­Las 36 puñaladas que el asesino de Chari le asestó dejaron a su madre sin recuerdos. Era una tarde de verano y no pasa un sólo día, un sólo instante, en que su familia no se plantee qué hubiera sido de ella si Juan, su expareja, no se hubiera cruzado en su camino.

«Creo que mi hermana se sentía sola, que necesitaba un poco de cariño», relata Antonio Escobar, que habla directo, sin tapujos, sobre el suceso que un tranquilo día de julio de 2015 acabó con la vida de su hermana e, indirectamente, con la de toda su familia.

Chari Escobar, la última mujer asesinada por violencia de género en Málaga -en julio de 2015- llevaba décadas viuda. Había trabajado duro para criar a sus tres hijos, les había dado todo tipo de comodidades y había reformado su casa hasta hacerla «la más bonita de toda Mollina».

Era una mujer entregada, divertida, familiar. Un día se equivocó cruzándose en el camino de Juan «el rubio», un vecino del pueblo del que todos opinaban que no era trigo limpio. Contaban las malas lenguas que había llegado a maltratar a su anterior mujer en su lecho de muerte. Por eso Antonio cree que sólo la soledad pudo nublarle el juicio a su hermana para que empezase a verse con el que no mucho tiempo después sería su asesino.

«A nosotros no nos gustaba y pronto demostró lo que nos temíamos. A los dos meses de estar viviendo juntos le pegó», relata con pesar el hermano de Chari que, como muchas familias de víctimas de violencia de género, tiene un sentimiento de culpa que no consigue sacudirse, todo, pese a que él no sólo no permaneció impasible ante las agresiones, sino que denunció al que más tarde se convertiría en el asesino de su hermana hasta en tres ocasiones. Pero Chari no ratificó ninguna de ellas ante la Guardia Civil. «Le daba lástima y creo que miedo», confiesa Antonio, que cuenta cómo su hermana tuvo que huir del pueblo para evitar al que se había convertido en su acosador.

Primero se fue con una ONG a Antequera. Después decidió irse a vivir con una de sus hijas a la provincia de Granada. Allí ella era feliz, porque Juan no sabía donde estaba. Eso sí, el teléfono no cesaba y él no se cortaba en intimidarla y pedirle que volvieran a estar juntos. Le decía que se sentía solo.

Un aciago día de julio volvió al pueblo para arreglar asuntos bancarios. Una fatal coincidencia hizo que se cruzara en el camino de Juan, que le pidió hablar. «Creemos que subió al coche porque iba también la hija de él, debió pensar que con ella no le iba a pasar nada». Pero se equivocó. Su asesino la llevó a su casa y roció con spray de pimienta a su propia hija, que salió corriendo presagiando lo que más tarde ocurrió.

Juan «el rubio» dejó una macabra escena de crimen asestando 36 puñaladas a Chari. La autopsia más tarde reveló que trató de protegerse, pero que al final dejó de luchar por la violencia que él ejerció sobre su cuerpo. Le hizo un sinfín de atrocidades y Antonio tiene claro que fue un asesinato premeditado.

Después se suicidó. Antonio está seguro de que él no pretendía hacerlo, que quería escapar, pero que al ver rodeada su vivienda decidió herirse, pero que los cortes que se hizo acabaron por quitarle la vida porque la Guardia Civil no se atrevía a entrar por si estaba armado.

Desde entonces, Mollina no es la misma, así como tampoco lo es la familia Escobar. «No hay hora del día en que no piense lo que nos ha pasado, en que me pregunte si mi hermana sufrió», dice Antonio. Por eso, hace un llamamiento a la protección. «Si alguien tiene un familiar que padece violencia de género, que le ayuden. Que le animen a denunciar y, sobre todo, que no le dejen sola. Basta un segundo para matar a alguien y si se lo propone, lo consigue».