Alfonso Vázquez, en su diario quehacer al frente del espacio Crónicas de la Ciudad, se ha convertido en el permanente tic-tac o ring-ring que martillea la conciencia de nuestros electos ediles o concejales, recordándoles que ostentar tal distinción no es sinónimo de disfrute del sillón más o menos cómodo que por el cargo les corresponde ni privilegio para presentar mociones y más mociones para la ejecución de proyectos que por su volumen económico son casi siempre imposible de llevar a cabo. Se pasa días y días señalando con el dedo defectos y defectillos de nuestra ciudad sin que ningún miembro de la corporación lo tome en consideración.

Con el cinco por ciento -o quizá con menos- de cualquier proyecto de difícil realización, como el Bosque Ciudadano en los terrenos de Repsol, la ejecución de las obras de aprovechamiento del antiguo Campamento Benítez, la solución Guadalmedina, el soterrado de las vías Estación María Zambrano-Puerto, el destino de los ruinosos edificios de los antiguos cines Victoria y Astoria, la construcción del gran auditorio en la explanada de San Andrés, la última locura de la construcción de un túnel entre la Alameda y los Baños del Carmen y varias obras faraónicas que la ciudad necesita, por supuesto, con ese cuatro o cinco por ciento de cualquiera de las obras apuntadas, repito, la ciudad mejoraría de forma ostensible. Son las acciones que Alfonso Vázquez apunta diariamente en su sección.

Pequeñas grandes obras

Ningún concejal, que se sepa, exige, por ejemplo, que se repongan los árboles perdidos en numerosas vías de la ciudad, con alcorques vacíos que reclaman «un árbol, por favor»; la reparación de los pavimentos de aceras con losetas que se mueven como teclas de pianos; eliminación de matajos que avanzan de forma inexorable por doquier; vallado de solares públicos y privados convertidos en basureros; puesta a punto de las fuentes ornamentales; repintado de las señales de tráfico tanto verticales como horizontales; eliminación de la roña acumulada en las aceras; limpieza asidua de los chicles y ceras resultado de la mala educación de los ciudadanos y de las procesiones de Semana Santa y su secuela interminable de otras salidas de imágenes a la calle, respectivamente; vigilancia de los ruidos nocturnos que enbloquecen a personas que no pueden dormir; limpieza diaria de los grafitis y pintadas que delatan mala educación y falta de conciencia ciudadana creando un clima de suciedad y abandono; creación de un servicio a cargo de la policía municipal de paisano que vigile por la noche calles y plazas y sorprenda en plena faena pictórica a los individuos e individuas que en lugar de estudiar se dedican a destrozar a ciudad y que ese servicio vaya provisto de pintura, brochas y rodillos para obligar in situ a reparar los daños aunque sean las tres de la madrugada; quitar el polvo acumulado en las luminarias…

Si los representantes de los malagueños de los distintos partidos políticos elegidos se dedicaran a rastrear como Alfonso Vázquez lo hace a diario, el dinero del IVA, del SARE, del IBI, de la ITV, del ITE… y de los catorce mil impuestos más, si se gastara en esas pequeñas obras, Málaga no sería solo objeto de atención por parte del New York Times sino por el mismísimo Pravda de Moscú, Die Welt Hamburgo, La Prensa de Buenos Aires, el Herald de Melbourne y quien sabe si el Nepszabadág de Budapest. La ciudad estaría de dulce o de guinda, que también se utiliza para expresar la exquisitez de algún producto o hecho.

Adjetivos calificativos

Mi admirado colega creo que ha agotado los adjetivos calificativos que endosa a los cafres que se dedican a emporcar la ciudad. Recuerdo que entre otros utiliza los vocablos antropoides, cabestros, primitivos, homúnculos, merluzos… Le sugiero algunos para las próximas denuncias, como mastuerzo, bárbaro, descerebrado, vándalo, asno, pirao, incivil, bestia… y toda la gama relacionada con el ganado porcino que es rica como el jamón de pata negra y contundente: puerco, guarro, cochino, cerdo…

Lo malo es que no se dan por aludidos los homúnculos que señala Vázquez en sus crónicas. Pero al menos uno se queda a gusto.

Las campañas de concienzación ciudadana para el respeto del mobiliario urbano, de que no arrojen plásticos fuera de las papeleras y los contendores, que las colillas de cigarrillos y puros y sus envoltorios tienen otro destino que no es el suelo de aceras y calzadas, que el gasto de limpieza de la ciudad se podría rebajar a la mitad si hubiera un mínimo respeto…, está demostrado que no sirve para nada porque el ciudadano mal educado debe ser objeto del trato que merece y que se resume en tres palabras: leña al mono. No clamo por la violencia; clamo por algo más sencillo: multa. Y no para su tramitación por los caminos reglamentarios: multa y pago in situ. Es posible.

En los espacios protegidos o parques nacionales de Canadá, me contaba un matrimonio malagueño que vivió varios años en aquel país, se obliga a los visitantes, al abanonar el recinto, a depositar en unos recipientes preparados para tal efecto, los restos de las comidas y meriendas. Si al entrar declaran que llevan en las mochilas tres latas de refresco, una bolsa con bocadillos y otros artículos, tienen que salir del lugar con los mismos productos o sus sobras.

Aquí, en la playa de La Malagueta o de Pedregalejo, donde cada día se acumulan basuras de todas clases -botellas, envases, plásticos, colillas…- habría que adoptar alguna fórmula parecida. Lo mismo que en los botellones. Ningún botollonero podrá abandonar el lugar de cita si no carga con los botellas y pringosos papeles de hamburguesas, pizzas, pipas de girasol… Lo indignante es que después de un día de playa, de una reunión de amigos y amigas que se reunen a beber…, el Ayuntamiento tenga que recoger y asearlo todo para que al día siguiente los mismos hagan lo mismo. Lo dicho, «leña al mono».