En cuanto al cambio climático, los expertos entienden que ese escenario está inmerso en una continua dinámica derivada de los efectos del calentamiento global. Dentro de la variabilidad pluviométrica mediterránea, mientras en la zona centro-oriental la dinámica tiende a una mayor aridez, en la occidental lo hace hacia un incremento de las lluvias, considerando como umbral de referencia al río Guadalhorce. Incluso, las precipitaciones serán más intensas, y, por tanto, más erosivas. Ellos ven más peligrosidad, se acentuará el riesgo de torrencialidad. A todo ello hay que unir la sucesión de periodos sin lluvia, lo que afectará al contenido de agua útil del suelo y a la vegetación, y las sequías cada vez más frecuentes desde los años ochenta, con mayor incidencia en las zonas interiores, precisamente los reservorios de agua potable. El catedrático José Damián Ruiz Sinoga lo explica así: «Aumenta la temperatura, habrá menos humedad en el suelo, más evaporación y la vegetación se va a tener que readaptar, algunas especies van a morir, si hay más suelo desnudo, habrá más erosión, lo que se conoce como chocolate». Asimismo, el aumento del nivel del mar es evidente, habrá un incremento de su cota, pocos centímetros, pero eso supone que el agua se tragará bastantes centímetros de playa, es decir, todo estará más cerca el mar y habrá más dificultad para el desagüe de los elementos que arrastre el agua. «Todo ello -aseguran en la publicación- conducirá a una reducción de la biomasa y al afloramiento de suelos desnudos, favoreciendo la aparición de procesos de salpicadura, escorrentía y erosión del suelo durante las precipitaciones». «Málaga, por su ubicación geográfica -entre dos mares y dos continentes-, posee gran variabilidad espacio-temporal de los procesos climáticos, que se manifiestan en un ecosistema heterogéneo y diverso, el Mediterráneo, caracterizado por procesos eco-geomorfológicos y paisajes diversos. Por otra parte, las regiones costeras mediterráneas han desarrollado un modelo de ocupación del territorio muy intensivo, ocupando las llanuras de inundación de los principales ríos y arroyos y las primeras orlas montañosas», lo que hace que se den situaciones de vulnerabilidad frente a la inundación, que desembocan con frecuencia en catástrofes.