«Sin la poesía mi vida no hubiera tenido sentido», confiesa José Infante (Málaga, 1946). La frase la pronuncia en su acogedor piso del Centro, rodeado de libros, muchos de ellos repletos de versos propios y ajenos. En las manos sostiene Elegías y meditaciones (Ediciones Vitrubio), su antología actualizada, que recoge 50 años de creación poética. Una llamada, la de la poesía, que comenzó a escuchar en la estupenda biblioteca de la demolida Casa de la Cultura, en la que descubrió de niño los poetas clásicos grecolatinos y los místicos.

Hijo de un músico y periodista que tras la guerra tuvo que reconvertirse en trabajador de Renfe, estudió en el Sagrado Corazón, un colegio ya desaparecido que estaba en la calle Martínez. Los estudios los completó en el Instituto de Martiricos.

Entre las lecturas de su adolescencia, un libro escrito por un tal hermano Rafael -un ingeniero que lo dejó todo para ingresar en la estricta orden trapense- le despertó la vocación religiosa y decidió, él también, probar suerte como monje. «La orden más estricta de la iglesia es la trapense, la elegí por eso. Mis padres, como eran muy religiosos, lo admitieron a regañadientes», cuenta.

Acompañado por parte de su familia, José decidió probar y pasar unos días en la abadía de San Isidro de Dueñas, en Palencia. «A los dos días ya quería venirme. Sabía a lo que iba pero entendía que aquello no era lo mío y que me había equivocado».

De vuelta a Málaga se centra en los estudios, y de qué manera, porque tras un año examinándose por libre en Derecho en Granada («los hermanos Jiménez Villarejo tenían una academia en Málaga que te preparaba»), tras sacar buenas notas se fue a Granada y luego, marchó a Madrid, donde comenzó a estudiar Arte Dramático y además de seguir en Derecho, se matriculó en Filosofía y Letras y Periodismo.

Y para complicar la cosa, tuvo que cumplir dos años de servicio militar que, gracias a contactos de su padre, pudo hacer en el antiquísimo Regimiento Inmemorial nº 1, en Moncloa, en tareas administrativas.

Tras acabar la mili, siguió con las representaciones teatrales y los estudios en Madrid, «pero en el verano del 70, durante unas vacaciones, mi padre me dijo: acaba alguna carrera» (al final, terminó Arte Dramático y se quedó en 4º de Derecho, 3º de Filosofía y Letras y 4º de Periodismo).

Por entonces su vida dio un giro cuando empezó a escribir artículos de opinión en el periódico aperturista Sol de España y el director, Federico Villagrán, le propuso trabajar como redactor.

En los cerca de dos años que estuvo en el periódico, se encargó de la sección de crítica ciudadana Pasaje de Chinitas, que firmaba JIM, sus iniciales o Lord Jim, un guiño a Conrad, y entre otros cometidos, junto con Juana Basabe publicaba todos los domingos la sección Dos por dos: uno, «entrevistas a personajes que pasaban por Málaga y la Costa», además de la opinión de cada uno en sendas columnas. «Hicimos muchas: a Juanita Reina, Machín, a Emilio Gutiérrez Caba...», enumera.

Precisamente, la noticia de que había ganado el premio Adonais de 1971 se la dio el director del periódico. Un jurado, en el que se encontraba nada menos que Vicente Aleixandre, le había galardonado por su obra Elegía y no. «Ese fin de semana yo fui el entrevistado en Dos por dos: uno. Con respecto al premio, estaba un día con un amigo, le dije que para qué iba a enviar mi obra a un premio tan importante, yo, que era un desconocido. Él cogió el sobre y lo echó al buzón», sonríe.

El cambio de propietarios del periódico en el 72 le empujó a dejar el diario. «Llegó el Opus y no les gustaba mucho. Me querían mandar al archivo y yo dije que no».

Esa fue la ocasión para trasladarse a Madrid y seguir la carrera periodística. El fugaz espíritu del 12 de febrero, en 1974, le llevó a Televisión Española, al magacín Mujeres. «Nada mas empezar, José Luis Orosa, el director, pilla una tuberculosis y yo, que era el redactor jefe, tuve que hacer el programa sin tener ni idea de televisión. Pero todo se aprende...», cuenta.

Entre los muchos programas en los que ha trabajado, Mujeres, Hora 15, Gente, Los Escritores, Zarabanda, Documentos TV... y desde 1990 hasta la prejubilación por los recortes de Zapatero en 2005, en el veterano Informe Semanal.

«Ha sido muy enriquecedor, he conocido a personajes y figuras que no habría conocido sin este trabajo», admite.

De su larga trayectoria por programas informativos y culturales, recuerda una tensa entrevista con Joan Manuel Serrat, así como la cohorte de personas que acompañaba a Pavarotti, -como contraste, cuenta que le fue mucho más sencillo entrevistar al cercano presidente federal de Alemania-. Pero de todos sus encuentros se queda con la entrevista de apenas unos minutos que le hizo a Jorge Luis Borges en el Hotel Palace de Madrid por una razón muy especial: «Cuando terminamos y ya se había ido el equipo, María Kodama me pidió si me podía quedar con Borges, porque tenía que salir a hacer unas cosas. Así que estuve una hora solo con él. De eso tengo un gran recuerdo».

Y pese a que la de periodista es una profesión absorbente, José Infante nunca dejó su vocación poética de lado. Además, reconoce que el Periodismo le ha influenciado doblemente a la hora de escribir poesía: Por un lado, «cuando tienes que escribir todo el tiempo, las palabras se te gastan un poco y al escribir poesía, como todo te suena usado, las palabras se desprestigian y eso me ha supuesto un cierto problema con el lenguaje», reconoce; pero también le ve la parte buena porque «para un poeta, el Periodismo te hace tener los pies muy en la tierra».

La de José Infante es una voz poética muy personal, ajena a las modas durante toda su trayectoria, aunque generacionalmente pertenezca a la llamada Generación del Lenguaje o de los Novísimos. «Yo siempre he dicho que soy un poeta isla», subraya. Y como ejemplo, recuerda los tiempos de su juventud, cuando la poesía social estaba tan en boga «y a mí no acababa de gustarme porque el lenguaje estaba empobrecido de alguna manera, entonces, empezamos a hacer otra cosa, un cuidado mayor por el lenguaje y por la imaginación, que se había proscrito en todo ese tiempo».

Académico de San Telmo desde 2005 (primero como correspondiente en Madrid y luego de número), en 2011 dejó la capital de España para regresar a su ciudad natal, donde, al frente de las tertulias culturales del Pimpi, ha demostrado una gran atención y apoyo a los poetas jóvenes, para intentar devolver las atenciones que «desde Bernabé Fernández Canivell a Alfonso Canales» recibió en sus inicios.

Este temprano lector, que se conmovía con los versos que descubría en la biblioteca de la Casa de la Cultura, continúa hoy, felizmente, henchido de poesía.