De la Palmilla se fue toda una institución. Aunque solo a medias, porque, de hecho, regresa cada vez que puede. Pepe López se jubiló como director del colegio Gálvez Moll el pasado verano. Y se sucedieron los homenajes, distinciones y reconocimientos hacia su labor. Bien merecidos. Porque allí sembró una semilla que ha dado un fruto extraordinario. Es lo que tienen las buenas personas: que dejan huella. Y más cuando su vida profesional se ha destacado por la cercanía, el afecto y el respeto. Y la personal también.

¿Cómo vive un docente la jubilación?

Es muy importante tener ocupado el tiempo. Si no, el día se hace eterno. Por este motivo, participo como voluntario en la escuela de pacientes de Carlos Haya, dando ánimos a los que entran con problemas cardiacos. El día de Reyes hizo un año de mi parada cardiorespiratoria. Tuve una muerte súbita y estuve tres días en coma. Entonces, se me implantó un desfibrilador que lo que hace es que si el corazón tuviera necesidad me da la descarga directamente. Tuve mucha suerte porque me atendieron muy pronto y pude salir adelante. Pero al estar jubilado con 60 años pienso que tengo que seguir siendo útil a los demás. También me ocupo en mi cofradía del Huerto de llevar los trámites del economato de la fundación Corinto.

¿Se deja de ser maestro?

Aquí nos pasa como a los toreros. El gusanillo que te ha movido a interesarte por los demás y darte a los demás sigue vivo. Y ya que hemos recibido ese cariño de los demás, aunque a veces los maestros creemos que somos invisibles, intento al menos seguir volcándome. En mi trayectoria he intentado construir desde la cercanía, el afecto y el respeto. Y he de decir que, como la mayoría de los sindicatos de la enseñanza piden poner en valor la figura del docente, la Palmilla lo ha hecho.

¿Lo echa de menos?

Al principio sí lo echaba de menos. De vez en cuando voy por el colegio, porque me preguntan cosas. Tras 36 años en La Palma, conociendo a las familias y la realidad de allí, no me cuesta ningún trabajo darme una vuelta y ver la alegría de allí. Además, me reciben tocando las palmas. Porque somos más que maestros. Cuando se trabaja en zonas como esta recibes el cariño porque no solo das tu labor profesional, también asesoramiento, ayudas a rellenar documentación, das consejos para mejorar su calidad de vida. Los soportes de la escuela, en zonas difíciles son la equidad, la eficiencia y el esfuerzo. He vivido una escuela de la inclusión y no discriminación, una escuela del reconocimiento, de la escucha, del respeto.

¿Cómo era el Pepe López que llegó a la Palmilla hace 36 años y cómo es el que se fue?

Aprobé las oposiciones cumpliendo el servicio militar en la Marina, 18 meses, y en cuanto terminé me dijeron que iba a la Palmilla y allí me incorporé. Vivía en Ciudad Jardín y solo era cruzar el puente. La zona ha cambiado mucho. Ha habido un movimiento vecinal, con el que hemos colaborado los maestros, que ha sido muy positivo. He tenido la suerte de trabajar en la parte más solidaria de la educación: la compensatoria, es decir, ayudar a quien menos tiene. Y así se aprende muchísimo más. No te encierras en el método. Tienes que investigar, tienes que plantearte los temas para hacerlos más asequibles, buscar colaboraciones ajenas al centro. Y todo esto sin bajar el nivel, para demostrar al exterior que son niños muy válidos. Eso que ahora está generalizado, al principio era una lucha casi de uno solo. Y el Pepe López que se ha ido es mucho más maduro, con un conocimiento más explícito de la realidad social que le toca vivir a muchísimas familias por causas ajenas a ellos.

¿Cuáles son los principales problemas a los que se enfrentan a diario las familias de la zona?

Hemos sufrido la entrada de la droga. Hemos vivido esa lacra y visto cómo padres de alumnos caían en sus redes, eran encarcelados o fallecían por sobredosis y cómo los niños vivían esa realidad sorprendidos y sin saber cómo sobreponerse a esa situación. Había que enseñarle las cosas cotidianas que para cualquiera es básico, como ducharse, asearse, cambiarse de ropa, recoger la mesa cuando se ha terminado... Siempre hemos educado a nuestros niños y niñas en igualdad y ha sido una batalla en contra de las ideas de algunas familias.

Mucho más que mera instrucción o formación, por lo que veo...

La labor que realiza la escuela en barriadas como la nuestra es fundamental. La mayoría de los niños se despiertan solos por la mañana y van solos al colegio. Desayunan allí, dan clases allí, comen allí y realizan actividades extraescolares allí. Nuestros padres se dedicaban a la venta ambulante y salen muy temprano a los mercadillos de la Costa. Ir al colegio para estos niños significa también ir a buscar cariño, el roce con el maestro, que lo reciban en la puerta y le digan qué guapo vienes, qué peinadito, te vamos a echar colonia...

¿Y esos niños y sus familias han evolucionado con el tiempo?

Los que son ahora adultos valoran mucho el trabajo que hicimos con ellos cuando eran escolares. El propio barrio también ha cambiado mucho. El sistema educativo acogió a los muchos inmigrantes que llegaban a la zona y nos planteó otro reto: enseñar nuestro idioma a personas que no lo manejaban, explicar las costumbres que tenía el resto, para que no hubiera enfrentamiento y los aceptaran. Eso supone muchas horas de trabajo fuera del aula de coordinación con los compañeros.

¿En este tiempo como director han pasado más alumnos por el centro o más maestros?

Aquí también ha habido una evolución. Las zonas de difícil desempeño siempre habían servido de trampolín. Los maestros iban como primer destino, pero en cuanto podían se quitaban del medio. Pero con el tiempo esto ha cambiado y los docentes se han quedado ahí porque les atrae el tipo de trabajo que se realiza y hemos sido referente ante otros grupos de maestros. En zonas como la nuestra hay menos conflictividad que en otras zonas más normalizadas.

¿Es evidente que esta labor ha permitido también reducir las tasas de abandono y de fracaso escolar?

El plan de absentismo se ha mostrado como un instrumento muy eficaz, porque se ha generado: mentalización de todas las instituciones para que los niños estén dentro de la escuela. Al principio muchos centros miraban hacia otro lado. Se daban cuenta de que un niño, no solo de la palmilla, si faltaba al colegio podía estar cometiendo un delito o estar siendo sometido a abusos. ya la policía local se fue volcando, la fiscalía de menores también jugó un papel muy importante para sumar esfuerzos.

¿Cuentan estos colegios con los recursos económicos y humanos necesarios?

La evaulación de la enseñanza de compensatoria ha sido grande. Realmente, la administración ha ido facilitando medios, ya sea informáticos, a través del plan de gratuidad de libros de texto, con becas de comedor... Todo ha ayudado muchísimo, los planes de absentismo han sido fundamentales, la coordinación entre administraciones ha sido efectiva, como no se ha dado en otros sitios. Para educar a un niño hace falta una tribu. Y nosotros siempre hemos colaborado. El esfuerzo de esa unión ha conseguido que muchísimo niños salgan de ese boquete donde estaban, hagan estudios superiores y desarrollen una vida normal. "La educación es la llave", este lema ha calado en nuestros jóvenes y creo, ha contribuido a que valoren la importancia del conocimiento para forjarse un futuro.

Recientemente, la consejera de Educación, Adelaida de la Calle, ha justificado los malos resultados obtenidos por Andalucía en el último informe Pisa a que las encuestas se hicieron a escolares que estudian en colegios de zonas pobres. ¿Cómo ha recibido esta justificación?

Me suena a excusa que no se la cree ni ella. Y en cierta forma me molesta, porque hay un desconocimiento de la labor que se realiza en ese tipo de zonas. Cuando hay gente que va a nuestro centro se sorprende de que los niños estén en silencio, tomando apuntes, trabajando, haciendo una vida escolar normal... las circunstancias, y es la pena, hace que estos niños no sigan estudiando porque sus padres los necesitan como mano de obra, sobre todo a las niñas, para cuidar a los más pequeños. Pero el principal problema de la educación sigue siendo el mismo: en mi vida profesional he vivido ocho planes de estudios distintos y así no hay forma de trabajar. Es vital dejar la educación al margen de la pelea de los políticos. Cuando haya un pacto educativo y se aisle de la pugna política los resultados cambiarán.

Si pudiera dar marcha atrás en el tiempo, ¿repetiría?

Estoy totalmente convencido de que sí. Pienso que habría mucha gente que explicando lo que se hace realmente en esta zona cambiaría su perspectiva. Si me siento orgulloso es del gran nivel educativo de la gente que ha pasado por nuestro centro, la gran labor que se realizaba y cómo mantenemos contacto. En la mayoría de los centros se juega a las casitas, el día a día problemático donde el maestro actúa como tal es en zonas como la nuestra.