Lola tomó su propio nombre y el primer apellido de sus hijos, Denis, para dar nombre a Lola Denis, la tienda especializada en danza que abrió en 1987 en la calle Méndez Núñez. «Era el primer negocio que abría, había tiendas de deporte, pero decían que un chándal, unas zapatillas, dejaban mucho dinero. Era difícil encontrar un maillot», recuerda.

De paso, con este negocio daba satisfacción a una doble vocación, en primer lugar por el contacto con el cliente porque, cuenta con una gran sonrisa, cuando tenía cinco años puso su primera tienda: «En calle Mármoles, en una terraza de vecinos, me sentaba con una silla y ponía mis caramelos». A fin de cuentas, un poco más adelante, con 9 años, ya hacía gestiones en los bancos para su padre, que tenía un estanco en el Pasillo de Santa Isabel.

Y en segundo lugar, la tienda era un homenaje a su segunda vocación: el baile. «He bailado de siempre, desde el colegio y luego estuve cinco años recibiendo clase en el Ateneo», cuenta Lola Denis, que vuelve a sonreír cuando recuerda a la persona que le comentó que, abrir una tienda de ese tipo, tan especializada, «era una locura».

En estos días, Lola Denis celebra los 30 años de esa locura. Una tienda en la que aficionados de todo tipo de bailes pueden encontrar camisetas, zapatillas, medias, puntas, los clásicos tutús... La malagueña ha vivido en estas tres décadas cómo el baile ha ido expandiendo sus fronteras y para demostrarlo, muestra una de las primeras fotos que puso en la tienda: una pareja bailando salsa. Entonces, era algo exótico y minoritario y hoy, «está en auge en toda Europa», recalca.

Adelantarse tres años a la moda

Y eso que, en los comienzos, nada era como ahora, con todos los productos a un clic. «El material lo buscaba por todo el mundo, ya no existen las ferias a las que iba, los traía sobre todo de Francia, Alemania, Australia... y me adelantaba tres años a la moda que luego salía aquí».

Lola Denis, además, es una enamorada del Centro. Muchas de las tiendas más veteranas han cedido el testigo a bares, restaurantes y franquicias, pero a pesar de eso, subraya: «A mí me gusta el Centro, este es mi barrio, mis vecinos están aquí porque paso todo el día. Es como levantar el telón cada día, al igual que en el teatro o la danza. Es difícil pero esto es vocacional».

Y en esa vocación tan intensa entra también la innovación constante, como la incorporación de un espacio para artes marciales - por su hijo, cinturón negro de kárate- o la ilusión con la que de forma constante renueva el escaparate.

Y aunque ha escuchado muchas veces la cantinela de que, cambiando de negocio, podría ganar más dinero, Lola responde: «Pero es que yo hago lo que me gusta, ofrezco calidad, conocer el producto y con eso se crea una credibilidad que transmite».

30 años después del primer día sigue al pie del cañón con la misma ilusión. «Es que a mí me encanta. No me veo en otro negocio», confiesa. Parece que quien le aventuró una corta vida comercial no acertó demasiado.