Fue un calvo discrecional. Un tipo en permanente construcción e intercambio de ida y vuelta con su personaje. Alguien cuya imagen social bebía de la ficción. Y que si hubiera querido habría acabado por amasar a toda una generación a su modo y semejanza, con más tino que la costilla de Adán. Y unos atributos que, además de la soberana calvicie, que es la calvicie libremente elegida por el pueblo, incluía el caramelo chupachups y la mala follá instantánea. El teniente Kojak era Telly Savalas y Telly Savalas era el teniente Kojak. Incluso cuando se le declinaba a la flamenca, ya fuera a través de las famosas sevillanas de Pepe da Rosa («robaron un camión de chirimoyas, aquí el teniente Kojak»), o en la Costa del Sol, donde se le vería desatado y de fiesta. Sin nada que ocultar ni investigar. Solamente la vida relajada, pacífica.

Al viejo Savalas le debemos mucho. En primer lugar por lo suyo, tan indoloro, con el chupachups, que hizo que en todo el país se retrasara la edad masculina de iniciación al tabaco. Por no hablar de los incontables beneficios aportados al cuerpo de odontólogos. En cuestión de golosinas, el chicle con palo y capote de fresa sobrevivió al propio Kojak, haciendo de la caries una pandemia menor, casi de juguete, hasta el punto de confundir su publicidad con la del otro pelón oficial, el ultramusculado símbolo de Mister Proper.

Savalas, Kojak y el chupachups transformaron el cliché del héroe, del policía duro y sin escrúpulos. Gracias a él y a Yul Brynner, se aprendió una nueva manera de ser calvo en España. Esta vez no necesariamente traumática ni distraída con diseminados engañosos; una calvicie venida del futuro, compatible con la moda, que hacía que todo lo que rodeaba al actor pareciera invadido de una especie de felicidad contrasansónica. A Telly Savalas uno se lo figura en la Costa del Sol levantándose de su hamaca privada, dándose el último repaso con la maquinilla antes de salir al paseo marítimo, donde todavía es recordado con simpatía. Sobre todo, por sus sorpresivas y fugaces apariciones, mucho menos continuas y restringidas que las de otras estrellas de Hollywood. No hay que olvidar que en 1974 no había nadie más famoso que Kojak, el hombre que llenaba la televisión pública los sábados por la noche, un matón configurado para hacer cumplir la ley, probablemente noble, y que por aquí se comportaba en plan rumbero y plenamente reconocible, por más que se hubiera dejado en casa la mayoría de sus fetiches. Incluido el chupachups y el sombrero de la tele.

Kojak, que era Telly Savalas, se paseaba en su estancia por Marbella sin ninguna reserva. Cantaba, bailaba, se zambullía. Parecía que hubiera decidido sacarle todo el jugo a sus orígenes mediterráneos. De epicúreo, al menos, traía fama. Y prueba de ello son las muchas mujeres que pasaron por su vida, repleta de carambolas románticas y con una línea de sucesión desplazada que llega en amistades hasta la actriz de Friends Jennifer Aniston. Menuda ave de sarao estaba hecho el teniente. Con pulso, además, todoterreno. Especialmente, en su descanso de aquel año en la costa, en el que lo mismo andaba por ahí, en los fiestorros, que caminaba sin tapujos por la playa. Dejando, como buen conocedor de los evangelios -el actor había interpretado a Pilato en La historia más grande jamás contada- que los niños se acercaran a saludar y a abrazarle. Y hasta que se hicieran algunas fotos. En una de estas imágenes el artista, en su afán por mimetizarse, se muestra incluso estéticamente visionario: sin camiseta, con un colgante de oro, frente a un chiringuito, al estilo de la prosa electoral de la época del ladrillazo.

Sin embargo, y por suerte para todos, Telly Savalas no tenía ningún interés en probar suerte en campos que le eran ajenos ni en dejarse asesorar por administradores de fincas locales. Él estaba a lo suyo, de cachondeo, sin echar de menos siquiera a su amigo Burt Lancaster, rodeado de luces giratorias, de pantalones de campana. Que siga el carrete: Terry Savalas abrazado a una mujer, charlando con una rubia, con micro, con la camisa abierta, con gafas psicodélicas. Eran los años en los que el teniente se había metido a cantante. No sería, desde luego, su primera visita al país. Ya había jugosos precedentes. Entre ellos, el rodaje de Pánico en el Transiberiano, de Eugenio Martín. Uno de los muchos papeles ajenos al policía del chupachups, al que tuvo que seguir interpretando, incluido en largometrajes de aparición discontinua, hasta el final de su trayectoria. Fue el teniente Kojak el que le llevó a recibir las llaves de la ciudad por parte de las autoridades de Nueva York. Y posiblemente también el que puso su calvicie en órbita en la Costa del Sol. La historia de la provincia, en sus itinerarios de entretenimiento, puede también contarse a través de sus más populares calvas cinematográficas: la de Yul Brynner, la de Tony Leblanc. Todas igualmente turísticas, de brillo antológico.