­Suicidio. Es el túnel negro. El drama silencioso. La sinrazón del instinto de la naturaleza. El gran tema tabú en los medios. Un acto que provoca cierto rechazo. Aunque el número de muertes voluntarias duplica en España a los fallecimientos por accidentes de tráfico. La sociedad se desquita de la culpa y en la voluntariedad está el castigo. «No es un tema al que le beneficie ser tabú», asegura Rivas. Sabe, como pocos, que la mente humana es tan impredecible como compleja. Pero se puede salir de un agujero tenebroso donde nada tiene sentido. «Hay que hablar», repite, mientras reflexiona para La Opinión sobre la caída libre sin retorno y sus múltiples causas.

¿Alguien que se suicida quiere morir de verdad?

Hay personas que ciertamente lo tienen claro. Incluso, toman medidas muy pertinentes para lograr su objetivo. Otras, en medio de unas circunstancias de fuerte carga emocional, hacen un intento. A nivel de guía teórica se pueden distinguir dos tipos de situaciones: los que se quedan en el intento y, por lo tanto, podría considerarse prácticamente como una apuesta por la vida y una petición de ayuda. Y los que siguen adelante con su propósito. Después, la realidad es mucho más compleja, más mixta. Lo que sirve como una especie de guía teórica para saber desenvolverse, tampoco se puede tomar de una manera rígida. Te encuentras con personas que lo van a volver a intentar, y que lo acaban logrando.

El número de casos ya duplica en España a las muertes ocasionadas por accidentes de tráfico. ¿Por qué sigue siendo un tema tabú? ¿Acertamos en no hablar de ello?

No es un tema al que le beneficie ser tabú. Pero hay múltiples factores por los que se sigue guardando silencio. Venimos de una tradición judeo-cristiana, en la que se contempla como natural el apostar por la vida. El suicidio es como una especie de acto contra natura. De hecho, hasta no hace mucho, a los suicidas no se les enterraba en los cementerios. Además, estamos hablando de algo que hay que tratar con cierta discreción porque detrás de un suicidio consumado se juega con muchos sentimientos.

¿Un suicidio provoca otro suicidio?

Hay pocas cosas tan contagiosas. La conductas más extravagantes son las que se contagian. Es algo que ha pasado históricamente. Las penas del joven Werther de Goethe se prohibió porque hubo una auténtica epidemia de suicidios entre los jóvenes europeos. Todos querían imitar a Werther, que se mató por amor.

¿Entonces conviene omitir los suicidios en los medios?

Todo depende de cómo se traten las cosas. Si se plantea como algo fascinante, y lo enganchas a una historia individual, como si el suicidio fuera un acto heroico de amor o de entrega estás presentando un modelo de conducta que merece ser aplaudido. Insisto, todo depende del tono.

¿Cuántos gritos de alerta pidiendo ayuda se pierden sin que nadie los haya escuchado?

Seguramente son muchísimos. Pero esto es hacer conjeturas. El índice o el dato, tal vez más importante del riesgo de suicidio, es de alguien que lo haya intentando. ¿Cuántos habrán lanzado su petición de ayuda entonces sin que nadie los haya podido oír?

¿Qué papel juega la sociedad? ¿La sensación imperante de que cada uno puede hacer con su vida lo que quiere influye en el suicidio?

Puede influir en la nueva vivencia del yo con menos ataduras sociales y, por lo tanto, con menos obligaciones. ¿Que la creciente individualidad pueda influir? Es probable. Igual que en el pasado influían otros aspectos. Tal vez, a pesar de las peculiaridades de esta sociedad moderna, haya menos suicidios ahora que antes.

¿Detrás de cada caso hay una patología concreta?

No siempre hay una patología. Que duda cabe de que hay intentos o suicidios consumados que son suicidios muy bien planteados, muy bien reflexionados. Hay personas que estiman que la vida ya no tiene nada positivo que darles. Lo cual no quita que hay otros casos en los que sí hay patologías detrás, siendo las tres más frecuentes la depresión, la esquizofrenia o el alcoholismo.

¿Diría que el instinto suicida está latente en cada uno de nosotros?

Tenemos claro el instinto de vivir. La naturaleza busca mantenerse y la vida es tozuda. Freud hablaba de la pulsión de vida y la pulsión de muerte. Pero no de instinto. ¿Que la naturaleza busca su propia muerte? Yo tengo mis dudas. Si existiera tal instinto, ¿por qué no se suicidan los animales?

¿Cómo influye el estatus social?

No influye para nada. Se suicidan los ricos, los pobres y los medio pensionistas. Cada uno por sus razones. Podríamos decir que el suicidio es democrático.

¿Se puede afirmar que la crisis económica ha incrementado el número de suicidios?

Tenemos indicios razonables como para pensar que sí. De hecho, las cifras en los últimos años han aumentado de forma importante, lo mismo que han aumentado de forma importante los cuadros de depresión y ansiedad.

¿Qué importancia pueden tener experiencias traumáticas en la infancia a la hora de fomentar un suicidio?

En general, situaciones traumáticas vividas en el pasado influyen en el presente y en el futuro, y lo hacen con carácter negativo. En muchos casos de patologías psiquiátricas nos encontramos historias traumáticas de distinto tipo. Agresiones, intentos de violaciones y demás. En algunos cuadros clínicos, siempre se debe de indagar sobre la historia pasada. No es que el suicidio se ligue a esto. Hay otros factores, pero puede influir, desde luego.

¿Cuál es la sensación que experimentan las personas en riesgo? ¿La mirada ante la vida se convierte en un túnel negro y no permite ver el alrededor?

Están en el fondo de un pozo negro sin salida. La otra sensación, y es la fundamental, es la desesperanza. Ni la tristeza se le acerca. Tenemos a personas con depresión aguda y con gran tristeza que ni se lo plantean. Por eso, uno de los grupos donde el suicido es más frecuente es en las personas mayores de 70 años.

¿Qué efectos se producen a nivel mental para que ni argumentos de peso, como pueden ser hijos o padres, aten al suicida a la vida?

Lo que he dicho antes. La desesperanza se apodera. Todo ese tipo de argumentos carecen de valor. Tener hijos será algo maravilloso, pero si yo no espero nada de la vida y estoy en un pozo negro. Imagínate 24 horas. Cada hora, 60 minutos. Cada minuto, 60 segundos. Y estoy obligado a vivir cada segundo.

¿Cuál es el camino para salir de la espiral negativa?

Hablar. Pedir el apoyo y la ayuda de un profesional que pueda echar una mano. La propia familia. Tirar de los recursos sociales. Si te lo callas, es bastante más difícil salir.

Desde los primeros pensamientos, hasta culminar el suicidio. ¿Se pueden establecer diferentes fases?

Sí. En cada fase, se van dejando señales, advertencias que pueden ser pistas. Desde que una persona siente cierta tristeza y, poco a poco, a veces de forma esporádica, se le plantea la idea que una solución podría ser la de quitarse del medio, hasta que esa idea se hace firme hay indicios. Una cuerda comprada, uno va acumulando pastillas. Después, si tienes que arreglar algo de tu testamento, escribir una nota a tus familiares... Todo eso son fases. Pueden ser meses, incluso años.

¿Detrás de todo no se genera un sentimiento de culpabilidad?

La culpa es terrible como factor. En este caso, además, pesa más porque durante la ideación se intensifica este sentimiento. ¿Qué dejo detrás de mi? No espero nada ante la vida, pero quizá mis hijos me necesitan. Les dejo a mis hijos esta historia.

Un suicidio abre un herida enorme entre familiares y el entorno. ¿Cómo impacta un caso de suicidio en el círculo cercano?

Es algo horrible. Además de la perdida, la tristeza y el duelo está, en muchísimos casos, el sentimiento de culpa. ¿Yo hubiera podido hacer algo para evitarlo? ¿No dio suficientes signos y yo estaba en lo mío, ni siquiera me he dado cuenta? Es más, ¿era un ataque contra mí? Yo soy el padre y le di la vida y se ha desprendido exactamente de lo que yo le di.

¿Cómo se digiere el golpe?

A veces, requiere tratamiento. En otras, necesitamos nuestro tiempo. Las personas somos muy resistentes y tratamos de metabolizar lo ocurrido para ponernos en paz con nosotros mismos. Con todo eso, a veces se logra, a veces no. Es más, por ese dolor de la culpa se favorece la herencia del suicidio.

¿Se hace más llevadero cuando se conocen las razones que han llevado al suicidio?

Entiendo que sí. Es más, el suicida deja su carta para exculpar a los suyos. Dentro de lo que cabe, es un pequeño alivio.

¿Qué significa un suicidio para el profesional, cuando, en teoría, su trabajo es justo evitar que se llegue al punto de no retorno?

Uno intenta, hasta cierto punto, no sentirse muy atravesado por los sentimientos y las emociones que se ponen en juego en una relación entre paciente y profesional. En salud mental, hay muchos aspectos distintos a otras relaciones sanitarias basadas en lo estrictamente biológico. Uno intenta también saber que está actuando de forma profesional y tener cierta distancia de esas emociones y sentimientos. Pero hay pacientes que te pueden doler muchísimo, y que te pueden dejar un sentimiento de culpa. Si me lo avisó en el fondo la última vez que vi. No supe tratarlo. A pesar de toda la profesionalización, rozar, te roza. Como poco.

¿Cómo hay que actuar si se perciben señales en alguien de nuestro entorno?

Nunca tomárselo a la ligera. Incluso en casos que pueden parecer frívolos, algunos salen malogrados. Hay que oír y servir de soporte emocional a esta persona. Uno conoce a las personas y después tiene que valorar.

¿Pero se puede prevenir realmente un suicidio?

Esto es como casi todo. Depende. Pero la prevención es importantísima en todos los sentidos. Un trabajo bien planificado, lo primero que pretende es incidir en la prevención. Sabemos que hay una serie de incidencias que pueden disminuir el número de intentos y suicidios consumados.