Durante algo más de un día hemos visto el Sol, lo que aprovechamos para salir en una lancha a hacer unas medidas de luz en el mar. Para hacer estas mediciones sumergimos un sensor en el mar y lo bajamos hasta 15 metros de profundidad, registrando la calidad de la luz que llega a los organismos. La luz del Sol no es blanca, sino que la forman una combinación de colores; todos hemos visto alguna vez el arco iris€ pues esos son los colores de la luz del Sol. En el mar, conforme vamos bajando, se van extinguiendo los colores, pero unos antes que otros. Por ejemplo, el agua no absorbe igual la luz roja que la azul, sino que la primera se absorbe mucho más rápidamente que la segunda, y por eso cuanto mayor es la profundidad menor es la gama de colores que vemos, quedando al final todo reducido al azul. A nosotros nos interesa saber qué cantidad y qué "calidad" (color) tiene la luz que llega a las algas con las que trabajamos.

El mar estaba bueno ese día, sin apenas oleaje. Aunque la combinación de una baja temperatura (unos 20 bajo cero) más la velocidad del barco, hacía que el frío que sentimos fuera intenso, a pesar de llevar puestos los llamados "trajes de supervivencia". Estos consisten en un traje completo (como un mono), grueso, acolchado con aislante, con botas incluidas, que te enfundas, con muchísimo esfuerzo, encima de las otras cuatro o cinco capas de ropa que ya llevas puestas. Algo muy incómodo de vestir. El uso de estos trajes es obligatorio para salir al mar en estas latitudes, porque, en caso de caer al agua, te aíslan durante un tiempo. La temperatura del agua está cerca del punto de congelación, a unos -2° C. A esa temperatura, sin protección, la supervivencia del ser humano es de menos de una hora. Con el traje se puede sobrevivir varias horas más (no muchas...). Así que mejor llevarlo puesto. Yo una vez salté al agua con uno de estos trajes, y comprobé que al menos durante 5 minutos el agua no penetraba. No quise tentar a la suerte más que durante 5 minutos.

En el trayecto en la lancha (descubierta) nos encontramos con una barrera de hielo desprendido de los glaciares los días pasados, y que fue arrastrada por las corrientes. Es un bonito espectáculo ver el mar cubierto de hielo. Tras atravesarla, llegamos al extremo noroeste del fiordo, donde queríamos realizar las medidas de luz. El equipo de medida va conectado a un ordenador; mala cosa exponer un ordenador a temperaturas de -20° C. Hace unos días hicimos un ensayo para comprobar que el equipo funcionaba bien; pero el primer intento fue un desastre. El ordenador se apagó casi inmediatamente. Ese día había unos 35 bajo cero. Volvimos al laboratorio lo más rápido posible para intentar "resucitarlo" o para, en caso contrario, despedirnos de él€ ¡Y revivió! Un poco de calor hizo maravillas. Así que lo envolvimos en una especie de manta térmica que le fabricamos, Eli lo pegó a su cuerpo, y vuelta al puerto. Una vez solucionado el tema del ordenador, había que ver si el sensor de luz funcionaría a esa temperatura. El fabricante no lo aconseja, dando 2° C como límite inferior para su uso, y -20° C para su almacenamiento estando apagado. La cosa se ponía cada vez peor. El agua estaba a -2° C, y el aire a -35° C. Lo miráramos por donde lo miráramos, las probabilidades de éxito eran escasas. En cualquier momento podía el sensor de luz pasar a mejor vida. Pero no, sobrevivió a la prueba, y durante la salida en el barco, unos días después, hizo las medidas correctamente, sin sobresaltos.

¿Cómo se usa un pequeño ordenador portátil con guantes gruesos puestos? Simplemente no se puede. Así que, en medio del mar, a -20° C, Eli operaba el ordenador sin guantes, y yo subía y bajaba el sensor, también sin guantes, con las manos desnudas mojadas (agua a -2° C y aire a -20 €.). A Conchi se le congelaban los pies, las botas del traje de supervivencia no aislaban lo suficiente. Pero sobrevivimos, tanto nosotros tres como los aparatos. Una compañera alemana nos comentó hace unos días, cuando la sensación térmica llegó hasta los -54° C, que casi se le congelaron los dedos. Primero duele mucho, decía, y después ya no sientes nada, lo que es el claro síntoma de la congelación. Por suerte para ella fue solo un susto, sus dedos siguen estando ahí.

Mientras nosotros hacíamos estas medidas, el equipo de buceadores bajaban a recoger las algas que necesitamos. El grupo lo componen tres personas en todo momento: el buceador que baja, amarrado con un cabo; otro totalmente equipado en la embarcación dispuesto a ir a ayudar a su compañero en caso de necesidad o emergencia (el buceador de rescate); y el tercero al mando de la embarcación. Y se van turnando para bajar. Desgraciadamente no pudieron completar las dos inmersiones previstas porque los reguladores se congelaron y el aire comenzó a fluir sin control desde las botellas. Inconvenientes del buceo en el Ártico. Sin duda esta primera incursión que estamos haciendo, tanto nosotros como los compañeros alemanes del AWI, al trabajo con algas en el Ártico en invierno, nos está aportando información muy valiosa tanto científica como logística para futuras campañas.

En este momento las horas de oscuridad completa son solo nueve. Cuando llegamos eran más de catorce. Dentro de poco habrá 24 horas de luz. Como decía la canción de Lole y Manuel, "la luz vence tinieblas por campiñas lejanas..."

Otras entregas:

Primera entrega: "Al menos un miembro de cada grupo debe pasar un curso de tiro para autodefensa"

Segunda entrega: "Estamos en transición de la noche polar a la presencia permanente del Sol"

Tercera entrega: "La sensación térmica ha caído hasta los -46.5 grados. La ropa ya no aisla tanto"