­Decía Julio Cortázar que la esperanza es la propia vida, defendiéndose. Y ese parece ser el espíritu de Antonia Guevara, una malagueña de 70 años que vive en Huelin y que desde el 6 de abril de 1987 no ha vuelto a saber nada de su hijo David, que entonces tenía 13 años y era un prodigio de la pintura. El pequeño, que hoy tendría 42 años, ha pasado a la historia negra del país como el niño pintor y la investigación policial permanece abierta, pero su pista se pierde aquella tarde cuando iba camino del autobús.

El año pasado falleció el padre y la familia, para acceder a la herencia, ha tenido que recurrir al Juzgado de Primera Instancia número 8 de la capital para pedir que sea declarado oficialmente fallecido, dado que es heredero y los bienes están bloqueados. Ayer se celebró la vista con la presencia de la progenitora, dos de sus vecinas y uno de los hermanos de David.

Antonia continúa esperando que el destino le devuelva a su orilla alguna noticia de su hijo: «La policía me ha dicho que el caso no se cierra». Luego, ella misma calificó la lucha de casi tres décadas de silencio como «incansable». «Es un trámite, pero para mí, mi hijo sigue vivo esté donde esté y algún día espero tener noticias de él, aunque hayan pasado 29 años», afirmó, para añadir: «Mientras no se demuestre otra cosa, esperamos que algún día vuelva».

Incluso, recordó cómo comenzó esta larga pesadilla: «Fue a una exposición, que exponía un cuadro, salió de casa a las 18.00 horas y hasta hoy». El pequeño iba a una galería de arte del Centro que exponía uno de sus cuadros dedicado al Cristo de la Buena Muerte y sólo llevaba el bonobús. Después, debía ir a sus clases de pintura y su padre lo iba a recoger a las nueve de la noche, pero nunca más lo vieron.

Los investigadores barajaron varias hipótesis, el secuestro o una huida del niño, pero ambas fueron descartadas, la primera porque nadie aseguró tenerlo y la segunda porque el entorno de David Guerrero era normal y no había problemas ni familiares ni escolares.

Los policías encargados del caso entrevistaron a los conductores de los autobuses de la zona, pero ninguno de ellos retenía en su mente que un niño de 13 años subiera aquella aciaga tarde a su vehículo. Esa noche, la reina Sofía visitó Málaga para inaugurar el Teatro Cervantes y la comitiva real debía pasar precisamente por la barriada en la que vivía la familia. Tal vez, entre el gentío, alguien pudo haberlo visto, pero tampoco fue el caso.

En los meses posteriores a la desaparición, los padres, vecinos y amigos peinaron toda Málaga en busca del pequeño, incluso usando las dudosas informaciones de los videntes. Se repartieron pasquines y carteles con su cara, pero no hubo fortuna. A David se lo había tragado la tierra, pese a la recompensa de un millón de pesetas que se ofreció a cambio de alguna información que resultase fiable.

Las hipótesis sobre su paradero se dispararon en los años inmediatamente posteriores al mutis por el foro del pequeño: se llegó a decir que había sido secuestrado por una red de falsificadores de arte o que había huido voluntariamente de casa. En Málaga, hubo una manifestación multitudinaria pidiendo su vuelta. Apenas meses después, en noviembre del 87, Melodie Nakachian era secuestrada en Marbella. Hija de Raymond Nakachian y la cantante coreana Kimera, el rapto se resolvió rápida y satisfactoriamente, al contrario que el de David.

A lo largo de estos treinta años, muchos testigos dicen haber visto al niño pintor en Milán, Sudamérica o Portugal. En este último caso, una pareja de policías se desplazó a la capital portuguesa, porque turistas españoles dijeron en 1997 haber reconocido al desaparecido pintando vírgenes junto a otros niños en las calles lisboetas. Otra pista falsa.

Apenas tres años después de la desaparición, una camarera de piso encontró una enigmática nota en su hotel que hacía referencia al nombre del niño y la barriada en la que vivía. Los agentes fueron esta vez a Berna, puesto que el hallazgo del manuscrito fue simultáneo al alojamiento en este negocio de un suizo de 70 años. El hombre acababa de fallecer. El helvético, aficionado a la fotografía, tenía la costumbre de parar a la gente por la calle para inmortalizarla, pero en su archivo no había ni una sola imagen del niño. Otro camino sellado.

Incluso, se investigó a dos pintores belgas que vivían en Marbella, pero no hubo respuesta alguna.

La investigación continúa abierta 29 años después pero no hay conclusión alguna más allá de la esperanza de su madre en volver a verlo vivo, tal y como lo vio marchar aquella lejana tarde de abril de 1987.