La juventud y la vejez se concilian rara vez. Eso decía el refrán cuando los saltos intergeneracionales eran más cortos y lentos. Hoy, la sociedad está más fracturada que nunca por razón de edad. Conviven en ella youtubers que no saben qué eran veinte duros, los grises o el 4 de Diciembre, con septuagenarios que en su infancia recogían boñigas de animales para usar como abono en pueblos con calles de tierra, sin coches y una única línea telefónica común; son los mismos mayores que hoy manejan emoticonos en el whatsapp de su smartphone tras hablar por skype con su nieta en Londres: nadie ha dado un salto tan grande en la historia. La brecha entre grupos de edad es hoy enorme. Y un diagnóstico de la diversidad generacional analiza cuatro grandes generaciones que ahora mismo conviven en la arena pública y laboral.

La primera son los baby boomers. Es la generación de nacidos entre 1956 y 1970, con una edad actual de entre 46 y 60 años. ¿Cómo son? El concepto de generación es tan elástico como simplistas son las etiquetas que a ellas se asocian. Pero el informe, tras casi cuatro mil encuestas y decenas de horas de discusión en grupos de grandes empresas, hace un intento por radiografiar a este grupo de trabajadores. Y si hay dos palabras que sobresalen en el análisis descriptivo son compromiso y miedo.

Dice de los baby boomers que son personas adheridas a las tradiciones y a conceptos como la lealtad y el compromiso perenne y mutuo. Todo era para toda la vida: el trabajo, la pareja, el lugar de residencia. Ahora «se sienten a menudo desplazados y amenazados por los jóvenes»; «se saben hasta cierto punto una casta privilegiada» por su posición y sueldo en las empresas, y «un tapón que impide el crecimiento de los que están por debajo». Eso les genera reacciones distintas: comodidad, apatía, ansiedad, frustración, tristeza. Y miedo, mucho miedo. Sienten miedo a no ser tenidos en cuenta por sus organizaciones. Miedo a perder el trabajo en la recta final de su vida laboral a la que se entregaron con el compromiso y la lealtad con la que encaraban también su proyecto de vida personal: una familia, unos hijos, un hogar.

«Ven a sus hijos como más infieles e inconstantes, que no se casan con nadie y no establecen vínculos afectivos con las organizaciones en las que están trabajando. Cambian de compañía telefónica, intereses o trabajo con una facilidad que les llena de pasmo», recoge el estudio.

Huella de posguerra

Ellos, los baby boomers, forjados en una cultura que abrevaba en el sacrificio y el esfuerzo posterior a la posguerra, encaran con una mezcla de admiración y rechazo, desde la perplejidad y a veces la amenaza, a los jóvenes. Los ven, según concluye el estudio, como «incapaces de hacer todos esos esfuerzos que requieren una gran tolerancia a la frustración y gran capacidad de espera. También los perciben como más individualistas, hedonistas, que no se entregan en cuerpo y alma al trabajo».

¿De qué les ha servido a ellos? De alcanzar un buen statu quo. Pero para verse abocados al borde del abismo en la recta final de su trayectoria laboral. Lo palpan en el ambiente: a veces no se cuenta con ellos, el desfase generacional puede lastrarles. Y cunde la tentación, a veces alentada por terceros, de hacerse a un lado, ponerse de perfil, y dejar que otros tiren del carro. La tentación de acomodarse. «Una comodidad que puede llegar a ser como esa mala combustión que genera monóxido de carbono, que adormece con una agradable sensación y puede ser letal», refiere el estudio enfocado a la relación laboral.

Al otro lado del teléfono, José María Peiró amplía el foco de los baby boomers. Es catedrático de Psicología Social y de las Organizaciones de la Universitad de Valencia e investigador del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie). Subraya el carácter luchador y abnegado de esta generación. Todavía percibieron las estrecheces de la España franquista: eso les inculcó patrones de renuncia y austeridad. También se criaron con un mantra como guía vital: el esfuerzo aumenta enormemente las probabilidades de éxito. En todo.

Autodefinición

Avanzando por un camino del que arrancaron los adoquines utópicos del mayo francés y después de puntos de inflexión tan grandes como el de «Españoles, Franco ha muerto», los baby boomers han visto derruirse estructuras que parecían inamovibles: el peso dominante de la Iglesia en la vida pública, el matrimonio indisoluble, la prohibición del aborto, la diversidad sexual, las garantías de por vida en el plano público y privado. Su mundo ya es otro muy diferente, señala José María Peiró.

Es reveladora la imagen que los baby boomers tienen de ellos mismos. Al autodefinirse con una palabra, usan algunas de las siguientes: experiencia, responsabilidad, constancia, luchadores, adaptables, perseverantes, honestos, esfuerzo.

Se destaca mucho en el estudio, de 122 páginas, la idea del sacrificio. La mentalidad de la abnegación. «Han sido educados para el esfuerzo, se han sacrificado en el trabajo, en el estudio y en el día a día, para llegar a sus aproximadamente 30 años de trabajo, que les han proporcionado una buena situación económica, donde de nuevo se han sacrificado por la educación y la formación de sus hijos». Tras la crisis, otro corte social para ellos, el abismo se ha abierto ante sus pies. Que la fuerza les acompañe.

¿Qué opinión tienen de ellos mismos?

El temor asoma por el retrovisor

Es clara una metáfora: los «baby boomers» señalan que su máster se llama «experiencia», la que han ido adquiriendo a lo largo de su vida profesional. Y sus idiomas más importantes son el de la honestidad, la reflexión y una actitud analítica. Así se ven ellos. Una reivindicación casi obligada en tiempos de zozobra generacional. Su mirada por el retrovisor es lo que les siembra de inquietud. Hablan enseguida de los jóvenes. De los que vienen detrás. «Se consideran un tapón para la siguiente generación y les preocupan, con carácter general, todas las generaciones».

Una radiografía de lo que hoy sucede en muchas empresas

«Necesitamos que los baby boomers se jubilen lo más tarde posible y que sigan aportando valor. Sin embargo, los desvinculamos o no contamos ya con ellos, y nadie mide en términos económicos lo que supone la descapitalización de su conocimiento. Mientras, nuestros jóvenes maduros, la generación X, actualmente atrapados entre las cargas propias de su edad, hijos, hipotecas€y la falta de proyección en sus carreras profesionales por el tapón de los baby boomers, se sienten estresados y desmotivados porque todo recae sobre ellos. En relación a nuestros jóvenes, la generación Y, los mejor formados, o no trabajan o en el mejor de los casos ha tenido una incorporación muy precaria al mercado laboral o se han planteado la emigración, hacen trabajos que no se corresponden con su formación y sin embargo los queremos retener. Y finalmente, la generación Z ve como el esfuerzo y el trabajo realizado por sus padres y la gran formación de sus hermanos no son baluartes del éxito».

Ángeles Alcázar/Elena Cascante

Observatorio GT (Generación y Talento)