La de Hugo Molina Mejías es la historia de una segunda oportunidad. De un milagro médico y de ganas de vivir, de un pequeño que con 11 años demostró a quienes le cuidaban y casi no apostaban por él que aún le quedaban muchos sueños por cumplir. El primero, que tenía que ir a Tailandia porque, aunque todos los niños del mundo quieren ir a Eurodisney, él quiere conocer la cultura del país del sudeste asiático, aquel en el que dicen que las sonrisas se entremezclan con los olores, los sabores y un sinfín de colores.

Era un día soleado, vacaciones de Semana Santa. Media Málaga se despertaba de la madrugada del Jueves Santo y se disponía a coger con ganas el Viernes Santo. La otra media descansaba, tomaba el sol, disfrutaba de unos días de relax en familia. Hugo, en concreto, montaba en bicicleta junto a su primo. Sus padres, unos metros más allá, en el campo en el Puerto de la Torre, disfrutaban del día ajenos a que aquel 25 de marzo de 2016 les iba a cambiar la vida para siempre.

Hugo tropezó y cayó de la bicicleta. La que hubiera sido una caída más de las miles que a diario se dan por este motivo se complicó. El pequeño, inconsciente, vomitó. Y su madre, Francis, que es trabajadora social de Carlos Haya, supo que eso no era normal. Después de llamar a una ambulancia que lo trasladó a toda urgencia al Materno, allí los médicos empezaron a hacerle pruebas. Lo primero que vieron fue una masa de sangre dentro del abdomen.

Francis y su marido no daban crédito, no entendían nada. Hugo se había roto el hígado. Había caído con tan mala fortuna que se había clavado el manillar en el abdomen produciéndole la rotura del órgano. «Tardaron 10 minutos en decirnos que había que meterlo en quirófano. Tu piensas que te van a decir que se ha roto un brazo y te dicen que se te puede morir», rememora su madre cuando está a punto de cumplirse el primer aniversario del día en que todo cambió en sus vidas.

Durante la intervención, le pusieron más de 20 transfusiones de sangre. Su madre solo acertaba a decir que no podía estar pasándole eso a su único hijo. «No me lo podía creer, hacía un rato estaba tomando el sol y ahora me estaban diciendo que temían por su vida», narra Francis, que se deshace en palabras de agradecimiento a los profesionales sanitarios que se desvivieron por sacar adelante a su pequeño. «Nos han dado la vida», afirma.

Hugo sobrevivió a la primera noche de milagro. A las 5 de la mañana se despertó tras serle retirada la medicación para ver si respondía a algún estímulo. La enfermera que estaba en la UCI del Materno no daba crédito. Pero no solo despertó, sino que respondió «sí» cuando su madre le dijo que iban a ir a Tailandia. Le volvieron a sedar hasta una semana después, cuando se lo llevaron al Reina Sofía de Córdoba.

La actividad cerebral era mínima y, además de tener el hígado muy mal por la rotura, tenía paralizados los riñones y el intestino. «El personal no le dejó sólo en ningún momento, se veía que mi niño no era un número, se estaban preocupando por él, como por todos, de una manera desmedida», relata emocionada Francis, que no puede, tampoco, olvidar cómo le apoyaron sus compañeros de la Unidad de Trabajo Social del hospital.

Tras una semana luchando en la UCI del Materno, los sanitarios explicaron a los padres de Hugo que este iba a necesitar un trasplante de hígado. El suyo llevaba una semana sin funcionar y no tenía visos de retomar sus funciones. Para poder optar a un trasplante necesitaba de pruebas que demostraran que tenía futuro,para lo que le hicieron una resonancia magnética que demostró que había actividad cerebral. Entonces lo trasladaron al Reina Sofía, el centro sanitario andaluz de referencia para trasplantes de hígado en niños. Pero Hugo tenía prisa y lo mejor, dada su gravedad, era entrar en «código cero», un mecanismo a través del cual la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) estipula que el primer hígado compatible con el grupo sanguíneo sea para esa persona. No obstante, los profesionales no tenían claro que fuese a ser susceptible de trasplante. Pero un médico, al que su madre nunca olvidará, dijo que tenía las pupilas reactivas. «Apostó por él», dice.

«Entró en el ´código cero´ a las 10 de la mañana y a las 11 ya había un donante. Los cirujanos nos dijeron que era un milagro», señala Francis Mejías, que recuerda que el órgano que recibió su hijo era de un adulto y venía de otra comunidad española, porque llegó por la noche a Córdoba. Durante siete horas el personal sanitario del hospital cordobés trabajó con esmero en quirófano. Al día siguiente despertó en la UCI. «El post trasplante fue muy duro porque no es un trasplante normal, había muchas cosas mal», recuerda la madre de Hugo, que cuenta que estuvieron más de un mes y medio en Córdoba recuperándose y superando algún que otro inconveniente.

Hugo pasó, con 11 años, de no haberse puesto nunca malo a tener numerosas cicatrices en el abdomen y a pasar hasta en siete ocasiones por quirófano. Además de viajar a Tailandia en cuanto pueda, de mayor quiere ser enfermero, porque sabe lo importante que es que te cuiden bien cuando peor estás. Además, quiere decirle a toda la gente que hay que donar. «Que él está aquí por eso».