Aunque siempre habrá algún malaguita poco acertado que diga aquello de «cuando termina la feria, termina el verano», lo cierto es que en el fuero interno de cada uno se atisba el final de la época estival de manera diferente. Una vara que varía con los años y marca el paso de los veranos.

El contexto de una vida marca por completo los parámetros para dejar atrás esta estación. Para los padres imagino que se traduce en carreras a contrarreloj de desayunos y trayectos al colegio. Los funcionarios lo digieren a golpe de pitufo mixto y café solo en pleno descanso. Para los amantes de los buenos propósitos se convierte en la fecha clave para retomar la dieta, regresar al gimnasio, volver a estudiar un idioma... Otra forma podría ser la despedida de un amor de verano, una historia que a pesar de que no llegará a ver el otoño, por muchas estaciones que pasen siempre te hará sonreír.

El amor de verano se traduce en una ilusión sin límites que juega con el tiempo en contra. Continuar la historia, intentar alargar su vida más de lo que ha brindado ese momento puede hacer que pierda la magia.

Por unos días, horas o semanas sentir y dejarse llevar es el principio que impera en cuerpo y mente. Una forma de vivir de forma intensa, sin tapujos, sin remordimientos por la sencilla razón de que el final está ahí.

Los hay de una noche y tres copas. De viajes para explorar mundo y acabar conquistando una tierra desconocida. De miradas que dicen más que cualquier palabra.

Los hay prohibidos, guardados en el cajón de los yo nunca. Esos que uno se llena de valentía para disfrutar pero huelen a cobardía por no ser capaces de mirar al frente y entonar el mea culpa.

Algunos surgen en un instante, otros se labran a fuego lento entre conversaciones que aguardan más confesiones que años de relación. Los hay de todos los colores e idiomas.

El amor loco, sin mesura, sin por qué al que responder, sin explicaciones que dar brinda la oportunidad de vivir sin reservas. Conocer está sobrevalorado cuando se trata de disfrutar del momento.

El corazón se ensancha y bombea a ritmo de felicidad. Uno rejuvenece y adquiere una expresión facial que denota paz y relajación en términos absolutos.

El amor de verano revive lo que parejas no logran en horas interminables de terapia. Es mágico.

Pero amanece. Llega el día de volver a casa. Suena esa llamada que supone un golpe de realidad. El final se ha clavado entre ambos. Solo queda sonreír y continuar.

Olvidarás su olor, su risa sonará lejana y encontrarás a alguien con quien no solo compartir una noche, un tiempo limitado, sino alguien con quien querrás despertar cada día de tu vida. Eso será amor pero siempre que escuches esa canción, que regreses a ese lugar o viajes por tu mente a ese momento, sonreirás.