­En cada rincón suelto de su casa, en el despacho de trabajo y, hasta en los cuartos de baño, mandan los libros. En pleno debate sobre la eliminación o no de los deberes, Santos Guerra advierte de que todos escupimos en nuestro propio reflejo. «¿Cómo van a ser las circunstancias iguales para un niño que crece rodeado de libros que para uno que no?», se pregunta, y señala que las tareas en casa ayudan a incrementar las diferencias sociales que ya existen de por sí.

¿Cuánto tiempo llevan existiendo los deberes en el sistema educativo español?

Esto es una larga rutina de muchos años. Tan arraigada que, cuando ha habido prescripciones de que no se pueden mandar deberes, han seguido existiendo. Se ha instalado esta rutina, más como un dogma religioso que como una conclusión científica.

Tenemos un sinfín de estudios. ¿Los hay también sobre su utilidad?

Hay muchos. Cooper, en el 2001, hizo una recopilación de 120 investigaciones. Había una correlación casi inexistente entre la cantidad de deberes. En el caso de aceptar que aportan, ¿por qué sabemos que son solo los deberes y no la actitud de los padres hacia los deberes?

¿Entonces podemos hablar de los deberes como elemento discrecional? El nivel de educación de los padres no es horizontal.

Es una dimensión de los deberes que pocas veces se contempla, pero que resulta fundamental. Aumentan las diferencias sociales ya naturales, añadiendo más discriminación. ¿Por qué? No es igual un niño que tiene en casa libros, que no tenga quien le ayude o cuente con expectativas de tener un futuro gracias al estudio. Ese niño, a través de los deberes, aumenta las diferencias respecto al niño que tiene unos padres sensibilizados.

¿Creemos falsamente que repetir muchas veces algo nos ayuda a aprender?

Es lo que defino como la bulimia del conocimiento. Un aprendizaje de carácter sumativo, memorístico y repetitivo, que daría lugar a tareas de esa naturaleza. Otra cosa es hacer investigaciones, exploraciones o búsquedas. De existir, los deberes deberían de tener tres características. A mí me gustaría que fueran voluntarios, que se trate de trabajos atractivos y, sobre todo, que fueran breves.

¿Dónde está el límite del aprendizaje para un niño que empieza el día a las 8 de la mañana?

Con el tiempo escolar debería ser suficiente. Hay un efecto secundario que pocas veces se piensa con los deberes, y no es otro que el niño acabe odiando el aprendizaje. Cuando le dije a mi hija de once años que me iban a entrevistar sobre los deberes, lo primero que me contestó fue: «¡Uy, qué asco!». Vemos cómo algo que debería ser apasionante, como es el aprender y descubrir, genera un enorme rechazo.

¿Por qué existe ese rechazo generalizado?

Está la presión, la obligatoriedad. También, la extensión que abarca invade hasta los fines de semana. Luego está la preparación de exámenes.

Y quedan las actividades extraescolares. Desde ballet ruso hasta tiro al arco hay un amplio catálogo.

Yo veo en algunos niños jornadas más amplias que las de un trabajador de la construcción. La asignatura fundamental que tiene que aprobar un niño hasta determinada edad es la de jugar.

¿Cree que los deberes se están utilizando como compensación para lo que no da tiempo a ver en las aulas?

A veces, los propios maestros lo dicen así. Es que no da tiempo. Pues si no da tiempo, habrá que revisar el currículum. Es demasiado extenso y se basa en la acumulación de conocimiento, más que en el desarrollo y en la intención de crear hábitos y destrezas.

¿Cómo se deben comportar los padres? ¿Intervención directa o distancia prudente?

Deben estar interpelados por las tareas. Los deberes, un niño los tiene que hacer solo. Pero contando con la supervisión de los padres. No estoy de acuerdo con los profesores que dicen que son los únicos responsables y los padres no tienen nada que decir.

Describa un ambiente adecuado para afrontar las tareas extraescolares en casa.

Primero, el niño decide hacer los deberes por su cuenta. Se va a un sitio adecuado. Sin móvil y sin la televisión sonando a tope, y con la seguridad de que tenga una ayuda cuando le asalten dudas. Pero no que los padres acaben haciendo los deberes. Hölderlin decía que los educadores forman a sus educandos como los océanos forman a los continentes: retirándose.

Algunos padres han salido ahora a la calle para protestar por los deberes ¿Qué le parece?

Discrepo con el reclamo de huelga que hay respecto a los deberes. ¿Por qué no estoy de acuerdo? De alguna manera, bien fehaciente, se dice que el profesor no tiene razón. Es desautorizar al docente de manera clara. Yo no digo que los padres tienen que callarse y tragar. Pienso que la solución está en el diálogo. Y los maestros tienen la tarea de coordinarse entre ellos. Si no lo hacen, sumando los deberes que mandan todos, no hay tiempo para hacerlos.

¿Si se eliminan los deberes no se rompe la línea directa entre padres y escuela?

Hay muchas otras vías. Que no haya deberes no significa que los padres no puedan ir a las tutorías.

¿Qué opinión palpa usted en los docentes?

Hay cierta tensión. Pero también en los padres. Hay algunos que incluso piden más deberes. ¿Cómo debería de resolverse? Sin tantas prescripciones. Que hubiese autonomía en las aulas para que, a través del diálogo, se llegue a acuerdos entre la escuela y los padres. No creo que sea tan difícil. Curiosamente, en este caso, las dos partes piden lo mismo. Que el niño salga adelante.

¿Los deberes son un modelo en extinción?

Son un modelo cuestionado. El debate se extiende no solo a España. Está en muchos países y tiene múltiples vertientes, como hemos visto. De cantidad, de calidad y de aspectos sociológicos. Es un modelo que se está debatiendo sobre el tapete. Los deberes no se pueden aislar de todo lo demás.