En un pequeño cuarto que hoy es una despensa, su padre revelaba fotos para asombro de Mariel y de su hermano, cuando eran niños. «El ver que sacase un papel, lo mojase y saliesen imágenes me parecía increíble», recuerda Mariel Pariente. Poco podía imaginar que ese asombro de la infancia se terminaría convirtiendo en su forma de vida. Porque esta malagueña de 38 años, con nombre del pueblo cubano en el que vivieron algunos de sus antepasados, ha dado un giro total a su manera de ganarse la vida y hoy es fotógrafa profesional.

«Soy publicista y relaciones públicas. Estudié con la idea romántica de la creatividad, pero al final lo que acabamos haciendo todos es números, la parte más grande del trabajo», confiesa.

Ligada a varios medios de comunicación, «cuando el mercado se puso tan mal y prácticamente nos quedamos fuera todos, había que buscarse la vida. Pero si no te gusta lo que estás haciendo y el mercado te obliga a cambiar, es perfecto», señala.

Por este motivo y como llevaba unos cinco años «entrando y saliendo del paro», decidió cambiar de registro y realizó un máster de diseño gráfico, con vistas a trabajar en un departamento de marketing. Pero ese año de estudios le abrió otro mundo laboral: «Aprendí imagen, conceptos visuales, técnica y cultura visual y cuando hacía fotos, resulta que tiene sentido».

Poco a poco, Mariel Pariente fue viendo que la mejor salida laboral podía ser la de fotógrafa de bodas y el mismo año que terminó el máster, en 2014, empezó a trabajar como ayudante de fotografía con una empresa. Al año siguiente, se independizó y montó su propia marca (https://anamarielina.es).

«El salto lo di sola. La marca arranca en octubre de 2015, cuando la Hacienda El Álamo nos da la oportunidad de participar en una jornada de puertas abiertas en las que enseñan a todos sus proveedores. Ahí llegó la primera pareja de clientes».

Al hacer balance de este año, Mariel Pariente concluye: «No me puedo quejar, para ser el primer año no ha estado nada mal».

Luis Alba, su pareja y también fotógrafo, señala que para abordar a aquellos novios a los que la cámara les incomoda, «ella lo sabe hacer muy bien porque les empieza a contar no sé qué película y a los novios se les olvida que le están haciendo fotos. Yo no sabría hacerlo», admite.

Para Mariel, «cuando estás haciendo una boda eres fotógrafa, amiga de la novia porque ella se tiene que sentir muy cómoda contigo y además estás haciendo un poco de mujer orquesta ya que eres como animadora, y para ello me pongo al 200 por cien de bromas, un poco de payasa para que sienta que al final la ridícula soy yo y eso la libera de un montón de tensión».

La fotógrafa confiesa que se mete tanto en su trabajo, «que en las bodas de mis novios lloro sistemáticamente en todas, me emociono con ellas». Y de la mano han llegado también bautizos, comuniones y reportajes de niños.

Por eso, anima a quienes quieren dar un rumbo laboral a su vida. «En los tiempos en los que estamos, con los trabajos tan mal, si encuentras lo que realmente te gusta hay que atreverse porque además se trabaja muchísimo más a gusto y con más alegría».