Todos los 26 de septiembre Pepi Ballesteros sopla una vela en su cabeza. Lo hace pensando en su desaparecido hijo Miguel, nacido en 1978 en Carlos Haya. Un caso de bebé robado, como tantos, archivado por haber prescrito, según la justicia.

La muerte de un hijo nunca se supera pero, ¿y si no está muerto?. «No sé que es peor, si que esté muerto o no saber dónde está». Es el sinvivir de miles de familias españolas, de cientos de malagueñas. Mujeres a las que arrebataron sus bienes más preciados: sus hijos. El de Pepi es un caso más dentro de una gran trama. Números que han demandado información, exigido justicia para saber qué pasó. Dónde y con quién está su hijo. Quién es el responsable de que no se haya criado con el resto de su familia, con sus cuatro hermanos. pero el resultado es el mismo para todas: silencio.

Miguel nació en el actual Hospital Regional, el denominado entonces Carlos Haya. Le provocaron el parto al alba tras una noche entera con la bolsa amniótica rota. Su familia estaba de camino cuando entró al paritorio. Las prisas provocaron que entrara a la sala con gafas, por lo que pudo verle un lunar en la mejilla y un antojo en la pierna. «Mi niño nació perfecto, pesó 3.850 y 53 centímetros», relata como buena madre, esos son los números que nunca se olvidan . «Me dijeron que venía muy gracioso», cuenta en relación a ese lunar. Despertó al cabo de unas horas en la habitación, sin su niño. Su madre, que lo había visto al salir de la sala de partos, fue al nido. Allí le dijeron que estaba «malito», que padecía del corazón y que debían intervenirlo en Madrid.

Un día después el bebé partió hacia la capital en una ambulancia. La madre de Pepi se subió al vehículo no sin los impedimentos o malas caras de quienes iban en él, asegura. «Mi madre estaba mosca. El niño no tomaba medicinas, no llevaba suero, se tomó sus biberones como un bebé sano», afirma.

Tras horas de camino, la ambulancia llegó al Ramón y Cajal de la capital del país. El marido de Pepi, Miguel, aún no había llegado porque viajaba el el tren. «Entraron por la entrada principal del sanatorio. Mi madre nos contó que había una señora en la escalera, como esperando, y que se acercó a mi niño y dijo ´qué bonito es´». Empezó la operación mientras fuera aguardaban la madre de Pepi, su marido y sus hermanos. «A los 20 minutos salieron y dijeron que se había muerto, que se fueran para Málaga que ellos se hacían cargo del entierro. Mi marido se negó y exigió verlo». No sin trabas, le enseñaron un bebé amortajado. «Mi madre dijo ´este no es mi niño, este es más pequeño y está descompuesto», relata Pepi. Al día siguiente asistieron al supuesto entierro de Miguel en un cementerio de Madrid.

Un delegado familiar desconocido

Pepi nunca se repuso de la muerte de su primogénito. En sus posteriores embarazos tuvo que guardar reposo porque temía la llegada del parto, de que le quitaran a sus niños. Ella, en el fondo, siempre pensó que su hijo Miguel no había muerto. El cúmulo de sinsentidos se les hizo una montaña. Como que cuando, al año, volvieron a Madrid, no hubiera restos en la fosa en la que estaba su cruz. También que en el certificado de defunción apareciese como «delegado de la familia» un desconocido, Mariano Alonso Castrejón, del que a posteriori averiguaron que había regentado un orfanato ya desaparecido en Madrid.

Pero lo que terminó de convencer a Pepi fue recibir hasta en tres ocasiones visitas de la Policía buscando a su hijo Miguel para hacer la mili, cuando se cumplían 18 años de su nacimiento. «Les dije que estaba muerto y me dijeron que no les constaba». Por entonces, el programa de Paco Lobatón sacó varios casos de bebés robados. Todo le cuadró. Pepi y su familia aceptaron lo que durante años habían sospechado: habían sido, supuestamente, víctimas de la trama de bebés robados.

«En mi interior no lo hacía muerto. Si no llego a tener a mis otros hijos me vuelvo loca», confiesa Pepi Ballesteros, que se ha hecho hasta en tres ocasiones pruebas de ADN, con dos chicos y una chica. De uno de ellos estaba convencida que era Miguel, se llamaba Salvador y tenía un lunar en la cara. Pero las pruebas fueron rotundas. «Son tantas las ganas que te agarras a lo que sea», admite Pepi, que nunca dejará de buscar a Miguel. «Mi hijo no murió. Tiene otra familia».

Documentos

Informe médico

Informe médicoNacimiento.

El parto, producido el 26 de septiembre de 1978 no consta en los archivos del Hospital Carlos Haya, donde no existe documentación del mismo.

Problema de corazón. La familia tiene en su poder un documento con fecha del 29 de septiembre en el que reza que Miguel Estevez tenía «estenosis aórtica severa»y que precisaba un cateterismo cardiaco. «Dado que en el momento actual existe avería prolongada en los equipos hemodinámicos de ésta institución se hace preciso traslado con carácter urgente al Ramón y Cajal».

Certificado de defución

Defunción.

La fecha de la muerte de Miguel Estevez Ballesteros reza el 30 de septiembre de 1978, Fue enterrado el 2 de octubre en el cementerio de La Almudena.

Restos desaparecidos. Un año después de la muerte, Pepi y su marido Miguel fueron a Madrid para visitar la tumba de su hijo. Según cuentan, cuando llegaron, en el lugar, donde había 30 cruces, no había ningún resto, ni de su hijo ni de los otros 29. En 2012, tras un largo periplo de papeleo, recibieron información que decía que había sido trasladado a un osario común en 1989.