Como no se trata de redactar la historia de la Costa del Sol, pido al lector un poco de comprensión, o sea, que acepte la ligereza y desenfado de mis impresiones. Este espacio que La Opinión me concede cada semana con el título Memorias de Málaga me parece exagerado; yo hubiera preferido algo más modesto, menos presuntuoso. Con el pronombre personal mi en plural -mis- hubiera quedado mejor: Mis memorias de Málaga.

Me remonto a los años anteriores a la inauguración del Hotel Pez Espada -1959-, que fue y sigue siendo, el hito que marcó la expansión de la Costa del Sol y su espectacular desarrollo; retrocedo a los años que en Torremolinos existía una centralita de telefónica con la que había que conectar para pedir a la telefonista -solo había una- que le pusiera en comuniación con el abonado número tal. Pasaron varios años antes de que la Telefónica llevara a cabo la construcción de una central automática. Hablar con un abonado de Torremolinos práticamente era imposible: siempre estaba comunicando.

En aquellos años, para alquilar una casita en Torremolinos o la Carihuela, era obligado ponerse en contacto con doña Carmen Montes, que ejercía la profesión de gestora de alquileres. «Doña Carmen, se decía, quiero una casita para quince días del mes de julio o agosto». Ella era la reina del sector inmobiliario. Quizás en Torremolinos exista una calle con su nombre. El que no recuerdo es el nombre de la telefonista, que algunos viejos del lugar recordarán con cariño por su denodado esfuerzo de complacer a miles de personas que urgían poder hablar desde Torremolinos o con Torremolinos.

Rodolfo Prados, que tenía en la calle Larios de Málaga un comercio dedicado a la radio, música y deportes, amplió su actividad a la entonces barriada de Torremolinos. Se hizo construir un local que semejaba una embarcaión con el nombre de Bazar Aladino.

Angelita Rubio-Argüelles, condesa de Berlanga de Duero, abrió en Montemar, junto a la carretera N-340, un mesón o casa de comidas bajo el enunciado La Posada, donde se servían comidas caseras como potajes de judías -entonces habichuelas blancas-, lentejas, garbanzos, huevos fritos… En el local alternaban sin distinción de estrato social trabajadores de la construcción, turistas, personal administrativo de hoteles… No había dicriminación alguna.

En la calle Horno, a la entrada del pueblo por la carretera de Cádiz, existía una panadería -hoy, boutique del pan- que elaboraba unas tortas que llevaban el nombre de la localidad y que eran muy solicitadas. Venía funcionando desde los años veinte del siglo pasado y se envasaban en cartuchos de papel de estraza.

Hoteles, apartamentos

Empezaron a construirse hoteles y apartamentos equipados con adelantos casi desconocidos, como los grifos de los lavabos que se ponían en funcionamiento al colocar las manos bajo el grifo, secadores de manos que lanzaban aire caliente con solo acercar las manos húmedas, dispensadores de jabón líquido…

Entre los establecimientos levantados a toda prisa destacaron el hotel Riviera, el Tritón, Costa del Sol, Carihuela Palace, el 3 Carabelas -consstruido en diez meses-, el complejo Alay, Al-Andaluz…

No había personal preparado para atender al turismo de calidad o de alto poder adquisitivo que afluía en cantidad atraído por los bajos precios porque la relación entre el marco, la libra y el dólar con la peseta era muy beneficiosa para los turistas de los países con esas monedas.

En los bajos de los hoteles se instalaron tiendas en las que se ofrecían desde perfumes a cremas solares, desde joyas a objetos típicos, jabones de tocador, bañadores y hasta trajes de torero…, hasta el punto de llegar a pagarse por uno de aquellos trajes de luces hasta seis mil pesetas de los años sesenta.

Convenciones, congresos...

Con la apertura de hoteles y el espaldarazo de la construcción del Palacio de Congresos de Torremolinos, iniciativa de la Cooperativa de Promotores de la Costa del Sol -1970-, Torremolinos se convirtió en un lugar preferente para la celebración de congresos, asambleas, simposios, conferencias, festivales, viajes de incentivo, ferias de muestras de diversos productos… Antes del gran logro del Palacio, el Hotel Las Mercedes de Torremolinos fue elegido por dos firmas de productos cosméticos para reuniones de personal femenino de perfumerías de toda España para incentivar la venta de sus mercancías. Revlon y Juvena, durante años, celebraron sus viajes de incentivo en el citado hotel con cientos de jóvenes seleccionadas para ser buenas vendedoras.

Personal especializado

Se echaba de menos en la zona personal especializado, como conserjes, recepcionistas, camareros, cocineros, pinches, bañeros, barmen…, responsabilidades que exigían, por ejemplo, práctica, experiencia, conocimiento de inglés y otras lenguas…

Muchos puestos de responsabilidad fueron ocupados por profesionales llegados de otras provincias españolas, especialmente de Madrid, Barcelona y de otras ciudades. Las posibilidades de ejercer en Torremolinos primero y en la Costa del Sol en general después, eran ilimitadas. Yo conocí directores de hoteles, recepcionistas, jefes de cocina, responsables de planta, técnicos de mantenimiento, animadores, intérpretes, guías…, que se establecieron en la zona y que hoy, jubilados, siguen en la Costa del Sol disfrutando como los que disfrutaban de la zona cuando ellos llegaron buscando trabajo.

En el Hotel Pez Espada, que era uno de los mejor dotados de personal preparado, fui testigo de una jocosa escena, producto de la escasez de profesionales competentes. Fue con motivo de la cena de clausura presidida por el ministro José Solís Ruiz, a la sazón responsable de la Organización Sindical.

Con otros compañeros de la profesión estuve en la mesa reservada a los informadores.

Cuando llegó la hora del postre -una copa de helado acompañada de unas galletitas-, el camarero que atendía nuestra mesa -seguramente un correturno o contratado para un solo día-, fue completando el servicio. Uno colocaba la copa de helado y el segundo, con la ayuda de una pinza, completaba el servicio con dos o tres galletitas. El primero, al descubrir que se excedía en el complemento de las galletitas, le advirtió que solamente había que servir una unidad por copa. Pero la observación no la hizo con delicadeza. Le dijo lisa y llanamente: ¡Chicui, una barba!

Mi compañero de mesa, Apolinar Gallardo Guidet, redactor gráfico de La Tarde, me dijo al oído: «Como intente quitarme una se la va a comer con tenacilla incluida».