Tenía una belleza retraída, de esas que en la época servían de inclinación melancólica, de ideal igual y al mismo tiempo contrario al de la Bardot. Con el pelo relamido a dentelladas, pasando por todas las confesiones de los sesenta, desde la flequillada Beatle al desatoro yeyé, Elsa Martinelli daba bien y variado a cámara; con más registros que el de la tacañería de la diva. Más que una mujer de calendario, Elsa parecía una mecanógrafa con mucha metafísica, una libertaria con libros y pancarta por las calles de Roma o de París. Un perfil que, junto a sus dotes teatrales, la convirtieron en una actriz especialmente sondeada por las grandes cineastas, en muchas ocasiones si ni siquiera enfrentarse a la auditoría bachiller del casting, entrando directamente y casi a la distancia, como en la ocasión en la que Kirk Douglas se empeñó en contratarla tras descubrir su foto en las páginas de la revista Life.

A Elsa Martinelli no le iba la voluptuosidad simplona, por eso quizá, como la Cardinale, manejaba un catálogo de posibilidades que la hacían válida y sobre todo creíble para proyectos tan diferentes como el western o la adaptación de El proceso de Kafka que rodó Orson Welles. Lo mismo ocurría con los escenarios, desde la isla de Capri a la Costa del Sol, donde formó parte de la pandilla guapa en los tiempos guapos, rodeada del turismo naciente, con algún que otro feo millonario achicharrando con arrogancia y con cheques al personal. Uno observa las fotos de esa década y descubre el machismo en una calva, en una barriga insolente asomando por debajo del frac. Mucho hombre viejo y rico junto a mujeres que eran siempre un espectáculo. Aunque algunas, sólo faltaría, contaran con la licencia de seguir en primera plana treinta años más tarde. Ver a Elsa Martinelli en Marbella nunca dejó de ser un altercado estético y un privilegio, tampoco en los ochenta, cuando, ya alejada de las principales carteleras, venía invitada por personajes de la jet como Régine. Un estudio interesante sería poner en línea recta a todas las celebridades que una actriz italiana con talento puede llegar a conocer; ése y no otro sería el fresco del gran mundo. El repertorio de la Martinelli no decepciona. Y en sus conexiones incluye desde John Wayne a Ivana Trump, que también era amiga del yate de Khassoghi. Un señor dado a la estridencia que en presencia de Elsa estaba obligado a afinar. Y no sólo por su fama, sino por la altura del listón. Martinelli venía de ser adorada por Gary Cooper, del que cuenta que una vez la recibió de rodillas, dispuesto a beber champán de su zapato. Nada que en el Hollywood y en la Costa del Sol de esos días sonara inverosímil. Estas cosas del dinero y del juego de vivir.

En Málaga a la protagonista de ¡Hatari! no sólo se la recuerda por su presencia fugaz en las fiestas. Incluso existe un restaurante, conocido tanto por su cocina como por los estrafalarios gustos políticos de sus propietarios, que todavía mantiene una salsa con su nombre, en memoria de sus paseos por el Marbella Club. También hay sitio para la leyenda, que en este caso está representada por una brumosa estancia, ligada a un rodaje fracasado de serie B. Elsa Martinelli y Málaga coincidieron entre otras ocasiones en la agenda de rodaje del productor Antonio Cervi, que meses antes a la película de Mario Bava y Dino de Laurentiis intentó adaptar al cine las aventuras de un superhéroe de tebeo, Diabolik. Algunos aficionados al cine se atreven incluso a hablar de un viaje lacónico, con la actriz y Jean Sorel encerrados en un hotel de la Costa del Sol, esperando que llegara el resto de la producción y se superaran los problemas.

Elsa, en cualquier caso, tenía experiencia: su filmografía, apelotonada entre los cincuenta y los setenta, está llena de órdenes en castellano, de compañeros estirando las vocales en un intento de emparentar el italiano con una especie de dicción española desplegada. En Alicante, por ejemplo, rodó Manuela, además de participar en varias aventuras hispanoitalianas, entonces de moda, pese a la persistencia miope y el programa oficial del franquismo. Que en plena sesentada hubiera aterrizado en Málaga un set de rodaje procedente de Los Ángeles y Nueva York es algo que casa tan poco con personajes como Girón de Velasco como el turismo con el verde desguazado y militar. Pero así surgió el invento. Con mucho por crecer y mejorar en más de un sentido. Salvo todavía en la capacidad para atraer a las figuras más sobresalientes de la industria del cine. Algunas voluptuosas y reconocibles desde la última torre de Incosol. Otras de más amplia perspectiva. Lo escribió un paisano, Giorgo de Chirico: «Existen dos facetas: una vigente, casi siempre visible y vista por los hombres comunes; y la otra, espectral y metafísica, vista sólo por unos cuantos individuos en momentos de clarividencia». Se le podría haber aplicado a la muchacha. Como observada y observadora. Y si no que le pregunten a Marlon Brando, a Howard Hawks.