Cuando una persona sufre la pérdida de un ser querido, el abismo se abre bajo sus pies. El dolor se hace presente y la digestión de la ausencia tarda tiempo, depende de cada persona, porque como explica la psicóloga Ángeles Barriuso, responsable del taller de Superación del Duelo del Teléfono de la Esperanza, «no hay dos duelos iguales». Esta profesional atiende a grupos de entre seis y doce personas, durante una sesión semanal de dos horas ­-14 sesiones en total- que han sufrido la pérdida de alguien a quien estaban vinculados de una u otra forma. El grupo de duelo es un espacio para compartir el dolor, desahogarse, elaborar e integrar la experiencia hasta llegar a la aceptación y el recuerdo sereno. «Buscamos que todo el mundo tenga espacio y pueda participar», dice, «y damos herramientas prácticas para acompañar el proceso».

Hay que recordar que el duelo es natural, una reacción de adaptación a la nueva situación tras el fallecimiento de una persona significativa en nuestra vida y lleva tiempo. «Cuando una mujer o un hombre enviudan después de 30 años de relación, toda la vida se rompe y hay que reorganizarla. Toda pérdida es la ruptura de un proyecto vital, la persona experimenta que su vida se para en un momento porque una parte de sí se ha ido», reflexiona. «Muchas muertes son súbitas, por accidentes, enfermedades rápidas, ese shock necesita su tiempo, y depende de las circunstancias de la muerte y de la importancia del vínculo con el fallecido que necesitemos más o menos tiempo para integrar la experiencia».

El duelo no es sólo psicológico. «Hay una sintomatología a nivel físico, emocional, cognitivo, y de comportamiento. Duele el alma, duele el cuerpo, duele la vida», recalca. Hay veces, explica, que la persona se queda «retenida» en el proceso de duelo. «Si a los dos o tres años de la pérdida, en la persona no empiezan a aparecer indicadores de aceptación, tranquilidad interna, el duelo es complicado».

Cada duelo pasa por unas fases bastante comunes según los estudios de diversos autores, aunque esas fases no son compartimentos estancos, sino que pueden coexistir, el individuo puede ir hacia adelante y hacia atrás. Aquí nada es matemático.

La primera fase sería el shock. «Aquí sobreviene la negación, todo parece irreal, un sueño, cuando escuchan la puerta de casa creen que se va a abrir y va a entrar el fallecido; la negación es un mecanismo natural hasta aceptar el impacto», aclara. Luego llega la rabia, «el mundo sigue y yo no, hay rabia contra el fallecido, ¿por qué te has ido?, contra la vida, porque lo consiente y si es una persona religiosa puede haber rabia contra Dios», explica. Con la rabia se empieza a aceptar que lo ocurrido es real, y hay mu cha incertidumbre, «¿qué va a ser ahora de mí?». En la fase de la negociación, «pretendemos hacer una suerte de pacto de cambio, de ser mejores. Haríamos lo que haga falta con tal de que las cosas vuelvan a ser como eran o que por lo menos encontremos sentido y paz interior en este caos», aclara. En la fase de la depresión se siente la pérdida en toda su dimensión. La persona es consciente de que la vida no será la misma. «Hay interiorización y necesidad de elaborar los recuerdos, repasar la vida conjunta y sanear asuntos pendientes y finalmente la fase de aceptación donde estamos disponibles otra vez para reinvertir energía en la vida», señala.

«No es un proceso lineal, hasta que la persona no reelabora su proyecto de vida pasa por las distintas fases, hay avances y retrocesos. El indicador positivo de que el duelo se está superando es cuando predomina esa emoción serena, aceptación, gratitud por lo vivido y compartido, se recuerda a la persona con nostalgia, no con ese dolor lacerante de las primeras fases», recalca. Incluso en los duelos anticipados, donde los familiares saben que el final va a llegar, y ven como se apaga lentamente su ser querido por una enfermedad irreversible, se pasa por estas fases que, como incide esta psicóloga, no tienen por qué darse el orden cronológico, sino que en muchas ocasiones coexisten.

Hay una serie de pistas para elaborar el duelo: permitirse el proceso, abrir el corazón al dolor, ser conscientes de que recorrer el camino requiere tiempo; se aconseja ser amable con uno mismo, no tener miedo de volverse loco, aplazar las decisiones importantes, no descuidar la salud, agradecer las pequeñas cosas, pedir ayuda, procurar ser paciente con los demás, mucho descanso, una pizca de diversión, confiar en los propios recursos para seguir adelante, aceptar lo irreversible de la pérdida, conocer que, elaborar un duelo no es olvidar, aprender a vivir de nuevo, centrarse en la vida y en los vivos y definir la propia postura frente a la muerte, como dice Jorge Bucay en su libro El camino de las lágrimas.

Barriuso aconseja irse haciendo preguntas a lo largo del proceso. «¿Qué ha significado esto en mi vida?, ¿qué emociones me despierta?, ¿qué necesito? , ¿qué o quién me puede ayudar? , ¿qué recursos tengo para superarlo?, ¿cómo reconstruir el proyecto de vida?, ¿ qué es importante ahora para mí? Y revisar las prioridades», señala. Los libros sobre duelo ayudan, también llevar un diario en el que reflejar la experiencia de sentimientos y pensamientos, los rituales, hacer un álbum de fotos y reordenar la vida conjunta o escribir cartas al fallecido. Y, por supuesto, los grupos en los que se trata de que la persona tenga herramientas y prevenir duelos complicados. «Y recordar que si la persona está estancada, enquistada en el dolor, que pida ayuda, porque hay duelos difíciles. Se sabe hoy en día que muchos problemas de ansiedad y depresión tienen en su base duelos no resueltos», explica, para concluir: «No hay dos duelos iguales».