y el mármol. En Larios, lugar de citas, han pastado los amantes furtivos, los conspiradores, los que buscan el voto, los cruceristas, los verdiales, las manifestaciones. Un ejército de sombras y de zombis que oculta su mejor momento, el de la primera hora de la mañana, cuando todo es luz blanca sobre el blanco, con fondo de camiones de Limasa. Larios, la calle pija que quiso ser salón y terminó baqueteada entre tientos de oficinistas y de marcas, los áticos que ambicionan los señoritos de Madrid, la noble, la muy denodada, el centro del centro, la catedral civil, el espejo real y, por lo tanto, deformante.