Palmoleina, manteca de palma, aceite de palmiste, harina de palma... Son diferentes acepciones para un mismo ingrediente, el aceite de palma, un extraño hasta hace poco pero cuyo nombre cada vez empieza a sonar más, ya que lleva años en nuestra cocina. Y es que aunque este producto sea nuevo para los españoles, al menos de oídas, no lo es para su paladar o su organismo, pues llevan años consumiéndolo sin saberlo. En galletas, cereales, cremas de untar, chocolates e incluso leches infantiles.

El cambio en el etiquetado de los alimentos procesados a finales de 2014, que obligaba a especificar la información nutricional así como la posibilidad de comparar por cada 100 gramos o mililitros las calorías, grasas, proteínas, sales y azúcares ha permitido que cada vez se sepa mejor qué se está comiendo. Gracias al Reglamento europeo 1169/2011 sobre información al consumidor este dispone de la información suficiente para decidir si compra un producto o no.

Aunque cada vez hay más conciencia social sobre lo que se consume, en España aún falta educación nutricional, según señalan los expertos. No obstante, los cambios en el etiquetado han permitido poner nombre y apellidos a las grasas que se consumen y, he aquí la sorpresa, se ha conocido que numerosos productos de la industria alimentaria utilizan más azúcar del que se podía imaginar y aceites vegetales diferentes al de oliva o girasol, como el de palma, palmito o coco. No hay más que abrir la despensa de casa, la nevera e, incluso, el cajón del cuarto de baño para descubrir que hace años que se consume aceite de palma sin saber, siquiera, que este existía.

Pero, ¿de dónde procede? Se produce a partir de los frutos de la palma africana (Elaeis guineensis) y se ha convertido en una materia prima usada a nivel global para la elaboración de una gran cantidad de productos de la industria alimenticia y cosmética. El aceite de palma está desplazando a las grasas hidrogenadas, que se han demostrado nocivas para la salud. «No obstante, este aceite es muy rico en grasas saturadas, por lo que está lejos de ser una alternativa idónea desde el punto de vista del equilibrio nutricional y es preferible no abusar de él», señalan desde la Organización del Consumidor (OCU), que alerta de que además, su producción conlleva excesos medioambientales y sociales. Su cultivo en Indonesia y Malasia, los dos países que concentran el 85% de la producción mundial, ha tenido un fuerte impacto ambiental y social. Otros países exportadores de aceite de palma son Papúa Nueva Guinea, Colombia, Tailandia, Camboya, Brasil, México y África occidental.

Pero,¿ a qué se debe su uso desmedido si, por ejemplo, no se produce en España como sí otros más saludables como el de oliva? Porque el aceite de palma es económico, versátil y actualmente está dentro de un mercado estable. Por ello, desde la OCU advierten de que para evitar el exceso de grasas saturadas que aporta el aceite de palma a la dieta, «lo mejor es limitar todo lo posible el consumo de alimentos precocinados, la bollería industrial y otros productos agroalimentarios procesados, productos en los que se usa mucho el aceite de palma».

De este modo, recomiendan leer el etiquetado y elegir productos que hayan sustituido el aceite de palma por otro como el de girasol, que es más saludable. En este sentido, el jefe de la Unidad de Gestión Clínica intercentros de Endocrinología y Nutrición de los hospitales de Málaga capital, Francisco Tinahones, considera importante que se etiquete de manera correcta para que el consumidor no crea que al estar consumiendo una grasa vegetal crea que se trata de un producto saludable. « A pesar de extraerse de un vegetal su grasa es muy parecida a la grasa animal, un porcentaje muy alto de su grasa pertenece al grupo de la grasa saturada y esta grasa se ha asociado, si se consume en grandes cantidades, a un incremento en la cifras de colesterol LDL (malo) y se ha asociado a las enfermedades cardiovasculares como infartos o ictus. También un exceso en el consumo de grasa saturada se ha asociado al cáncer», señala el médico, que apunta a que las grasas que proceden de otros vegetales tienen una composición diferente, porque la mayoría son polinsaturadas, como la del aceite de girasol, y no están asociadas, como el de palma, a enfermedades. No obstante, recuerda que el de oliva tiene mayoritariamente una grasa monoinsaturada «que se ha demostrado enormemente beneficiosa para la salud». El endocrinólogo admite la paradoja del aceite de palma, pues señala que a pesar de proceder de un vegetal tiene una grasa parecida a la de los animales y puede engañar al consumidor pensando que consume grasa vegetal asociada con la salud y está realmente tomando una grasa parecida a la mantequilla, por lo que el cuerpo lo procesa como tal.

Así, el recientemente nombrado responsable del área de Evaluación de Medicina Clínica y Epidemiología de la Agencia Nacional de Evaluación y Prospectiva (ANEP), recuerda que las sociedades científicas recomiendan que el consumo de grasa saturada no suponga más de una 10% de la energía ingerida, mientras las monoinsaturadas se permiten hasta el 20%.

Tal es la preocupación de los expertos que se el Instituto de Investigación Biomédica (IRB) de Barcelona ha hecho un estudio en el que ha identificado las células responsables de iniciar y promover metástasis en diversos tipos de tumores humanos. Publicado en Nature, identifica las células de un tumor capaces de iniciar metástasis a través de un marcador específico, la proteína CD36. Esta proteína, que está en las membranas de las células tumorales, se encarga de capturar e internalizar ácidos grasos. La actividad de CD36 y la dependencia al metabolismo de lípidos -grasas- distingue a las células cancerígenas hábiles para iniciar metástasis del resto de células del tumor. Cuando los investigadores vieron la implicación del metabolismo de las grasas en el proceso de metástasis y la función que desempeña la proteína CD36, se preguntaron si el consumo de grasas tiene algún efecto directo en metástasis. «Parece existir un enlace directo entre consumo de grasas y potenciación de las metástasis a través de CD36, al menos en ratones inoculados con células tumorales humanas. Hay que hacer más estudios para entender esta intrigante relación entre dieta y metástasis, sobre todo porque en las sociedades industrializadas estamos incrementando de forma alarmante el consumo de grasas saturadas y de azúcares», dice el jefe del grupo Células madre y cáncer del IRB Barcelona, Salvador Aznar.

Desde el Colegio Profesional de Dietistas Nutricionistas de Andalucía, la vocal por Málaga, Ana Márquez, señala que el uso desmedido de esta grasa no obedece sólo a su precio, sino a su facilidad de adaptación al producto final, a su palatabilidad y sabor. «El consumidor compra el producto elaborado por comodidad, pero lo que nos ahorramos por un tiempo nos lo cargamos por otro lado», señala. Para Márquez, es clave saber qué se está consumiendo. No obstante, considera que la industria alimentaria tiene mucho poder y debe buscar «alternativas» que no sean dañinas, pues los ácidos grasos del aceite de palma son de cadena corta saturados y pares, «lo que tiene peor repercusión sobre la salud cardiovascular y y sobre patologías metabólicas», concluye.