La verdadera crisis le entra a Álvaro cuando está en casa. Refugiado en su cuarto de infancia, yace tumbado en la cama y empieza a reflexionar. Cuando contempla su título enmarcado que cuelga de la pared, que hace cinco años le llenó de tanto orgullo, pero que le ha demostrado resultar inútil. O cuando su padre le reprocha de nuevo, a él, todo un licenciado en INEF, que por qué no intentó hacer carrera en Renfe como lo había hecho toda su familia. En realidad, lo había hecho todo como lo sugería el soniquete de una generación. Después de la carrera, un máster que aprobó con buena nota. A eso, hay que sumarle un dominio contrastado del inglés. Pero nada de eso resulta suficiente para encontrar un empleo que genere cierta estabilidad. Lo más lejos que ha estado de sentirse integrado en el mercado laboral ha sido durante los tres meses de verano de socorrista entre las piscinas de Málaga y Manilva. Un desahogo temporal, pero insuficiente para tomar las riendas de una vida independiente y fuera de la casa de los padres.

Lejos de ser la excepción, este joven de 29 años de Estepona encarna el arquetipo de una generación que convive a diario con una clase política que celebra con optimismo desmesurada los tímidos avances macroeconómicos con su propia realidad, que prosigue tan enmarañada como se presentó con el estallido de la crisis. Una realidad que también se refleja en crudas cifras. La percepción que tienen los jóvenes españoles sobre su futuro laboral en el plazo de los próximos tres años resulta desoladora. Hasta un 74% de los encuestados, esto es, tres de cada cuatro, se ven condenados a trabajar «en lo que sea». Es más: un 67% no aventura una salida más digna que la dependencia económica de sus familiares más directos. Este negativo panorama es el que pinta la última investigación sobre «Jóvenes y empleo» del Centro Reina Sofía, tras analizar las respuestas directas de más de 2.000 encuestados de entre 16 y 29 años de edad.

Esta situación de prolongada precariedad se traduce directamente en la mencionada capacidad para afrontar una vida autónoma. El último Observatorio de la Emancipación publicado en 2015, muestra lo cuesta arriba que se ha puesto tomar las riendas de la vida. En la provincia de Málaga, únicamente uno de cada cinco menores de 30 años consigue vivir en una casa alternativa a la de sus padres. Esto supone que sólo el 19% de los jóvenes malagueños con aspiraciones a salir de casa pueden llevar su deseo a la realidad. Y, en lugar de reducirse, se trata de una tasa que va en aumento respecto a la tasa de año procedente.

Todo un cóctel, sumado a un paro que cifra el informe en un 36% para los que están entre los 20 y los 29, que ha trastocado los esquemas hasta tal punto que la Universidad ya no es vista como el trampolín más idóneo para abrirse paso en el mercado laboral. El 76,6% de los encuestados creen que la Formación Profesional representa la vía más fácil para entrar en el mercado laboral. La realidad, sin embargo, también está plagada de ejemplos que demuestran lo contrario. La Costa del Sol, con sus años de barra libre, ha dejado un amplio muestrario de gente formada que, una vez independizados, han tenido que afrontar la humillante vuelta a casa. José Yelamos acaba de cumplir 31 años y hace ya dos que volvió a habitar su pequeño cuarto de la infancia. Atrás queda ya el piso propio que no pudo seguir manteniendo una vez desplomada la construcción. «Recuerdo que no se había acabado de construir un bloque, cuando ya había dos nuevos proyectados. Venía gente de la provincia de Granada o de Sevilla todos los días hasta aquí». Trabajó como electricista tirando cables. Ahora sobrevive con lo que sale. Ya es la segunda vez que ha ido a Francia para participar en la vendimia. «Pagan más y te tratan mejor que aquí», asegura.

¿Empleo estable o buen sueldo?

Preguntados sobre el tipo de trabajo que buscan inicialmente, al margen de lo que pueda ofrecerles el mercado laboral, se inclinan por un puesto «directamente relacionado con mi formación, con buen sueldo y en mi lugar de residencia». Es así en el 44% de los casos, frente a un exiguo 11% que dirige sus miras hacia «cualquier trabajo, aunque tenga un sueldo bajo y en cualquier lugar». Aún así, el 66% de los jóvenes ve «muy complicado» conseguir un empleo que realmente les guste, tanto como poder formar una familia. El índice de los encuestados se eleva al 74% entre los que concluyen que ven «más que probable» verse trabajando «en lo que sea», y al 67% cuando se trata de cuantificar a los que opinan que no podrán ser económicamente autosuficientes. Una visión pesimista que sigue reflejando los efectos de mercado de trabajo que no se abre a miles de jóvenes y apenas da facilidades.

Protagonistas

Álvaro Ortiz, licenciado en INEF« Salir de España está muy bien si es algo voluntario»

Lo tuvo claro. Apasionado de los deportes, optó por estudiar INEF. «Me acuerdo que todavía había pruebas de acceso». Ahora tiene 29 años y este joven de Estepona asegura que desde que acabó la carrera la palabra que mejor resume su itinerario incierto es la de «frustración». Con las oposiciones congeladas, se ve obligado a enganchar un trabajo con otro. «La cosa está tan fea que ahora la cuestión no es que quieres ser, sino más bien que puedes ser». Un acto de supervivencia que, en su caso, le ha llevado a trabajar de camarero, en supermercados o como socorrista en diferentes hoteles repartidos por la Costa del Sol. «Hace mucho tiempo que decidí lo que quería ser, y ver que se hace imposible traslada tu cabeza a terrenos pantanosos», asegura que ha perdido toda la esperanza en los políticos. «Cuando los escuchas hablar de que los jóvenes son el futuro piensas que la dignidad en ellos brilla por su ausencia». Cansado de seguir formándose se niega, sin embargo, a ir al extranjero. «Salir de España está muy bien cuando es algo voluntario, si te obligan, para malvivir, mejor me quedo en casa de mis padres».

Francisco Moya, licenciado en biología«Es un error estudiar algo que no tenga salida»

Como la mayoría de su promoción, se arrepiente de haber estudiado una carrera que asegura haber «disfrutado muchísimo», pero que no le ha llevado nunca a cobrar más de mil euros. «Cuando sales del bachillerato y te metes en la Universidad, no valoras lo suficiente las opciones o no que te brinda la carrera que has estudiado en un futuro. Está bien moverte por vocación, pero es un error estudiar algo que no tenga salida», explica este joven de 28 años que todavía vive en casa de sus padres. En su último trabajo cobraba entre 45 euros al día poniendo copas por las noches en un pub. «Echas los currículum en cualquier cosa y, aún así, no te llaman», lamenta que el trabajo en el que más ha ganado hasta ahora, haya sido recogiendo espárragos. Y eso ha implicado vivir en sus propias carnes clo que es trabajar sin descansar regularmente. «Los días que no descansabas te los pagaban todos en negro», asegura que el resto de trabajadores ya celebraba como un triunfo el hecho que paguen las horas fuera de contrato. Acostumbrado a estudiar con una beca, lamenta también los recortes en becas y el precio de los máster. «Podrán formarse los que tenga padres con recursos».

José Yelamos, electricista«En el extranjero te pagan más y te tratan mejor»

Es el reflejo vivo de la caída del ladrillo. «A los 24 años tenía un piso y coche nuevo», resume lo que ha sido la aspiración de gran parte de los que estudiaron con él. Del grado medio en electricidad a la obra. «Aprendías sobre la marcha y trabajo nunca faltaba», recuerda que 3.000 euros al mes era la mínimo que se podía uno levantar durante el boom de la construcción. «Se acababa de construir un bloque y ya había proyectado dos más». Una vida que comenzó a desplomarse con la caída de la construcción. «Fue algo gradual. Cada vez te llamaban menos y empezaron los impagos», explica que durante algún tiempo se preguntó de verdad que para qué estudia la gente con lo que se puede ganar en la obra. Un pensamiento erróneo, asegura que ahora se ve obligado a aceptar cualquier trabajo que le salga. Su ejemplo contrasta con la encuesta que refleja que la mayoría de los estudiantes cree ahora que tendrán mejor salida con una formación profesional. «Me arrepiento mucho de no haber seguido estudiando», sentencia después de estar de vuelta de participar en la vendimia en Francia. Es la segunda temporada a sus espalda y de ahí su principal conclusión. «Después de la obra he sobrevivido con chapuzas. En el extranjero te pagan más y te tratan mejor». El piso ya ha vuelto el banco y José afirma que lo más duro ha sido la vuelta a la casa de sus padres.