Rafael Leónidas Trujillo, de triste recuerdo para una gran parte de los habitantes de la República Dominicana, gobernó de forma personalista y tiránica durante un largo periodo de tiempo. Fue asesinado en mayo de 1961. Mario Vargas Llosa, en su libro La fiesta del chivo, contó con crudeza los desmanes atribuidos al famoso generalísimo.

Al margen del mandato y de todas las aberraciones que se atribuyeron a su etapa que duró creo recordar diez años, hay una curiosa historia relacionada con su viaje a España y su visita a Málaga, por donde paseó por la calle Larios y rezó ante el altar de San Rafael en la Catedral, bien protegido por la policía por temor a un atentado.

El alcalde de un pueblo de la provincia de Málaga se distinguió por su admiración hacia el político dominicano, tanto como para que el propio Trujillo le invitara a visitar el país. No se llegaron a concretar las condiciones de la invitación. La fecha del viaje en barco y detalles del desplazamiento se ultimarían una vez que el presidente regresara a Santo Domingo, que si mal no recuerdo pasó a llamarse Ciudad Trujillo.

Entusiasmado el alcalde por la invitación, pensando en el viaje, y ante el temor infundado o no de poder marearse durante la travesía, diseñó un artilugio para entrenarse debidamente y no pasarlo mal en el desplazamiento por aguas del Atlántico. Se hizo construir una mecedora de movimientos diversos, con vaivenes a derecha e izquierda, arriba y abajo, donde se sentaba por espacio de algunas horas simulando los embates del mar encrespado. Se encerraba en su casa horas y horas en el sillón de su invento para afrontar sin miedo el largo viaje a la isla antillana.

Afortunadamente el mal trago de la posible odisea no se produjo porque el generalísimo Trujillo se olvidó de la invitación o renunció a la presidencia del país a favor de su hermano, Héctor Bienvenido.

El motor de agua

Por aquellos años, un malagueño se hizo famoso al inventar el motor de agua. Se acabó el problema del petróleo que había que importar, adiós a la gasolina, nada de contaminación (entonces no era un problema la quema de fósiles) y riqueza y bienestar para todos. La prensa de entonces, no solo la de Málaga sino la del resto de España, se hizo eco del invento del siglo.

Poco tiempo después se informó de que la patente del milagroso invento fue adquirida por una empresa sueca; por lo tanto, la explotación del motor de agua correría a cargo de la empresa sueca que se había hecho con la patente previo pago de una importante cantidad de dinero. Los ecos de la noticia se fueron apagando€, sobre todo cuando unos periodistas, no sé de qué parte de España, indagaron en Suecia para conocer los planes de fabricación del motor. Creo recordar que no localizaron en Suecia a nadie que hubiese comprado la patente.

Se dijo entonces que la compra se había efectuado€, pero no con ánimo de explotar el invento, sino de guardarlo en un cajón para no perjudicar a la poderosa industria del petróleo, las gasolinas y todo el entramado petrolífero.

Hasta aquí, lo que yo sé.

Salvamanos

Los españoles en general y los malagueños en particular tenemos fama de inventores. No lo pongo en duda. En el registro oficial que regula la paternidad de toda clase de inventos creo que cada año se suman cientos o miles de nuevas patentes. Por desgracia, creo que gran parte de esa innata capacidad de invención que se nos atribuye no pasa la mayoría de las veces del registro.

A lo largo de mi carrera profesional conocí y entrevisté a muchos inventores, y adrede no entrecomillo lo de inventores porque nunca puse en duda el resultado de años de trabajo en busca de nuevas soluciones para mejorar el nivel de comodidad de la gente, el abaratamiento de algunos productos, la disminución de los riesgos en el trabajo ordinario, la facilidad de algunas tareas, la eliminación de materias contaminantes€

Algunos de los inventos que recuerdo, al menos uno, sé que se patentó y empezó a fabricarse. Fue idea de un profesor de la Institución Sindical de Formación Profesional Francisco Franco, más conocida por la escuela Franco.

Jurado es el apellido del autor o creador de lo que él tituló y patentó como Salvamanos. Era tan sencillo como eficaz. Un guante de goma muy sólido se acomodaba en la mano izquierda del trabajador que utilizaba herramientas que provocaban accidentes, como martillos y destornilladores. Si erraba el golpe sobre un clavo o se escurría un destornillador, el guante de goma impedía el accidente. ¡Quién no se ha dado un martillazo en la mano izquierda al intentar remachar un clavo! El salvamanos era muy útil. Creo que el señor Jurado conserva todavía muchos de aquellos guantes que diseñó para proteger las manos de los jóvenes de la institución de formación profesional que preparó miles de jóvenes para los oficios más demandados, como torneros, fresadores, electricidad del automóvil, matriceros, ebanistas, caldereros, artes gráficas€

Un radiador

Otro invento que tiene su origen en el mismo centro de formación profesional citado fue un radiador eléctrico que consumía menos de la mitad de energía que los que se vendían en el mercado. Personalmente asistí a un par de pruebas del prototipo fabricado por su creador. A mi modesto entender, por lo que vi, aquello funcionaba. El ahorro era evidente.

Su inventor trató de convencer a los fabricantes de radiadores de que no se trataba de un engaño ni de una utopía. Una de aquellas empresas lo quiso comprobar en sus instalaciones. El creador le envió el prototipo para que comprobaran por sus medios la eficacia del invento.

Cuando el creador comprobó que en la empresa habían intentado abrir el aparato que estaba herméticamente cerrado, la operación terminó. Se sintió engañado.

Recuerdo -pero este capítulo no sé cómo terminó- que el inventor estuvo en trato con Mercosur o una empresa de América del Sur interesada en el invento.

Como en otros casos, ignoro el fin€ como en algunas películas de misterio que dejan el final a juicio del espectador.

No contamina

Un señor no malagueño pero que residía en la zona de Pedregalejo nos mostró a dos periodistas el tubo de escape de su coche, un Volkswagen, de los conocidos vulgarmente como escarabajos, tapado, o sea, con un tapón metálico que impedía la salida de los humos contaminantes. Su invento consistía en la incorporación de una caja metálica en la que los humos se convertían en carbonilla. Cada equis tiempo, abría la caja y arrojaba la carbonilla por una alcantarilla o madrevieja, como decimos en Málaga y en Manzanares.

Que yo sepa nunca tuve noticias de que un Volkswagen volara por los aires o los humos envolvieran el Valle de los Galanes.

Nunca más supe del tubo de escape sin escape posible de los gases.

Nuevo sistema de recogida de aceitunas

Un sencillo invento de un agricultor de Álora -un perote para los amigos- me lo mostró en sus olivares una mañana de noviembre, cuando empezaba la recogida de la aceituna en la provincia de Málaga. Consistía en un tenedor o tridente de madera que permitía peinar el olivo para que las aceitunas fueran cayendo sobre una lona colocada al pie del árbol. Las aceitunas caían sin dañar las hojas ni las ramas, y resultaba, según él, más cómodo que los tradicionales sistemas de vareo y ordeño.

Lo que ya está inventado

Para terminar este repaso de inventos, uno que no es un invento precisamente, sino una disciplina de carrera universitaria. Me refiero a la acústica que hace siglos dominaban los arquitectos de los teatros romanos, los constructores de iglesias, de teatros, de salas de concierto€

Conozco dos casos que ahora recuerdo. El primero me lo contaron compañeros de Radio Nacional de España cuando los estudios estaban en el edificio del Gobierno Civil, ahora Museo de Málaga. Para que las audiciones musicales -conciertos de piano, de guitarra, violín€- llegaran a la audiencia a través de la radio en las mejores condiciones, dos técnicos alemanes se presentaron en el estudio. Uno se colocaba en una esquina y otro en el centro; tocaba las palmas, y el otro tomaba nota. Cambiaban de posición uno y otro y seguían con las palmas. Así toda una mañana. Dos días más tarde, después de más palmas que en una corrida de toros, procedieron a poner en las paredes planchas de corcho, cartones, telas... hasta dar por terminado el trabajo.

Se oía, de acuerdo con la expresión de hoy, «de puta madre».

El otro caso, de pena. Se construyó un salón de actos para usos múltiples en un determinado lugar de Málaga. Un profesor de arte dramático se interesó por las condiciones acústicas del recinto. El arquitecto se limitó a decir: «Eso depende. Unas veces se oirá bien y otras no». ¡Hala!