­Se acabó el olor a carbón y a espeto. Al menos, hasta después de las navidades. Y por razones que van más allá de la liturgia del pescaíto y el parón biológico en los caladeros. Los chiringuitos echan el cierre. Coincidiendo con la lluvia, que agiganta la sensación de melancolía y de final de temporada. Según informa la Federación Andaluza de Empresarios de Playas, alrededor del 40 por ciento de los establecimientos de la Costa del Sol ya han dejado de estar operativos. Una proporción similar a la de los últimos años, condicionada poderosamente por la indeterminación jurídica que sacude al sector y, sobre todo, por la caída drástica de los clientes.

A pesar del excelente rumbo del turismo, los chiringuitos, aclara Norberto del Castillo, responsable del colectivo, siguen siendo muy sensibles a las fechas centrales de la cultura de sol y playa. Especialmente, en las zonas tradicionalmente asociadas a la llegada masiva de turistas, que han sido las primeras en cambiar de aspecto, con mucha menos gente en los alojamientos y en las calles. El freno en la actividad no ha sido, en ningún caso, homogéneo. Algunos empresarios, de hecho, han decidido tomárselo con deportividad y aprovechar las circunstancias para llevar a cabo reformas y consensuar descansos aplazados con los trabajadores.

De acuerdo con Del Castillo, la mayoría de los chiringuitos que han optado por cerrar volverán a abrir sus puertas antes del final de febrero. Ésa es, sin duda, la mejor noticia para la Costa del Sol, que va viendo poco a poco como los periodos de clausura por temporada se acortan. Una evolución que, pese a la contundencia actual de los números, permite mantener viva la que es reconocida como la principal ambición del conjunto de la industria turística de la provincia: romper con el parón invernal y conseguir que los destinos y los negocios funcionen con animación durante todos los meses del año.

A propósito de este objetivo, Del Castillo alude de nuevo a la maraña legislativa que todavía contiene al sector, que considera un obstáculo para poder hacer obras de calado y ajustar la planificación de la temporada. «Hasta que no estemos plenamente legalizados es difícil lograr infraestructuras más sólidas, que minimicen las molestias puntuales de la lluvia, el frío o el viento», resalta.

Al calvario administrativo, el presidente de la federación une en sus explicaciones las oscilaciones inevitables de la demanda, que hacen que los chiringuitos todavía pertenezcan a esa rama local de la economía sometida a fuertes contrastes. «Por más que nos duela no es lo mismo los servicios que salen en primavera y en verano que ahora. Las vacaciones son en las fechas que son y la vuelta a la actividad también. Y eso influye, tanto en la organización de las plantillas como de la propia temporada», puntualiza.

Mientras se mantengan las diferencias, Del Castillo es partidario de pactar mayor flexibilidad en las condiciones de trabajo, de manera que los descansos puedan estructurarse en función de la carga laboral, aumentando la intensidad de los turnos en los meses más exigentes y rebajándola durante los periodos en los que flaquean los clientes.