Los antiguos sindicatos verticales crearon a través de sus distintas Obras (Educación y Descanso, Artesanía, Hogar, Previsión Social…) actividades que muchos recordarán, sobre todo los que disfrutaron de ellas, como las residencias de verano repartidas por todo el país, las Ciudades Sindicales de Marbella, Tarragona y Perlora, esta última reservada a los trabajadores de las empresas siderúgicas de Asturias, especialmente ENSIDESA. Muchos españoles tuvieron acceso a viviendas construidas por la titulada Obra Sindical del Hogar con barriadas que aún existen y en las habitan los hijos y nietos de los primeros adjudicatarios. De de aquellas iniciativas se conservan algunas en Málaga y quizás en otras provincias españolas. Yo me circunscribo a Málaga nada más. Concretamente a los concursos de albañilería y pintura rápida, aunque hoy en otras manos.

El Palustre

El concurso de albañilería, iniciativa del sindicato de la Construcción y la colaboración de la Peña El Palustre, va por la quincuagésima edición y tiene repercusión nacional. Gracias a la activísima Peña El Palustre, con sede en El Palo, el concurso se viene repitendo cada año. Tengo en la memoria las visitas de don Demófilo Peláez a las redacciones de Radio Nacional e Ideal para facilitarnos personalmente la convocatoria de cada año y animarnos a acudir a la cita para asistir al desarrollo de la prueba y entrega de premios. Gracias a los descendientes del señor Peláez y los miembros del Palustre, cada año, se convoca una nueva edición con éxito de inscripción y calidad de los trabajos.

Pintura rápida

La segunda actividad que no ha fenecido porque ha renacido de sus cenizas es el concurso de pintura rápida, que creó Educación y Descanso. Ahora son otras entidades y corporaciones las que convocan certámenes similares. Muchos participantes de las ediciones sucesivas triunfaron después en el arte de la pintura. Algunos recordaran sus comienzos en estos concursos populares en los que desarrollaron su afición hasta convertirla en profesión.

En varias ocasiones fui invitado a formar parte del jurado que tenía que otorgar los premios, aunque mis conocimientos pictóricos eran y son muy elementales. Un año, como reconocimiento a mi desinteresada colaboración -siempre domingos por la mañana-, Educación y Descanso me obsequió con una de las obras premiadas, cuadro que desde entonces cuelga en una de las habitaciones de mi casa. El tema elegido para aquel año era la plaza la Merced, y el tiempo máximo para su desarrollo se fijaba en tres o cuatro horas. No lo recuerdo exactamente.

El autor, J. Puertas, utilizó la espátula para plasmar su visión de la famosa plaza, destacando entre la arboleda con la caída otoñal de las hojas el obelisco de Torrijos. Según me informaron, J. Puertas era asiduo a estos concursos, e incluso me afirmaron que pertenecía a la nobleza, que ostentaba un título nobiliario.

Para ilustrar el capítulo de hoy de las Memorias de Málaga he seleccionado ese cuadro al que tengo gran estima.

Carrera de camareros

En la última edición de la Feria de Málaga -2016- se celebró Primera Carrera de Camareros, con triunfo de Álvaro Chacón, de El Pimpi. Me voy a permitir una pequeña objeción: sobre lo de «Primera». En tiempos un poco lejanos pero no tan lejanos porque yo ejercía mi profesión periodística e informaba a oyentes y lectores de sus incidencias, en Málaga se celebraban carreras de camareros en el paseo del Parque. La distancia a recorrer portando una bandeja con una botella, vasos y tazas no la tengo en la memoria. Es mucho pedir. El concurso consistia en hacer el recorrido a la mayor velocidad posible sin que ninguno de los artículos colocados en la bandeja se cayera. Supongo que en la celebrada el pasado mes de agosto las bases no habrán cambiado mucho de las que se establecieron hace cincuenta años.

Los camareros de hoy no se diferencian mucho de sus antecesores, salvo en el idioma; hoy, en gran número, son bilingües o trilingües. Pero en lo que respecta a la habilidad y moverse entre mesas y sillas sin tropezar con nadie ni mancharle la vestimenta por salir disparado un café o una cerveza en uno de sus quiebros y requiebros, los de hoy no tienen nada que envidiar a los de antes.

Empaquetadores

Otro concurso que se convocaba cada año en la época que comento era el reservado a empaquetadores de tiendas de ultramarinos. A los participantes se les entregaban productos alimenticios más comunes para que los empaquetaran. Por ejemplo, una botella de vinagre, una lata de alguna conserva, una ristra de chorizos, paquetes de azúcar y garbanzos, queso… Todo el lote lo tenían que envolver en un solo paquete de papel de estraza o de más calidad, el que se usaba entonces para estos menesters. Y para rematar el trabajo, un ovillo de bramante, guita o cuerda porque entonces no se había inventado el fixo, que hoy facilita la tarea. Claro, tampoco se había inventado el plástico ni las indestructibles bolsas que hoy invaden tierra y el mar, hasta el punto que en el Océano Pacífico se ha formado una isla de plástico casi del tamaño de España. Eso, al menos, es lo que he leído en algún medio de comunicación. Los únicos empaqueadores que hay en el siglo XXI son los que preparan en El Corte Inglés los regalos de Navidad… y con mucho fixo para que queden perfectos los paquetes.

Mecanógrafos

Otro certamen o competición reservado a trabajadores de las distintas actividades profesionales era el de mecanógrafos. Se premiaba al que lograra superar el número de pulsaciones…, sin equivocarse, por supuesto. En Málaga, y supongo en medio mundo -en el otro medio no había ni máquinas de escribir ni mecanógrafos-, había profesionales que escribían a un velocidad endiablada y sin mirar a la máquina.

Dos o tres años ganó el primer premio un funcionario del Instituto Nacional de Previsión, hoy Seguridad Social. Tenía un nombre poco común, quizá Vladimiro o Wenceslao. Era invencible. Ganaba siempre.

Otro mecanógrafo excepcional, que no recuerdo si llegó a participar en aquellos concursos, era un funcionario de Justicia. El juez le dictaba a una velocidad poco común y él finalizaba a la par que el magistrado hacía una pausa para respirar.

También conocí de voz solamente a dos mecanógrafos que prestaban servicio en los periódicos La Vanguardia y Pueblo de Barcelona y Madrid, respectivamente. Yo les dictaba por teléfono crónicas desde Málaga y tecleaban a la misma velocidad con que yo leía los textos.

Pero un caso único creo que es el de un funcionario de los juzgados de Marbella que pese a ser manco escribe a máquina solo con la mano derecha con igual o mayor número de pulsaciones que uno que utiliza ambos miembros.

Más concursos

Cuando la Costa del Sol empezó a crecer de forma espectacular se convocaron otros concursos que tuvieron gran repercusión, en especial, el reservado a los cocineros o jefes de cocina; hoy ya no hay cocineros, hay restauradores, chef, master chef, estrellas Michelin...

Uno de los cocineros que más premios sumó en aquellas celebraciones fue Teodoro, que muchos recordarán porque fue maestro de una generación. No era malagueño. Era natural de Salamanca. Su nombre completo era Teodoro González Gutiérrez. Fue jefe de cocina de hoteles de varias capitales españolas. En la provincia de Málaga trabajó como tal en el Tritón, Nautilus y Emperatriz. Una de sus especialidades era truchas al estilo del Jarama. Y como repostero ganó varis premios.

Se convocaron otros muchos concursos para bármenes o barmans, patrocinados casi siempre para marcas de vermú, ya que el integrante número uno de los combinados es el vermú rojo o el blanco. Muchos hombres importantes del mundo turístico de la Costa del Sol, por ejemplo, llegaron a Málaga como bármenes y después escalaron los puestos más importantes.

Jardinería

Finalizo con el Concurso de Jardinería de la Costa del Sol promovido por la Delegación Provicial de Información y Turismo. Había dos apartados o modalidades. Uno estaba reservado a jardines de hoteles y empresas turísticas, y el otro, a jardines privados. Residentes en la Costa del Sol se inscribían y permitían a los miembros del jurado a visitarlos. Cada año se inscribían más empresas y particulares como contribución a la mejora de la costa.

En una de las ediciones se produjo, digamos, un incidente sin importancia, pero que reveló la presencia en la Costa del Sol de una famosa del cine que se había retirado de Hollywood y sus alrededores para disfrutar de la tranquilidad de Marbella.

Los miembros elegidos para valorar cada uno de los jardines inscritos, quizá por un error, irrumpieron en una propiedad privada donde destacaba por su variedad y riqueza un bello jardín. La propietaria, al descubrir a los extraños visitantes, salió airada y los echó muy enfadada. Entonces alguien del grupo reconoció a la señora. Se trataba de Madeleine Carrol, fanosa rubia que protagonizó muchas películas, como El prisionero de Zenda, Safari, Virginia..., rodadas entre las decadas de 1930 y 1950. Así fue cómo nos enteramos que la otrora estrella de Hollywood había elegido Marbella para su retiro.