­«Le dije que qué iba a pensar mi madre cuando me viera muerta. Que cómo se iban a criar mis hijos. Después no recuerdo más». Es el sobrecogedor testimonio de la noche en que el exmarido de Rosalina (nombre ficticio), estuvo a punto de matarla. Una malagueña que hoy vive lejos de su tierra natal para que ni su expareja ni la que fuera su familia política sepa dónde se esconde.

Tiene miedo, como todas las mujeres que han padecido violencia de género, pero es valiente, cuenta su historia, porque es el vivo ejemplo de que denunciar te da la vida. Literalmente.

Estuvo casada con el hombre que casi la mata durante catorce años. El último día juntos, el de su intento de asesinato, fue la gota que colmó un vaso lleno de malos tratos, vejaciones y violaciones. De carácter abierto y optimista, pese a todo, esta mujer de 50 años vive por y para sus hijos. Durante años la humilló y le hizo pasar un calvario psicológico. Le pegó en varias ocasiones y abusaba sexualmente de ella con toda la naturalidad del mundo.

«Solo lo denuncié una vez», recuerda Rosalina, que se lamenta de haber retirado la denuncia. Lo hizo acompañada de él, que le había prometido que acudiría a un médico para que le ayudara a controlar su ira. Ella, como tantas mujeres víctimas, confió en él. A la salida de la Ciudad de la Justicia se rió de ella diciéndole que no pensaba visitar a ningún experto. «Retirar la denuncia le hizo fuerte», reconoce.

«Era un bárbaro», admite. Su expareja, que hoy cumple en prisión la pena impuesta por intentar matarla y por violarla sistemáticamente ha pedido el tercer grado. Ella teme que se lo concedan y quiera ver a sus hijos, ya adolescentes. «Ellos, desde luego, no quieren», cuenta la mujer, que espera que el permiso le sea denegado.

Rosalina se acostumbró tanto a que su expareja le tratara mal que adaptó su vida a sus abusos. Se cortó el pelo para que no le tirara de él. Cerraba los ojos cuando abusaba de ella. «Nunca pensé en denunciarle, pero el día que me intentó estrangular delante de mi madre me rebelé. Y eso le cabreó todavía más». Rosalina es hija de un maltratador y su madre, una víctima de malos tratos de décadas. «Pero mi madre tuvo la suerte de que mi padre se suicidara. Yo no he tenido tanta suerte, mi exmarido está vivo y veremos a ver qué pasa el día que salga», se lamenta.

Recuerda especialmente la primera vez que le pegó. Sólo llevaban un año casados y lo hizo porque sintió celos de un actor que salía en una película. «A mí me encantaba y le dije que iba a poner la televisión para verla. Me lo prohibió, me sacó del salón a empujones y me dio un bocado. Ese día lloré mucho», cuenta Rosalina, que nunca escuchó la palabra «perdón» de su maltratador.

«Recuerdo el cuchillo de 27 centímetros», cuenta. También cómo brillaba y los segundos previos a que se lanzase sobre ella para matarla. Su maltratador tuvo tan mala suerte que el arma se clavó en un mueble y se dobló y, pese a que intentó enderezarla para volver a atacarle, no lo logró. Mientras, ella le preguntaba qué iba a ser de su madre y de sus hijos. Su exmarido aprovechó una noche en que los niños dormían con su abuela para volver a abusar de ella. Pero se cabreó porque no fue tal y como él pensaba y decidió enmendarlo con aquel cuchillo.

El destino quiso que Rosalina salvara la vida. Pero muchas otras no lo consiguen. Por eso les pide que no dejen escapar su libertad. «Es nuestro mayor tesoro, soy la dueña de mi vida, antes no lo era, yo antes era lo que el quería. Ya no pertenezco a nadie más que a mí misma».