El de Janin fue un embarazo deseado, sin vómitos ni dolores. Perfecto desde el punto de vista clínico y de bienestar. Hasta que en la semana 32, después de desayunar y mientras pensaba en su pequeño y en todo lo que debía preparar para la llegada de Nicolás, que nacería a final de año, se sintió sin fuerzas y con problemas para respirar.

Aquel lunes Janin sintió que se ahogaba, pero lo que no sabía es que ese día el destino tenía preparado para ella un punto. Un punto que pudo ser final pero que gracias a los médicos y enfermeros que la atendieron fue aparte. Y todo, gracias al coraje de una mujer que fue madre antes de serlo, no sólo porque Nicolás nació antes de tiempo, sino porque mostró la entereza y la valentía que solo una madre es capaz de tener. Y todo por su hijo.

Escuchó la palabra aorta. Luego disección. Urgencia. Ambulancia. Hospital Clínico. Todas pronunciadas con cara de preocupación por los médicos de un centro privado que determinaron que la gravedad de su estado requería de la atención conjunta de un equipo de cirugía cardiaca, anestesiología, neonatología y ginecología. Una atención integral en la que ningún fleco quedara sin atar porque era un caso de vida o muerte. De dos vidas o de dos muertes.

Todo resonaba en su cabeza con una especie de eco, y ella solo podía pensar en que era demasiado pronto para que Nicolás naciera. Había imaginado que el día del nacimiento de su primogénito sería diferente. Pero el destino quiso que Janin se enfrentara a la muerte con dos corazones que, aun latiendo a diferentes velocidades, lo hacían con ganas de vivir. Se agarró a su vida y a la de su hijo para que hoy esta historia quede recogida en los anales de la medicina malagueña como un caso excepcional, casi único, pues en dos décadas en el Hospital Clínico sólo se ha dado en otra ocasión. Ahora sostiene a su hijo con la gracia de una madre que sabe que tiene un tesoro en sus manos. «Después de todo, es un milagro», confiesa, aunque sus médicos prefieran denominarlo como un caso médico tratado y coordinado a la perfección.

Saber que estuvo a punto de morir le llena los ojos de lágrimas. Pero ella, en el fondo, llora porque ahora sabe que Nicolás podía no haber sido, no podía haber nacido si le hubieran diagnosticado antes de quedarse embarazada que padecía el síndrome de Marfan, una enfermedad que pudo ocasionarles la muerte a ella y a su bebé. Esta tiene origen genético y suele provocar alteraciones en los ojos, el esqueleto, el corazón y los vasos sanguíneos y está causada por una alteración genética en el cromosoma 15.

Para los profesionales del Hospital Clínico, el caso de Janin Franco y su hijo es una muestra de la fortaleza de la sanidad pública, de que la calidad no está reñida con que un servicio sea gratuito y de libre acceso. Así lo admitía ayer el subdirector médico del Clínico, José Cruz, que relataba cómo lo exitoso del caso fue fruto de la coordinación entre unidades y los profesionales que durante 10 horas estuvieron en quirófano dando lo mejor de sí para que Janin y Nicolás gocen del estado de salud que hoy tienen. También lo recordaba ayer el jefe de los neonatólogos, Enrique Salguero, que apuntaba al éxito del caso.

Un caso único, pues se da en 3 personas por cada 100.000 habitantes. La cirujana Gema Sánchez, que durante esas largas horas estuvo junto a la futura madre, trabajó con ahínco estando alerta por si se producía una rotura total de la aorta para actuar con rapidez y evitar que Janin se desangrara. Una vez estuvo todo preparado, el ginecólogo Rafael Martínez, acompañado por dos compañeros más, procedió a hacer una cesárea a Janin y sacar a Nicolás. Pero el ambiente se tensó aún más en quirófano porque se produjo una atonía del útero, lo que aumentó más el riesgo vital de la paciente, que requirió después de una histerectomía.

A su lado, Raquel Hermida, la anestesióloga que veló por que las constantes vitales de Janin no tuvieran dificultades a consecuencia de la agresiva cirugía a la que estaba siendo sometida. «Siempre intentamos que el paciente esté estable, pero en este caso más, teníamos un componente añadido: todas las vidas valen, pero en este caso había dos», señala.

La dificultad no sólo radicó en el trabajo con el bisturí o en vencer a la estadística de que uno de cada dos pacientes con disección aórtica no sale adelante. También lo fue de medios técnicos, porque como contaba ayer el enfermero de Neonatología Manuel César, hubo que aclimatar el quirófano de cirugía para el nacimiento de Nicolás, pues los de ginecología están adaptados para la llegada de una nueva vida. Los de cirugía solo para salvarlas.

Al otro lado del quirófano, la familia de Janin y su marido, Miguel Ángel Sierra, experimentaba sensaciones a las que aún, confiesa, no sabe poner nombre. Había nacido su hijo, pero a su mujer aún le quedaban horas en quirófano a merced del buen trabajo de los sanitarios a los que nunca dejarán de agradecer que les devolvieran la vida.

El jefe de sección de cirugía cardiaca, José María Melero, quiso ayer recordar que el porcentaje de muerte de 50% quedó sobradamente superado por el éxito de la intervención, «en un 200% porque sobrevivieron los dos». El responsable de la unidad de críticos post quirúrgica, Manuel Rubio, admitió que el impacto emocional de este caso era aún mayor por lo que suponía, pero la fortaleza de Janin la sacó de la UCI en sólo cuatro días y, al undécimo, se fue a casa.

A partir de ahora, los 14 de noviembre la familia Sierra Franco celebrará por duplicado. El renacer de Janin y el cumpleaños del pequeño Nicolás, el niño que no podía pero pudo ser.