Cuando nació, el 1 de diciembre de 1916, estaba a punto de concluir la batalla de Verdún; en Rusia seguían gobernando los zares y en España, Alfonso XIII parecía tener un largo reinado por delante, mientras presidía el Gobierno el conde de Romanones.

Un siglo más tarde, doña María Luisa -Lilys- Cobián Aranda, ha podido celebrar en Málaga su cumpleaños, con la satisfacción de verse rodeada por sus cinco hijos, 12 nietos, cuatro bisnietos y decenas de familiares.

«Yo qué iba a pensar que llegaría a los cien años, ni pensarlo. Hasta ahora doy gracias a Dios porque tengo una familia estupenda y porque me siento con fuerzas de hacer mi vida. Y aunque no vaya a la calle, al cine ni a hacer la compra, vivo en una casa con una terraza espléndida», confiesa.

De esta mujer en la que apenas asoman arrugas, salvo cuando sonríe, llaman la atención su buen humor y una claridad de ideas que le permiten recordar hasta pequeños detalles de su infancia.

Nacida en el número 40 de la calle Serrano de Madrid, era la cuarta de seis hermanos, aunque el primero murió a los cinco años. De ese primer piso en Serrano dice recordar «perfectamente como era por dentro» y de sus padres, «que eran estupendos, y recuerdo que a mi padre, cuando yo tenía cinco o seis años, venían a visitarlo amigos y cuando enseñaba a los hijos, al llegar a mí decía: Esta es una rusita que la hemos recogido, porque era la época de los rusos» (la Revolución Soviética), ríe.

Su padre, Juan José Cobián Fernández de Córdoba, fue gobernador civil de Palencia y Pontevedra y además, descendía del militar Francisco Fernández Golfín, uno de los compañeros de Torrijos fusilados en las playas del Bulto en 1831. «Es el que en el cuadro del fusilamiento de Torrijos aparece con la venda en los ojos», apunta.

A quien Lilys no conoció, porque murió cuando ella tenía dos años, fue a su abuelo, el pontevedrés Eduardo Cobián Roffignac, dos veces ministro de Marina y una de Hacienda en el arranque del siglo XX y gobernador del Banco de España de 1911 a 1913. Pero de él han quedado muchas historias familiares, así como la conexión con la Familia Real, que mantuvo su abuela, Luisa Fernández de Córdoba, ya viuda.

Entre esas anécdotas, los almuerzos en su casa con el presidente del Gobierno, José Canalejas, y la ofuscación del abuelo de Lilys porque don José vivía con una mujer pero no estaban casados. «Y creo que mis abuelos consiguieron que se casara».

La rosa de la Reina

De la conexión con la Familia Real guardaba su abuela en una vitrina, en la casa de Madrid, una rosa roja, obsequio de la Reina Victoria Eugenia, que entregó al padre de Lilys cuando este acompañó a la soberana en tren desde Hendaya, por consejo materno.

Precisamente, su padre, Juan José Cobián, tenía problemas de bronquios, así que decidió buscar los aires benéficos de la Bahía de Málaga, como hizo su padre, el ministro, que pasó temporadas en El Limonar. Así que en 1925, la familia Cobián se trasladó a Málaga a vivir. En concreto a Bellavista y más tarde, a los pisos de Félix Sáenz en el Paseo de Reding.

Lilys Cobián estudió en el Colegio Francés, que estaba frente a la actual Clínica del Pilar, un colegio mixto pero con algunas reglas de separación de sexos: «Las primeras bancas eran para los chicos y detrás nos sentábamos las chicas y en el recreo no nos podíamos mezclar, así que una vez que un niño se pasó un momento a nuestro lado, le obligaron a ponerse un delantal de niña y ya no se le ocurrió más», ríe.

De esa Málaga de su infancia recuerda la ausencia casi total de automóviles. «Había coches de caballos, automóviles pocos; me acuerdo del de los Gómez Raggio, con las ruedas pintadas de blanco».

Y de los 14 y 15 años, no olvida las tardes en La Caleta. «Lo pasábamos estupendamente, ahora cuando yo paso es una calle cualquiera pero entonces, cuando daban las siete, La Caleta era nuestra». Por cierto que desde los 13 años conocía a un joven dos años mayor que él, de familia de españoles en Cuba, que también vivía en el Paseo de Reding: su futuro marido, Enrique Rosado Rodríguez.

Por entonces, esta afabilísima madrileña cuenta que ya estudiaba con las monjas de La Asunción, en Barcenillas y que cuando volvía del colegio en tranvía, Enrique «sabía en el asiento en el que venía porque conocía la hora a la que llegaba siempre para verme bajar».

Tras unos años en Málaga, la familia regresó a Madrid y allí vivió la Guerra Civil, en la que varios parientes fueron encarcelados, deportados y asesinados y fue testigo de los terribles bombardeos. «Cayó una bomba enfrente de Jorge Juan, 16, donde íbamos a vivir, pero como la casa no tenía ascensor, nos fuimos a calle Velázquez. En Jorge Juan vivía la novia de mi hermano, que se fue corriendo por si le había pasado algo. Yo fui detrás y vi a un señor muerto y a otro muchacho en la acera, también muerto. No se me olvida», por eso resalta: «No veáis nunca una guerra, por pequeña que sea, guerras ninguna».

Tras la contienda, fallece su padre y su madre, Manola Aranda, regresa con sus hijos a Málaga.

En 1949, Lilys consiguió casarse con su gran amor, Enrique Rosado, quien finalmente, tras un largo periplo burocrático que retrasó la boda, logró la doble nacionalidad, pues tenía la cubana.

Enrique fue un conocido oftalmólogo, con consulta en la calle Alarcón Luján, donde en una primera época también vivió el matrimonio, que tuvo cinco hijos: María Luisa, Lourdes, María José, Enrique y Álvaro. Años más tarde, la familia se iría a vivir a la calle Ventura de la Vega, en Pedregalejo.

El marido de Lilys, que siempre mantuvo una magnífica relación con su mujer, falleció en 1979, pero ella no lo ha olvidado: «Era una persona buenísima», recalca.

Por haber nacido en 1916, doña María Luisa ha sido una entregada ama de casa y madre pero su nieto mayor, el periodista Antonio de Linares -hijo de los periodistas Paco Linares y María José Rosado- cree que, de haber nacido en otra generación, su abuela habría sido historiadora. Porque esta mujer que hoy tiene cien años y un optimismo envidiable ha sido una gran lectora de libros sobre la Historia de España, y también de las novelas románticas de Pérez y Pérez, que evoca con una sonrisa.

En la actualidad, a diario escucha la radio, ve la televisión y disfruta de su terraza con vistas al mar. «Estoy entretenida todo el día», confiesa.

Lilys Cobián Aranda no se cree que haya podido llegar a cumplir un siglo, pero aquí está, transmitiendo alegría a su alrededor. A lo mejor ese es el secreto de una larga vida.