Afirmaba Luis Cernuda, que todo lo que es hermoso tiene su instante y pasa. Desde el punto de vista arqueológico podríamos añadirle que no solamente pasa, sino que con el transcurso de los siglos, se soterra. Cuánto le han cantado a Málaga por su hermosura. Cuánto a lo largo de la historia. Al Idrisi, célebre geógrafo medieval, nos lega aquel «ciudad bella, próspera, muy poblada, de extenso perímetro, esplendida y magnífica», que bien visto es una fotografía muy actualizada, aunque aquella la hizo en el siglo XII. Desde la antigüedad, el suave clima de nuestra tierra, su bella luz, los imponentes lienzos de sus murallas y sus dulces gentes, han sido una constante en los cantos, loas y testimonios. Y como nos recordaba magistralmente Cernuda, todo eso pasó, pero curiosamente en muchos casos, esa belleza se encuentra latente. Se encuentra bajo nuestros pies, en el lecho de tierra de una capital trimilenaria y de una provincia única por su impresionante legado.

Para empezar que se lo digan a los dólmenes de Antequera, que de forma pionera dispone a Málaga y Andalucía en el escaparate internacional, al integrarse recientemente por UNESCO en el patrimonio de toda la Humanidad. Debería ser el momento de la arqueología. El problema de no haberle hecho ni caso en el pasado, se encuentra de repente con la oportunidad de ponerla en valor en su futuro. Sentenciaba Enzo Travers que la memoria se conjuga siempre en presente. Y por eso, por estar en el presente, traemos a La Opinión de Málaga esas maravillas del pasado en forma de arqueología, posiblemente una de las mejores historias por contar de nuestra tierra. Una arqueología muy castigada por una sociedad y una política que no ha valorado suficientemente este legado milenario, tan valioso en sus múltiples facetas.

La brillante puesta en marcha museológica y museográfica del Museo de Málaga, el de la Aduana, va ser un verdadero punto de inflexión en este asunto. Anótenlo en su agenda. Van a sorprenderse mucho por tan bello e impactante discurso que van a encontrar en aquellas salas. Tenía tela la cosa esto de ser la única gran ciudad de España que carecía de museo de arqueología abierto. Por fin los malagueños van a poder disfrutar de lo mejor que su tierra ofrece para contar un discurso extraordinario, a la altura de su historia. Posiblemente esto ayude también a sentirnos orgullosos de nuestras milenarias raíces. Además, por fin, los miles de turistas que vienen a disfrutarnos, van a poder conocer que la fundación de Málaga es fenicia, acercarse a su identidad histórica y sus avatares.

Son los recuerdos los que nos otorgan nuestra identidad. Hemos llegado a ser lo que somos en Málaga por nuestra historia, por todos esos eventos antiguos que constituyen nuestra vida, por las personas que nos acompañaron en cada etapa malacitana. No podemos olvidar que muchos de estos relatos, los ´sacan a la luz´ en la actualidad los arqueólogos; una profesión castigada por el abandono y el repetitivo y zafio mantra del «tapa eso y échale cemento, que son restos antiguos». También por el olvido en demasiadas ocasiones por parte de lo público, que por ley es responsable de su tutela, así como de las ´políticas activas´ de protección, investigación y puesta en valor de nuestra herencia cultural. Los arqueólogos, una de las profesiones más bellas del mundo, también van a tener su importante lugar en esta cita de cada dos domingos en La Opinión. Arqueólogos públicos, privados y de la universidad, un colectivo que puede dar mucho y bueno a nuestra sociedad. Si es que la memoria compartida es vida compartida. Sentenciaba Rousseau: «Quitad de los corazones el amor por lo bello, y habréis quitado todo el encanto a la vida». De ahí que hablemos de belleza, de esa que nos han quitado durante decenios, haciendo muda a nuestra cultura, silenciando a nuestras ciudades. Hablamos de belleza, hablamos de Arqueología, que es un canto a la vida.