­«Usted seguramente no se acordará de mí». Andrés Rivas suele escuchar esta afirmación cada poco tiempo. Él es una de esas caras conocidas de la Aduana. Une sus manos en la espalda y mira, desde su lugar privilegiado en la entrada de la sala, la reacción de los visitantes ante obras como Anatomía del Corazón de Simonet.

El próximo 14 de febrero, su compañero Andrés Egea cumplirá 43 años trabajando cerca del arte o, tal y como él le llama, «en casa». Ambos bedeles comenzaron a custodiar cuadros y esculturas en el Palacio de Buenavista y ahora ejercen su labor en el recién inaugurado Museo de Málaga, la joya de la corona.

Los dos, decanos en Bellas Artes por su dilatada experiencia profesional, pueden contar miles de anécdotas que rodean a más de cuatro décadas de trabajo como aquella vez en la que tuvieron que subirse a un coche custodiado por dos motoristas para trasladar un cuadro de El Greco cedido por Jaime de Mora y Aragón o aquella otra vez en la que la protagonista del cuadro que data de 1945 apareció para fotografiarse con ellos. «Estábamos en San Agustín, era la gitana que había sido retratada desnuda con una manzana. Vestía un abrigo de pieles, era bailaora de flamenco y tenía una sala de fiestas en Madrid», comenta Egea.

Han tenido que pasar 19 años para volver a verles trabajar juntos cuidando parte del patrimonio de la provincia de Málaga. A Andrés Rivas le quedan tres años para jubilarse y confiesa que dudó si podría ver el Palacio de la Aduana inaugurado. Ahora es una realidad y asegura que le «toca disfrutar». Ambos empezaron en este mundo casi por casualidad. Rivas, incluso, dice que se trataba de un trabajo más hasta que los domingos se convirtieron en clases improvisadas y los pintores, en profesores particulares. «Realmente, comencé aquí como si fuera un trabajo normal y corriente pero me fui encantando. Los pintores venían los domingos y nos ayudaban a analizar los cuadros y esta pasión fue cada vez a más», confiesa. Los dos trabajadores aseguran que esperan ansiosos la llegada de muchos de sus conocidos. «Llevamos más de 20 años sin verles, el día que me digan en la entrada del museo que me están buscando, me dará un vuelco el corazón», dice Egea que añade que « está en una nube» desde la apertura oficial de la pinacoteca, el pasado 12 de diciembre. «El día de la apertura fue muy emocionante. Me envolvía mucha satisfacción, mucha emoción y todo el mundo lo notaba. Todos teníamos un semblante de alegría total», asegura.

Sin embargo, la felicidad que impregna sus palabras no disimula la nostalgia que sienten al recordar las obras expuestas en las paredes de Buenavista. «Allí todo era diferente. La ordenación de las obras hacía que el lugar pareciera más un anticuario que un museo. Recuerdo que para encender una sala, los interruptores eran enormes y sonaban muchísimo», asevera Egea y sonríe. Lo que más le gusta es el contacto con el público al igual que a su tocayo y compañero. «Alucino con las reacciones que tiene la gente cuando ve un cuadro, yo estoy en la sala donde está el cuadro de Simonet de Anatomía del Corazón. La gente hace comentarios de todo tipo», confiesa Rivas. Andrés Egea, sin embargo, prefiere pararse a mirar los comentarios que dejan los visitantes en una de las notas que cuelgan del techo a la entrada del almacén visitable. «Los comentarios son muy emocionantes. La verdad es que el museo está siendo un éxito y cada día más porque la gente expande el resultado de su visita a los demás».

Han pasado 20 años y por delante quedan otros tantos de trabajo junto a obras de arte y esculturas. «Aquella fue una muy buena época pero no del esplendor que será ésta», asegura Egea. Durante este tiempo, ambos bedeles han pasado por muchos lugares. Ellos, al igual que otros cuatro compañeros son decanos del arte, los últimos que quedan de San Agustín y los que seguirán custodiando parte del patrimonio de la provincia.