Tuvieron que irse. Casi sin despedidas. Con la olla del arroz negro de Fede Ayllón todavía en pleno aquelarre de vapores. Una sucesión de averías les llevó a pensar en abandonar el viejo y confortable local que ocupaban desde 2004 en el centro de Málaga, en la calle Andrés Pérez; decidieron entonces aprovechar el parón, el arreglo de la incidencia, para marcharse por la puerta grande, con muchos recuerdos y amigos, pero sin cortocircuitos sentimentales, dispuestos a un nuevo salto. Buscaban un sitio en el que echar raíces, a ser posible en propiedad, y por largo tiempo, lo que no deja de ser utópico en un mundo tan cambiante y reñido como el de los restaurantes.

Proust, en estos asuntos, exageraba. La pasión por la comida, aunque de gran potencial evocador, no entiende de fidelidades. La historia, en la hostelería, se repite. Y más en Málaga: un bar cierra, otro abre. Y la nostalgia de los parroquianos se evapora en el tiempo que tardan en surgir nuevos platos y citas con las amistades. Fede y Ana Vicaria lo sabían y querían acortar los plazos, pero se encontraron con la nueva y terca España postsiglo XE: barroquismo administrativo, precios exagerados, fiscalidad apremiante.

La diferencia es que, en su caso, los clientes funcionaron como un patrimonio. La comunidad de La Casa del Perro. Muchos eran los que se interesaban y preguntaban por la vuelta del restaurante. Y uno de los comensales habituales, el holandés José Hennekam, les sugirió probar con una de las plataformas de financiación colectiva que están tan de moda. Grabaron un videoclip, se fijaron un objetivo: obtener fondos para sufragar la instalación eléctrica, la extractora de humos y la renovación de la maquinaria. «Seguramente habríamos abierto sin la ayuda, pero lastrados. Con muchas deudas», explica Ana.

El caso es infrecuente. La página web que les acogió, Goteo.org, es de las que hacen selección. Apoyan a bandas de rock, aventuras solidarias, rara vez a un restaurante. Ni siquiera a los que como el suyo, se apoyan en un uso responsable de la energía, en la producción ecológica. ¿Quién está dispuesto a rascarse el bolsillo para salvar el bar del otro y crear unos cuantos empleos «de calidad y estables»? Con La Casa del Perro ya van más de doscientos. Muchos de ellos renunciando incluso a las recompensas que, en consonancia con lo exigido por la plataforma, han preparado Ana y Fede para agradecer las donaciones: vales para menú, paella, camisetas, mandiles.

A falta de menos de dos semanas para su cierre, la campaña está surtiendo efecto. El proyecto consiguió salvar poco antes de Navidad una de las condiciones impuestas por Goteo.org, que exige normalmente llegar a una cantidad mínima para continuar con la iniciativa más allá de los primeros veinte días de prueba. A Fede y Ana les pedían alcanzar 9.813 euros. Van por 12.185, más de la mitad de lo que necesitan para cumplir con su meta. Al dinero se suma una lista de colaboradores, amigos que, como la vecina hamburguesería El Faro, han contribuido con mobiliario e, incluso, echando una mano para traducir la carta a distintas lenguas. «Pensamos qué podíamos ofrecer para agradecer tanto apoyo y hemos decidido dar nuestras recetas, que estarán disponibles para todo el que las necesite», señalan.

Mientras La Casa del Perro va tomando consistencia en internet, el respaldo de la clientela se nota ya en la parte física, que es la que más gusta a los escépticos. El restaurante está a punto de abrir en su nueva ubicación, una antigua vivienda de la calle Hernán Ruiz. Han sido cinco meses de obras, de intenso sacrificio, de papeleo. Y de símbolos en muchos casos venidos del azar, como la percha con silueta canina encontrada durante la obra. Un objeto que a los dueños del negocio les llama por partida doble. El nombre del restaurante, de reminiscencias clásicas, es también el nombre de Fede, al que un amigo inglés, Ben, El Águila, apodó en su juventud como El Perro. «Siempre me han gustado los perros. Su evocación de hogar, su lealtad», reseña. En la maraña de frivolidad y artificio de internet también hay sitio para desplegar la alfombra. Incluso, la de mayor competencia y cara supervivencia de esta década: la de la hostelería del Centro.