Ya no es sólo una carta a tener en cuenta para el futuro. Tampoco un discurso facilón, de los que contentan al interior y contribuyen a tranquilizar a quienes llevan advirtiendo durante años sobre los riesgos de volver a subordinarlo todo a una única área de la economía. La industria agroalimentaria, un fijo en las reivindicaciones de los especialistas, ha dejado de funcionar como una quimera y una alternativa estratégica; sus números, facilitados por la Junta de Andalucía, hablan de una realidad a la que no le hace falta esperar para introducirse con fuerza en el tejido productivo. Al menos, en Málaga, donde los pasos empiezan a ser los de una actividad madura, con saltos agigantados y, sobre todo, sin límite de crecimiento a la vista.

En el último año, la provincia, impulsada por la aceptación de su aguacate, se ha convertido en la segunda zona andaluza que mas incrementa sus ganancias, situándose en el grupo de cabeza en cuanto a ingresos por exportación de frutas y hortalizas, tan sólo superada por Huelva y Almería. Un dato que tiene más valor si se advierte la posición de liderazgo de la comunidad y el vuelo millonario que van alcanzando sus cifras. En tan sólo once meses, los que separan a enero de diciembre de 2016, Málaga consiguió obtener 163 millones más por la venta al exterior de su producción.

Para Javier Salas, delegado de Agricultura, Pesca y Desarrollo Rural de la Junta, los números reflejan un nivel de consolidación que excluye cualquier tipo de discurso empequeñecedor o simplista. La industria agroalimentaria no es un apoyo menor para la economía, sino que ya ejerce de complemento sólido al turismo, con una estructura bien trabada y a la que, en términos de crecimiento, insiste, aún le queda, incluso, un largo recorrido. El sector, sostiene, ha evolucionado rápido y con una dirección muy clara, que tiene en cuenta tanto las peculiaridades del terreno -la provincia tiene 6.400 hectáreas consagradas al aguacate-como el modelo de gestión empresarial, basado en la unión en grandes centros de distribución y cooperativas. La fórmula se ha aplicado con éxito en cultivos como los subtropicales, pero todavía está lejos de ser mayoritaria en producciones como la del aceite, donde muchos entienden el negocio de manera autónoma, sin alianzas con marcas del entorno y, mucho menos, con vecinos. Es ese precisamente el punto en el que, de acuerdo con Salas, hay que insistir y en el que el sector tiene más margen para ensanchar sus autopistas.

«El ejemplo de Dcoop se ha notado. La Junta siempre ha tenido plena confianza en la agricultura y la alimentación. Y por eso ha aumentado el apoyo económico en 100 millones de euros», precisa.

El representante autonómico insiste en que el desarrollo creciente de la economía agroalimentaria aporta mucho más de lo que se puede intuir en la estadística. Su contribución es también cualitativa: al fomento de la diversidad, se unen valores de cohesión social. El más importante, señala, el fortalecimiento de las comarcas y de los pueblos, donde se ha pasado de contar con un medio de subsistencia tradicional a un sistema de negocio y producción cada vez más sofisticado, valorado en toda Europa. Un detalle que, como destaca el delegado, no es ni mucho menos secundario. Especialmente si se tiene en cuenta la tendencia a la despoblación que sufren entornos rurales como el de Cataluña. «En Andalucía no se está dando ese tipo de fenómenos y eso obedece a la apuesta decidida que se ha hecho por la industria», razona.