La resonancia es amplia. Inunda toda una época, con esa estética barroca de saltimbanqui que une una lista de coartadas, a condición de ser horteras, inagotablemente nostálgicas y disímiles entre sí; con la nostalgia se aplica un supuesto omnívoro y aleatorio, se puede sentir nostalgia de casi cualquier cosa. Incluso de temas que estarían mejor bajo la alfombra, con el carpetazo impagable de los tiempos. Uno a veces se pregunta por qué si hasta Joyce estuvo a punto de perderse entre los siglos qué hace que otras propuestas regresen una y otra vez. Sobre todo, con cuestiones como la música de los ochenta, que es de adscripción niestzcheana en lo que tiene de eterno retorno. Y que parece que fue concebida solamente para que las generaciones dispusieran de algo a lo que aludir sin hacerse daño, digamos que su propio espantajo, ese concepto que la edad convierte siempre y con la boca abierta en sinónimo de juventud.

En España hay dos asuntos de naturaleza más o menos espinosa difíciles de eludir: el linchamiento corporal de la Navidad y los inicios del tecnopop, que nunca faltan, aunque sea con vídeos enviados al correo con desplazamiento irónico, la inevitable parodia con la que se asienta el hecho de estar vivo cuando llegan las canas y el dominio a nivel de usuario de la práctica fiscal. La juventud, y eso es un axioma, muere el mismo día en el que se echan puñeterías al gin-tonic y se empieza a hablar de coches y de sitios para desayunar. Tengo un amigo que está convencido de que algún día se pondrá de moda de nuevo Phil Colins y los borceguís. Que los cielos nos asistan. O, como mínimo, las serendipias del Youtube, que incluso a estos pagos endemoniados vienen a veces con aires de salvación: de todo el material inflamable y ochentero que circula por la red lo mejor es el de grupos como Magazine 60, uno de esos reductos de internacional almodovariana en los que nunca queda claro dónde termina la música y comienza la parodia, el disco oficial y la posibilidad de que Martes y 13 hicieran la escabechina posterior. Y más en lugares como la Costa del Sol, tan afectos en la época de las contradicciones y los golpes irrepetibles de la confusión.

Málaga, en gran parte de su costa, es y será siempre muy ochentera, pero quizá nunca con tanta suficiencia como cuando cantaba Magazine 60. La banda de Lille tiene todavía hoy el cien por cien de la culpa de que en las francachelas y demás juergas del país vecino una legión de hombres calvos e incipientemente barrigudos levanten las manos hacia el cielo pronunciando topónimos de la provincia. Así está la vida. Hace tres mil años Málaga era famosa por los fenicios y por sus salsas de pescado y ahora se lleva por el Rendez vous sur la Costa del Sol, uno de los dos grandes éxitos del grupo, bailado en pistas de baile de medio mundo. Incluida Nueva York. Primero, en su lanzamiento, allá por 1985. Y, ahora, con la hora tonta y sentimental de los que crecieron en esos años, tan lacados y de medias rosas y cuadernillos para el verano.

Para muchos franceses, Magazine 60, en su corta y fulgurante vida, funciona con el mismo apego melifluo que la EGB. En cierta medida, que no se culpe a nadie. La banda, y ahí están sus vídeos, era divertida, con sus bailes tipo de ovejas eléctricas, sus letras en varios idiomas y su hedonismo idiota en defensa atrincherada del ocio y de las ligerezas de la juventud. «Bienvenidos a Málaga, entra con nosotros en el calor», decía la letra. Algo en el mismo punto de cocción que su otra gran canción, Don Quichotte, un alocado número de inspiración vagamente cervantina que hasta cuenta con una versión cafre de Brujería y un pasaje reconocible en un tema de will.i.am, el cantante de The Black Eyed Peas (impresionante, en el vídeo original, la simulación de una llamada por teléfono para decir que Quijote y Sancho no están).

Cuando a Magazine 60 les dio por Málaga su fama ya se había expandido. Especialmente, en su país, donde venían de debutar con disco de oro. El homenaje, en este caso, se hizo sin miramientos y eufemismos, incluyendo la canción en un disco con título tan conciso como claro en sus intenciones: Costa del Sol. Después de aquello, quedaría un último éxito, Pancho Villa, y una separación tan rápida como lenta y recurrente ha sido su música en la memoria; dicen los especialistas que al grupo le mató la prisa por seguir triunfando a nivel internacional. Sus miembros actualmente se han dispersado. Incluso uno de ellos, Dominique Régiacorte, acaso el más talentoso, ha tirado por la tangente compaginando su vida de vieja gloria por un campo pop mucho más rudo y de trazo grueso; el de ejecutivo de un equipo de fútbol de élite, el RC. Lens. No se puede ser más francés y al mismo tiempo más castizo. Sólo faltaba ponerle un boquerón a la foundé. «Aquí está la movida. ¡Rendez vous sur la Costa del Sol. Let´s go¡». Esperen a que se enteren en las administraciones. De ahí sale una campaña. Y más ahora, con esto de ser vintage.