Aún queda muy lejos el objetivo. Tanto que ni siquiera aparece entre los propósitos más aventurados y triunfalistas. A pesar de la inercia de los récord, de las innegables buenas perspectivas, 2017 tampoco será el año en el que la Costa del Sol consiga dejar atrás su mayor debilidad, el carácter estacional de la demanda, tan generosa con el verano como tradicionalmente cicatera en los meses que prosiguen a octubre. La ansiada conversión de la provincia en un destino sin recaídas, vivo durante todo el curso, tendrá que esperar, si bien eso no quita que se haya emprendido el camino correcto, con mejoras que, esta vez sí, y lejos de lo anecdótico, parecen afianzarse. Sobre todo, si se toma como campo de análisis el último trienio, en el que las diferencias se han acortado de manera más persistente.

Las cifras del INE reflejan que entre 2010 y 2016 la llamada estacionalidad se ha reducido en un 1,27 por ciento. Una bajada, sin duda, de proporciones modestas. Y más si se considera la borrachera de grandes números a la que últimamente parece haberse abonado el turismo, pero que tiene la virtud de mostrar una tendencia que poco a poco tiende a estabilizarse. En 2013 las diferencias entre la ocupación hotelera del invierno y la del verano se situaban, y tras una ligera escalada, cinco puntos por encima de las actuales. Sobre todo, gracias al comportamiento de 2015 y 2016, que finalizaron con una rebaja de casi el 3 por ciento.

El estudio realizado por este periódico, que confronta los datos de los periodos de menor afluencia con la llamada temporada alta, emplazada entre abril y octubre, ambos meses incluidos, corrobora también otro movimiento positivo: el espectacular aumento de la demanda invernal, que en esta década ya ha supuesto un avance en la ocupación del 19,3 por ciento. Un paso adelante que, con todas sus limitaciones, tiene el mérito añadido de haberse impuesto al incremento de la planta hotelera, que, al igual que los saltos en el calendario de la Semana Santa, introduce un factor considerado a menudo en los resultados como definitivo. El volumen de negocio, por tanto, se eleva, aunque tiene aún por delante el reto de contagiar al conjunto de la oferta y evitar que los hoteles echen el cierre estacional tras la llegada de octubre.

La evolución observada en las cifras sirve igualmente para ratificar una de las circunstancias más aplaudidas en las últimas temporadas por los agentes turísticos. La estacionalidad, y es cierto, sigue notándose, pero sus efectos van menguando. Especialmente, en el tiempo, en lo que se refiere a su permanencia, bastante más comprimida a la que en el pasado marcaba con una frontera casi tan natural como la de las estaciones los límites de la temporada turística. Ahora el invierno, al menos para el sector, dura bastante menos. Y va enrolando con autoridad a meses como mayo, febrero y noviembre en la causa de los grandes números. La comparativa, en este sentido, apunta a avances en la ocupación tan señalados como el de octubre, que acumula desde 2010 un incremento de más de 21 puntos.

Recortar la distancia con el verano no resulta tarea fácil. Menos aún en esta época, tan atiborrada de hitos, en los que la Costa del Sol ha sido capaz de reventar su techo histórico durante dos años consecutivos. Lo curioso es que entre noviembre y abril ya se crece más que en el resto del año, si bien con una diferencia notoria en términos brutos y desde un punto de partida, en el caso del invierno, notablemente más exiguo. La media apunta a un abismo entre las dos fases del año de más de casi 24 puntos. Y a una temporada alta enrachada, con un trimestre central, el del pasado ejercicio, que logró concluir con una ocupación del 83,27 por ciento. Las cifras de la Costa del Sol se espigan. Y más si se advierte que se trata de promedios calculados para toda la provincia, que no distinguen entre los llenos estivales del litoral y la demanda más reposada del resto de municipios.

En este aspecto, en cualquier caso, la provincia se mantiene imperturbable, sumando cada año más rendimiento hotelero a los meses que separan a abril de noviembre. La última referencia se detiene en un 79,4 por ciento de plazas ocupadas. Una cantidad que está un 16,2 por ciento por encima de la de 2010. De momento, las perspectivas son buenas. Al menos, para este trimestre, en el que está previsto que muchos de los indicadores sean mejores a los del pasado curso.