esde que se implantó y prosperó la moda de recurrir al inglés y otras lenguas más o menos extendidas para anunciar alimentos, bebidas, productos para el aseo personal, cremas, artículos para el hogar, limpieza, playa€ opté por negarme a comprar lo que no esté en español. Es mi mínima aportación a condenar todo lo presentado o anunciado en otra lengua que no sea la española. Para mí, el español, rechazando la machacona costumbre de anunciar todo en inglés y algo en francés, es la «chispa de la vida».

Quizá mi terquedad me prive de productos exquisitos o que faciliten mi diario quehacer, pero mi tozudez me impide apearme del burro.

Cuando descubro un paquete de galletas con el aditamento Cookies miro para otro lado, y si me tropiezo con un producto que se llama Fitness, me voy directamente a las galletas María de toda la vida. Si para protegerme de los rayos solares me ofrecen una cosa que se llama Ecran Aftersun, me inclino por otra que se anuncia como Protección Solar.

A la oferta de un crucero que promete unas Happy Holidays respondo con un no; quiero un crucero que me asegure diversión, fiestas, bailes, excursiones, visitas€, todo lo que me digan en español.

No hace mucho me encontré con un gran anuncio llamado a encandilar a los lectores del periódico una oferta que rezaba así: Reach Your Healthy Best, y para reforzar la espléndida oferta, From Low You, to go go go you.

La penúltimo que he leído es un producto superalimenticio, a base de frutas y verduras que lleva el nombre de Smoothies. No dudo de su riqueza alimenticia, de sus valores energéticos, de€, pero ¿smoothies? No sé ni cómo se pronuncia, y para escribirlo correctamente he ido escribiendo letra a letra para que llegue intacto a las páginas del periódico.

Otrosí: Yo, de vez en cuando, he ido de tapas a la calle Moreno Monroy, sobre todo al mítico Orellana, primero cuando lo regentaba el padre con el sugestivo y patentado «huevo sorpresa» y después con sus hijos y nietos. Pero mira por donde, después del calentamiento mental de alguien, ha decido denominar el agradable entorno como «Moreno Monroy Eat Street». Ya no voy más porque mi españolismo me lo prohibe. ¡Pá la ingleses del brexit!

Nuestro ínclito Ayuntamiento ha creado la tarjeta Málaga Pass. Yo, de momento, passso.

Como también paso de comprar The New Parfum Poudrés, que me suena a perfume para pobres€

Sin embargo, de forma un tanto inesperada, como la excepción que confirma la regla, me he encontrado con dos iniciativas «españolistas», dignas de aplauso. La más sobresaliente, porque tiene partida de nacimiento en Marbella, es la creación del mercado Gourmet Abastos & Viviendas.

Lo de gourmet lo acepto porque es un galicismo muy arraigado. La otra iniciativa que merece mi española ovación es la incorporación al Parque Tecnoalimentario de Vélez-Málaga de una empresa denominada Pinchomanía. Me apunto como consumidor hispano.Los potitos

Soy incapaz de fijar una fecha más o menos aproximada del inicio de la absurda moda de decirlo todo en inglés; una cosa es aprender inglés o alemán o chino para mejorar la formación cultural del español y poder comunicarnos con el resto del mundo, y otra caer en el esnobismo (esnobismo es la españolización del snob británico). Pero hay una pequeña historia que viene al pelo.

Hace unos cincuenta o sesenta años, una farmacia de Málaga recibió la visita de un señor que se presentó como personal directivo o comercial de una multinacional, que en su amplia gama de productos, iba a lanzar al mercado una nueva línea de alimentación para niños de corta edad, de un año o menos. Le adelantó que en fecha no lejana llegarían a las farmacias unos preparados en forma de purés a base de vegetales, carnes, frutas, salados y dulces€ Para qué seguir: todos los lectores saben a qué me refiero. Se estaba preparando el lanzamiento de los hoy populares potitos.

El producto entonces no tenía nombre elegido. Se estaban barajando algunos. La mercadotecnia estaba en marcha.

Don Joaquín Irigoyen, perito agrícola, marido de la titular de la farmacia, fue el que lo atendió y, adelantándose a lo que vino después, le dio su opinión personal. Lisa y llanamente lo dijo no sé si textualmente o de forma aproximada: «Elijan una palabra extranjera. Seguro que se venderá más».

Irigoyen, que falleció nonagenario, adivinó que muchos de sus conciudadanos, eran tan poco españoles que se inclinarían por adquirir productos etiquetados preferentemente en inglés aunque desconozcan la lengua.

Al final se impuso el vocablo potito (alimento envasado y preparado a modo de puré, para niños de corta edad), con una ortografía apta para iletrados. Los que se decidieron por potito seguramente ignoraban que Potito con mayúscula es un nombre masculino. En el santoral cristiano figura San Potito mártir (Cerdeña, año 166). Pienso que ningún matrimonio optará por dar a su hijo el nombrecito de marras, sobre todo si sueña que algún día su hijo se dedique a la política y acceda a la presidencia del Parlamento. «Don Potito -aparecerá en los informativos-, dirige el debate para la nueva Ley de Educación», y digo Educación porque es la que más se lleva y cambia.

Hace unos meses, en uno de sus deliciosos artículos que escribe para el Magazine y que acompaña a la edición dominical de La Opinión, Quim Monzó, decía refiriéndose a una iniciativa de una iglesia evangélica alemana, que al producto le había puesto un nombre inglés: «Ya se sabe, escribía, que hoy en día si a un producto le pones el nombre en inglés, a mucha gente le parece ´de lo más´» Yo, por mi cuenta, le agrego «de lo más tonto».

Y propongo a san Potito como patrón de la infancia.El flashmob

Leí, porque leo mucho, que un juez en Playa de Aro (aunque ahora es Platja D´Aro) en Gerona (que ahora es Girona), dejó en libertad con cargos a cinco monitoras alemanas por haber organizado un flashmob. Como la noticia no aclaraba lo que es un flashmob no me atrevo a discutir si el juez hizo bien o mal en dejarlas en libertad con cargos.España es diferente

Admiro a los autores de eslóganes que invitan a consumir y a hacer apetecibles toda clase de productos, ya sean alimenticios, farmacéuticos, teatrales, cinematográficos, viajes, ciudades, países, bebidas, bares, restaurantes, playas, climas, festivales, religiosos, literarios, eróticos€ y todo lo que se quiera agregar porque no hay límites.

Sigo admirándolos pese a que en ocasiones se extralimiten en los elogios y sus efectos. Después de ver a un jovencita dando saltos, risueña, ágil, etérea€ y comunicarnos que todo ese cúmulo del bienestar era consecuencia de beber determinada agua me parece excesivo; o que una señora haga el ademán de comerse una galleta pero no se la come y la recomienda por sus propiedades afrodisíacas; o el coche de última generación que se desplaza por toda clase de superficies e incluso sube escaleras; o que un quitamanchas deja limpio limpísimo una prenda con más mierda que el palo de un gallinero€ Entonces esa admiración baja varios peldaños.

Un eslogan que no sé quién inventó pero que no miente y es la pura verdad es el que se utilizó en una campaña para atraer el turismo mundial a nuestro país: España es diferente. Acertaron de lleno porque pese a los decenios transcurridos desde su lanzamiento España sigue diferente en todo, hasta en la dificultad para ponerse de acuerdo para formar gobierno y consensuar, como se dice ahora, una letra para el himno nacional.

No cabe la menor duda: somos diferentes€ y tan diferentes que me temo que los mandatarios barceloneses logren por mayoría simple sustituir la estatua de Cristóbal Colón que destaca en el paisaje urbano y en su lugar colocar, colocar€ Bueno, no llego a tanto. Pero tiempo al tiempo. Colón era franquista.