Corrían los años 20 cuando el abuelo de Pepi y Francis Galdeano se animó a abrir una taberna en la playa con la que dar de comer a los primeros turistas que acudían a la capital de la Costa del Sol para disfrutar del sol y de la playa. Eran de Jaén o Sevilla y, mientras tomaban el sol, les gustaba tomar un tentempié.

El abuelo de estas dos malagueñas que han pasado sus más de 60 años de vida entre las cuatro paredes de este mítico restaurante se aventuró a abrir una taberna a la que proveería de lo que pescaba con su barca. Fue un visionario. «El nombre lo tuvo claro: El Lirio, que es como se llamaba su barca», contaba ayer una emocionada Francis Galdeano, que recuerda cómo esa canción de Concha Piquer fue el germen del que ha sido un chiringuito de reconocido prestigio en la ciudad.

Políticos, artistas y media Málaga han probado los platos que las tres generaciones de Galdeano han preparado con esmero. Sus especialidades: el pescaíto frito, el arroz caldoso o los espetos de sardina, manjares que no han pasado inadvertidos a los paladares de los malagueños, que ni en los peores años de crisis han dejado de llenar este chiringuito de Pedregalejo.

La falta de recambio generacional y la necesidad de tomarse un descanso han provocado que el mítico chiringuito cerrara ayer sus puertas después de 90 años de historia. Y no porque no hayan tenido hijos ni porque el negocio haya ido mal, sino porque con su infatigable trabajo demostraron a sus vástagos lo sacrificado que es tener un negocio de restauración. Durante más de treinta años estas dos hermanas, que hoy tienen 66 y 64 años, no han descansado ni un solo día. «Ni vacaciones, ni Año Nuevo ni fiestas, aquí hemos trabajado todos los días sin parar», contaba ayer Francis, que reconocía que el verano pasado acordaron cerrar los lunes para disfrutar de los nietos y para descansar, aunque fuese, un día a la semana.

Después de no pensarlo mucho y, animada por sus hijos, las hermanas Galdeano decidieron traspasar el negocio que tantas alegrías les ha dado. «Apenas lo hemos pensado porque si no, no cerramos», relataba ayer la menor de las hermanas, que admitía que Pepi está a la espera de una intervención quirúrgica y que se merecen una buena jubilación. Y, dado que se sienten jóvenes, con ganas de disfrutar y han vendido el local a una empresa de comida «más moderna», creen que es su momento para pasar página. «Pero queremos hacerlo por la puerta grande, dando hoy -por ayer- de comer a todo el que venga», reconocía.

El Lirio fue uno de los primeros chiringuitos de Málaga y las tres generaciones que han trabajado en él tienen mucho que agradecer a un restaurante que, comenzó en la misma arena y hoy dispone de una gran terraza y un coqueto local.

Aunque 90 años han dado para mucho, los clientes de El Lirio se sentían ayer apenados. El espíritu de estas hermanas, siempre amables y de buen humor, contrastaba con la situación. «Estoy hinchada a lexatín», confesaba Francis, que admitía que no podrá volver a pisar el mítico paseo de Pedregalejo, que ha sido su casa desde que nació y que ha convertido al resto de trabajadores de otros chiringuitos en su gran familia. «Aquí no ha habido competencia, hemos trabajado siempre con humildad y nos hemos ayudado unos a otros», relataba la mujer, emocionada, presintiendo que las últimas comandas se acercaban. Se cierra El Lirio y con él una pequeña parte de todos los malagueños porque, ¿quién no se ha tomado un tinto de verano en su terraza disfrutando de un pescado y de la mejor compañía?